Los colegios son prisiones. Todos. Me importa una mierda si son públicos o privados, laicos o religiosos, internos o no. Salvando casos muy puntuales de profesorxs que sí se han dedicado y/o se siguen dedicando a su profesión tratando de esquivar roles autoritarios y las funciones adoctrinadoras que las instituciones imponen, la mayoria reproducen, conscientemente o no (me trae sin cuidado) una lógica penitenciaria, encerrando a lxs niñxs en (j)aulas durante horas para inculcarles la visión que el poder tiene de la realidad (biológica, histórica, social, económica…) impidiendo que lxs niñxs investiguen por su propia cuenta, y nutran su conocimiento y su mente movidxs por su propio interés y su curiosidad. Todo para que al final, su «aprendizaje» se base únicamente en aprobar unos exámenes (en absoluto garante de que esx niñx ha aprendido a desenvolverse por sí mismx) que da acceso a unos títulos, papeluchos donde se representan los triunfos de la mediocridad.
Si analizamos la estructura de la sociedad cuyas nocividades padecemos diariamente, encontramos que el principal mecanismo que utiliza para perpetuarse, además de la violencia sistemática ejercida por policías, militares, carceleros, burocracia etc. y el control de la información, es la educación, y la manera en que el Estado la articula para convertirla en el primer ciclo impuesto de esta fábrica social, que tiene como objetivo garantizar que cualquier individux asuma e interiorice los valores que este sistema ha creado: Competitividad frente a apoyo mutuo, delación frente a complicidad, arribismo frente a solidaridad, y otros como la obediencia incondicional a la autoridad. Tanto los primeros pasos en la estructura familiar como en la escuela, el instituto, la universidad y demás, el objetivo siempre es el mismo: Adiestrarnos, convertir a personas en recursos maleables aptos para su explotación por el mercado.
Del mismo modo que, sin embargo, es importante contar con presencia en esos ámbitos (para hacer del mundo estudiantil una trinchera más desde la que luchar y combatir el mundo de la dominación), también es importante potenciar alternativas, salirnos de la línea marcada y desarrollar nuestros propios medios para auto-educarnos y permitir que otrxs puedan hacer lo mismo, en ambientes cómodos, liberados y donde experimentar unas relaciones diferentes, con unos valores diferentes y en los que realmente se ponga en el centro a cada individux, sus potencialidades, sus sueños y sus intereses.
En la línea de esa búsqueda de alternativas va el libro «Condenados a aprender», de Manel Moles, del que recibo una reseña en el correo electrónico, a la que doy difusión.
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‘Condenados a aprender’ es una crítica dulce pero punzante de la escolarización obligatoria, caballo de batalla y punta de lanza del desarrollo económico y social del mundo occidental. Desde dos perspectivas diferentes, provenientes de la neurobiología y de la psicología humanista, el autor explora las consecuencias y efectos que esta obligatoriedad escolar tiene no sólo sobre el aprendizaje, sino también sobre la salud de los alumnos y alumnas sometidas a esta práctica.
La educación en casa y las escuelas alternativas son opciones de aprendizaje que, a pesar de constituir una práctica consolidada en nuestro país, aún son grandes desconocidas.
El libro «No quiero ir a la escuela» nos ofrece una visión fresca y desinhibida de estos movimientos educativos, a partir de una redacción original que huye del modelo divulgativo tradicional y busca sumergir al lector en un mundo vivencial lleno de olores, emociones, sensaciones y sentimientos.
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Las leyes de nuestra sociedad establecen la escolarización obligatoria de todos/as los/as niños y niñas entre los 6 y los 16 años. Esta obligación se establece sobre la base de las innegables ventajas que una buena educación proporciona a las personas. Por este motivo, las administraciones son especialmente celosas en el cumplimiento de esta norma. Niños y niñas deben asistir sí o sí a estos establecimientos escolares, con independencia de sus circunstancias personales y de sus deseos y preferencias.
De esta forma, la escolarización obligatoria se convierte de facto en bastantes casos en un aprendizaje a la fuerza. Pero, ¿es posible aprender a la fuerza? ¿qué aprendizaje se produce? ¿es conveniente este aprendizaje? ¿es eficiente? El aprendizaje a la fuerza, ¿no estará impidiendo o dificultando un aprendizaje real y natural?
Y más allá de estas consideraciones sobre el mero aprendizaje. ¿Qué efectos sobre la salud y el desarrollo del/de la niñx tiene esta obligatoriedad educativa?
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Manel Moles (Terrassa, 1972) es consultor informático y profesor de secundària.
Su mujer y él educan a sus tres hijos en casa.
Ha escrito diferentes artículos sobre la educación en casa y ha participado en charlas y debates sobre este tema.
Es miembro de la Coordinadora Catalana pel Reconeixement i la Regulació de l’Educació en Família.