Hay personas que creen en el karma. Resumiendo un poco, piensan que existe alguna clase de equilibrio cósmico que determina en cierta medida lo que nos pasa en base a nuestras propias acciones. Si nuestros actos son «buenos», si hacemos «buenas acciones», se nos recompensaría con buena suerte, mientras que si nuestras acciones son «malas» o perjudiciales para otres, si somos egoístas, crueles o malas personas, entonces se supone que la vida nos castigará por ello en algún momento. Yo no creo en estas cosas, a decir verdad, y me resultan incluso ridículas (sin querer ofender a nadie al decir ésto, ojo), pero reconozco que a veces la realidad supera a la ficción y es entonces cuando, aun sin creer, piensas, recuerdas y ríes un rato, respirando un poco de bienestar entre tanta mierda patriótica enalteciendo un genocidio.
Para mí, y para muchas otras personas, el 12 de octubre no es un día de celebración sino de vergüenza. Vergüenza por ser les descendientes de quienes invadieron los territorios de los pueblos originarios y nativos americanos, saquearon sus recursos, destrozaron sus culturas, exterminaron a sus poblaciones y robaron su historia, para luego regurgitarla y vomitarla completamente deformada, vacía, revisada y adaptada a la embustera historiografía del hombre blanco europeo. Un colonialismo que todavía hoy sigue cobrándose vidas, sigue esclavizando, saqueando tierras que no son suyas, e imponiendo unos modos de vida y unas relaciones completamente opresivas, violentas y racistas, sobre muchos pueblos del mundo. Las entidades benefactoras de toda esta opresión han cambiado pero los intereses siguen siendo los mismos, la economía, el dinero, dentro de un ciclo incesante de explotación y miseria que es lo que mantiene en pié este triste mundo. Un colonialismo que se filtra en nuestro lenguaje, en nuestra manera de tratar con personas racializadas (entendiendo por racializadas no una suerte de etiqueta aleatoria y xenófoba con la que distinguir a las personas blancas del resto, sino precisamente como una palabra para definir a todas las personas que cargan con el estigma de la exclusión racial por no ser blancas), y que invade toda nuestra cultura y nuestros aprendizajes desde que somos niñes, mediante la apropiación cultural o el paternalismo eurocentrista de muchas ONG’s y otros falsos críticos.
Hasta ayer yo siempre decía que no hay nada que celebrar el 12 de octubre, pero ayer, cosas de la vida, parece ser que el karma hizo de las suyas, y travieso, nos regaló una sonrisa en forma de titular. Habrá quien me considere un enfermo por esto, y de hecho hubo una persona presuntamente «luchadora» y «antiautoritaria» que textualmente me llamó «puto enfermo sádico» por alegrarme de lo que os voy a contar ahora (el capacitismo mola y va de la mano con la labor de estos policías de la moral tan útiles al mantenimiento de los valores morales hipócritas de la ciudadanía), pero en realidad me da igual. Ese civismo emocional tan cínico con el que legislais la rabia y la alegría ajenas os acerca a esos policías que se supone que tanto odiáis, y a los monstruos que les dan las órdenes. Pero bueno, lo dicho. A mí me apetece celebrarlo, así que dejadme disfrutar y dar espacio a este pequeño brote de alegría entre tanto cemento y tanta bandera ensangrentada.
¿Que a qué viene todo esto? Pues viene a que ayer, mientras regresaba de participar en uno de los desfiles vergonzosos que enaltecieron el genocidio, un capitán del ejército español se estrelló con su avión en Albacete y murió en el accidente. Una pena, pobre hombre, ya no va a poder apoyar el bombardeo, expolio y masacre de los pueblos de Oriente Medio…
Por supuesto, también celebramos la imparable e inspiradora resistencia que aun hoy, siglos más tarde, continúan oponiendo los pueblos originarios y nativos de América y de otros territorios colonizados en el mundo, defendiendo su cultura, sus raíces y sus formas de vida lejos del delirio genocida de la mercancía, y a través de sus propias luchas, recuperan su lugar en la historia y con él, su dignidad como pueblo y su control sobre sus vidas.
Fuerza a todos los pueblos originarios y a todes les miembros de las Primeras Naciones que se resisten a desaparecer en la oscuridad.
¡Porque no es una víctima más, es un asesino menos!
¡Ninguna lágrima derramada por los asesinos a sueldo del Estado y el Capital!