A continuación, dejo las presentaciones y enlaces de descarga de varios fanzines recibidos recientemente de parte de lxs compañerxs de la distribuidora y editorial Ex-Nihilo, como siempre girando alrededor del nihilismo y su proyección, discusión y relación.
En concreto, se trata de los fanzines «La noción de nihilismo en Padres e Hijos», «El implacable Único: Camus el lector de Stirner» y «La vida en común: Nihilismo, locura y comunidad».
Aquí quedan los materiales. Gracias a lxs compas de Ex-Nihilo por haberlos enviado.
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La noción de nihilismo en Padres e Hijos
«Entre tanto, los conflictos sociales siguieron sucediéndose, con las gentes reclamando transformaciones radicales. En Rusia, por ejemplo, dichas transformaciones empezaron por la muerte del zar Alejandro II, como símbolo del abatimiento del poder imperante, que, murió a causa de un atentado en 1881, trayendo como consecuencia un recorte de las libertades civiles en Rusia y el aumento de la brutalidad policial, es decir, la vuelta a la represión autocrática. Los nihilistas políticos asociaron el nihilismo a la acción revolucionaria más extrema, destacando entre ellos Nechayev. No es casual, entonces, que terminara por designarse con el término “nechayevistas” a los nihilistas políticos más radicales e intransigentes. Mientras que dicho revolucionario ruso no suele ser muy conocido en nuestra cultura sí lo es para nosotros alguien que estuvo muy vinculado con él, y de quien se dice incluso que fue inspirador y coautor de algunos textos conjuntos: M. Bakunin. De hecho, Bakunin se autoinvistió “fundador del nihilismo y apóstol de la anarquía”, afirmando que “para vencer a los enemigos del proletariado era necesario destruir, todavía destruir más, y destruir siempre, ya que el espíritu destructor es al mismo tiempo el espíritu constructor”. De este modo, el vehemente Bakunin contribuyó también a proyectar esta imagen radical y política del nihilismo, y a asociarla a tendencias anarquistas, socialistas, utópicas y libertarias.
La tensión existente entre las clases sociales de la Rusia de finales del XIX también se hace patente en la novela de Turgueniev, “Padres e Hijos”».
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El implacable Único: Camus, el lector de Stirner
«El individuo se erige por encima de cada moral, de cada regla y cada esencia inmutable, y se vuelve un Yo autofundante que no reconoce nada más allá de su propio poder y el esplendido egoísmo de las estrellas: la continua destrucción de lo Sagrado es, para Camus, una avalancha que arrastra, derriba y destroza todo, que no tendrá fin hasta que resplandezcan las ruinas del mundo, paisaje desolado donde se oye la risa del único-rey. Al obrar de este modo, el Único stirneriano descrito por Camus es necesariamente implacable y criminal en su constante tentativa de quebrantar todo lo que obstaculiza la búsqueda de su Yo, de su autenticidad, en un proceso de destrucción tanto del más allá exterior que limita la potencia del individuo (el Estado, el Capital, Dios…), como del más acá interior que, con mayor sutileza, prohíbe incluso percibir dicha dependencia.
La muerte de lo trascendente autorizaría por tanto al Yo stirneriano, a liberarse de todos aquellos principios morales considerados autosuficientes y que desde siempre encadenaron el Único a atávicas mentiras, en cuyo nombre lo sacrificaron; igualmente, el hombre, ahora finalmente libre de dichas abstracciones, sacrificaría a su vez el mundo para su propio goce.
Desde luego Camus da en el blanco al atribuir a Stirner una voluntad destructora de cualquier idea de universalidad y eternidad, de todo aquello que no sea el propio Único, incluyendo no sólo las entidades exteriores al individuo sino, sobre todo, la presencia de todas aquellas «ideas fijas» o «fantasmas», que el Único ha interiorizado y que ejercen una fuerza aún mas persuasiva sobre él porque se consideran dotadas de una existencia independiente de su voluntad».
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La vida en común: Nihilismo, locura y comunidad
«Antes de ocuparme de algunas observaciones de Deleuze respecto de este tema, cabe hacer un desvío para situar la cuestión de la comunidad en un contexto más amplio. En La comunidad desobrada, Jean-Luc Nancy nos recuerda que, según la tradición teórica occidental, allí donde hay sociedad se ha perdido la comunidad. Quien dice sociedad ya dice pérdida o degradación de una intimidad comunitaria, de manera tal que la comunidad es aquello que la sociedad ha destruido. Es así como habría nacido el solitario, aquel que, en el interior de la sociedad, desearía ser ciudadano de una comunidad libre y soberana. Precisamente aquella comunidad que la sociedad arruinó. […] sería preciso desconfiar tanto de esta conciencia retrospectiva de la pérdida de la comunidad y de su identidad, como del ideal prospectivo que dicha nostalgia produce, y que acompañan a Occidente desde sus orígenes. En cada momento de su historia, Occidente se entrega a la nostalgia de una comunidad perdida, desaparecida, arcaica, y deplora la pérdida de una familiaridad, de una fraternidad, de una convivialidad. Lo curioso es que la verdadera conciencia de la pérdida de la comunidad es cristiana: la comunidad que añoran Rousseau, Schlegel, Hegel, Bakunin, Marx, Wagner o Mallarmé se piensa como comunión en el seno del cuerpo místico de Cristo. La comunidad sería el mito moderno de la participación del hombre en la vida divina. […] A lo que Nancy responde, simplemente: La communauté n’a pas eu lieu. La comunidad nunca existió. Ni en los indios Guayaqui, ni en el espíritu de un pueblo hegeliano, ni en la cristiandad … Nada se ha perdido, y por lo mismo, nada está perdido. Sólo nosotros estamos perdidos».
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