A continuación, sigue un texto del colectivo La Vaga que Volem (destinado a la solidaridad con las personas encausadas por su participación en las movilizaciones y jornada de guerra social que se vieron en las calles de Barcelona con motivo de la huelga general del 29 de marzo de 2012) con una reflexión (que comparto totalmente, y sobre la que creo que todxs deberíamos discutir y reflexionar en mayor profundidad) acerca del consumo y venta de alcohol y drogas en los movimientos sociales, centrándose en este caso en las denominadas «fiestas alternativas» destinadas a recaudar fondos para financiar la solidaridad con compañerxs represaliadxs y ayudarles a pagar multas, fianzas, defensa legal, costes del juicio, o ayudar a las personas allegadas a pagarse los desplazamientos al talego para poder visitar a lxs compas encarceladxs, financiar la propaganda (carteles, panfletos, publicaciones…) de apoyo, o incluso pagar nuevas sanciones derivadas de acciones solidarias que puedan salir mal, y en las que alguien resulte detenidx.
Finalmente, respaldan lo expresado con un compromiso firme (y coherente) a no aceptar el dinero que se haya obtenido a partir de la venta de alcohol.
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A través de este escrito hacemos pública la decisión que hemos tomado sobre cómo queremos afrontar el proceso represivo que se inició en 2012 contra un compañero por haber participado en la huelga general del 29 de marzo del mismo año. Nos gustaría que este texto y los que se irán adjuntando a medida que se desarrolle la campaña, sirvan de base para la apertura de un debate colectivo sobre la forma en que estamos afrontando la ola represiva contra aquellas personas que en un contexto de conflictividad social participan activamente en la lucha. Como represaliadas que somos, sostenemos que la única forma de hacer frente al Estado en la lucha antirrepresiva es poner por delante el contenido político de las acciones por las que somos reprimidas y darle una dimensión colectiva.
En concreto, este documento se centra en la financiación de la lucha a través de la venta de alcohol en fiestas organizadas para cubrir los gastos que generan los procedimientos judiciales. Sin duda el alcohol y la fiesta venden, cumplen este requisito, cumplen esta función. Parece ser, pues, que no podemos hablar de la ética libertaria y de la idoneidad de los medios, no sólo como herramientas, sino como verdadera praxis revolucionaria. Parece ser que no podemos cuestionar las fiestas y el alcohol sin pasar por moralistas, puritanas, ingenuas o alejadas de la realidad.
El alcohol es el puntal que sostiene la financiación del movimiento y es una realidad cerrada (y no hay otras opciones para el presente). Tenemos presas y represaliadas, que no nos vengan con romances puritanos, que la realidad material nos obliga a seguir sosteniendo el ocio alienado, el alcoholismo y las dinámicas socializadoras como eje central del movimiento. Dudamos del carácter revolucionario o transformador que este tipo de fiestas pueden tener, entre otras cuestiones, por la dinámica alienante que generan y por estar en muchas ocasiones vacías de contenido político. Es cierto, todas tenemos quehaceres al margen de la militancia e incluso contradicciones, pero ninguna de ellas es levantada como bandera, ninguna es utilizada como referencia de nuestro movimiento. No obstante, el alcoholismo social es algo tan integrado, normalizado y enterrado por su presunta necesidad, que es frecuente ver por nuestros barrios o pueblos carteles políticos llamando al consumo de este tipo de ocio.
No estamos en contra del disfrutar y de las fiestas, creemos que debe haber un espacio para todo, y si bien nuestra finalidad es la de unir celebraciones con nuestras reivindicaciones, también entendemos que en ocasiones no puede hacerse, y en tal caso, decimos no al dinero que se recauda con la venta de alcohol en las mismas. No queremos que nuestra lucha se confunda con el ocio alienante y alienado. En este punto nos preguntamos, ¿cómo podríamos reivindicar los aspectos políticos de una fiesta? ¿Cómo hacerlo sin caer en la alcoholización? Y no sólo eso, sino que también nos cuestionamos, ¿qué tipo de ocio estamos fomentando desde los movimientos sociales y organizaciones políticas en estos eventos? ¿En qué medida las fiestas alternativas pueden seguir diciéndose «alternativas»? ¿Cuál es, valga la redundancia, la alternativa que ofrecemos?
Las «fiestas libertarias» poco tienen de alternativas: no son alternativas de socialización, no son alternativas de consumo, no son alternativas de ocio y desde luego no representan la esencia de ninguna práctica revolucionaria, más bien lo contrario. Hay muchas cosas que revolucionan a las personas: la cultura, la conciencia, la práctica revolucionaria… En cambio, las drogas y el ocio alienado hacen dormir las conciencias; esta es su función, son mecanismos para huir (no de confrontación), herramientas de control social que fomentan prácticas que chocan frontalmente con las ideas por las que luchamos, con las ideas por las que caemos.
La necesidad del dinero como excusa para vender alcohol constituye un argumento que cae por sí mismo, pues es mentira que no haya dinero, como mínimo hay cuando de beber se trata. Sin duda, es más fácil extender este producto de autoconsumo – el alcohol -, socializarlo con una etiqueta política para poder atraer a ciertos sectores y conseguir más beneficios, que trabajar por la solidaridad entre las compañeras, entre quienes luchamos y compartimos un proyecto. Sin duda constituye una vía rápida, pero no es la única y la rechazamos por eso, porque creemos en la necesidad de construir redes de apoyo libres de alcoholismo. Todas las dinámicas colectivas y sociales son de difícil transformación, por eso nos dejamos el tiempo, la salud y la piel durante años. Sabemos que no hay mejor forma de tomar conciencia y transformación que la praxis, que la propaganda por el hecho. Es esta práctica y no las palabras, las impulsoras de los cambios, y es por ello por lo que hemos decidido no aceptar dinero del alcohol para hacer frente a este caso represivo, no contribuyendo así al fomento de dinámicas colectivas que creemos perniciosas para nuestro movimiento.