[Texto] Egocentrismo y moral: Psicodinámica del condicionamiento

El siguiente texto fue extraído del número 4 del fanzine Anacos de Espello (Trozos de Espejo), editado en Galiza hace unos años por la distribuidora y editorial anarquista Praxe y traducido para su difusión a castellano, considerándolo una reflexión necesaria e interesante.

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Egocentrismo y moral: Psicodinámica del condicionamiento

¿Por qué las niñas parecen tan frecuentemente espontáneas, llenas de alegría y concentradas, mientras que las adultas parecen vigiladas, llenas de ansiedad y dispersas? Es por la maldita noción de tener un ego.

  • Luke Rhinehart, El hombre de los dados.

La extensión lógica del ego es Dios.

  • Jim Morrison

En las zonas dichas desarrolladas, las ciencias constituyen un discurso de verdad al cual le es reconocido el poder de ordenar la propia existencia de la colectividad, ahí donde el discurso religioso perdió esa capacidad.

  • Atribuído a Tiqqun

Según yo lo veo, el egocentrismo es el principal obstáculo para tener relaciones plenas que posibiliten el entorno de apoyo mutuo que biológicamente necesitamos para desarrollarnos plenamente.

Los miedos y las inseguridades que nos habitan, la falta de confianza, los roles de sumisión, autoritarismo, victimismo… condicionan la posición desde la cual nos relacionamos. Vivimos en la miseria afectiva, las personas estamos cada vez más aisladas, somos cada vez más incapaces de comunicarnos sinceramente, nos sentimos cada vez más atacadas, más resentidas, más solas, nos volvemos más inconscientes de nuestros propios estados, más ajenas a nuestros deseos y a cómo satisfacerlos… Somos portadoras de defectos incorporados desde nuestra más temprana infancia con los mil y un modos en los que nuestros procesos biológicos de desarrollo fueron agredidos. Estos defectos constituyen autolimitaciones, y nos impiden realizar nuestros deseos, tanto individual como colectivamente.

Nada nuevo. Milenios de cultura colonizadora pesan sobre nosotres.

Nos domina el egocentrismo, la cronificación de un estado que debería estar circunscrito a una fase temprana de desarrollo, en el que un organismo joven pone barreras de protección «extra» para protegerse de influencias desfavorables y presiones excesivas. Normalmente demandando esta protección de las adultas. Y así poder madurar. Dicho estado en nuestra especie es natural durante la primera infancia. Si tiene la protección adecuada de sus mayores, en el organismo joven van madurando por la propia interacción con el medio las estructuras de interacción (fisicas y psíquicas) y puede librarse progresivamente de esas barreras «extra».

Es un estado que tiene algo de paranoico: «aun no soy autónomo, por lo que me coloco en el centro de mi propia atención como forma de protegerme (todo me pasa a mí)».

La cuestión es que estamos a unas cuantas generaciones de distancia del momento en el que se les daba a las niñas esa protección y seguridad incondicional, sin moralizarlas, sin condicionarlas para que se adapten a las rígidas normas que imponen las miradas ajenas. En la sociedad que vivimos experimentamos sobre nosotres desde muy temprano las fuertes presiones de un sistema muy complejo, que operan tanto en las personas en desarrollo como en sus adultas de referencia. No se les da la oportunidad a las niñas de experimentar libremente con el mundo mientras son acompañadas por adultas.

Además, las propias adultas de referencia tienden a proyectar sus dolores y complejos en la niña. En nuestra civilización las niñas son los seres humanos sobre los que las adultas gozamos de una autoridad incontestada. Las niñas – como tantas otras – son un asunto «privado», protegido por los muros infranqueables de la Pareja y de la Familia. La moral protege la propiedad del «cabeza de familia», como extensión de su ego. Esto es aprovechado – normalmente de un modo inconsciente – para «lavar» los dolores no gestionados de las adultas en las niñas (y/o en la pareja).

Es un mecanismo psicológico para deshacernos (o aligerarnos) de nuestros traumas: volcarlos en la siguiente en la cadena. Siempre en el sentido de la jerarquía familiar.

Todo esto lleva a que este estado de egocentrismo en la niña, este estado de autoprotección extra del que hablábamos, se cronifique y se extienda a la vida adulta, terminando por constituír en sí mismo un obstáculo para la interacción con el mundo, y el propio desarrollo. Así es como las personas incorporamos nuestra necesidad de autodefensa-autoafirmación.

Conforme se acerca la edad adulta, el egocentrismo hace de la Moral su arma de protección y de ataque a lo distinto. El bien y el mal se emplean para atacar a quien no piensa como nosotras o para justificarnos a nosotras mismas. «Yo estoy en la Verdad, en el Bien; tú estás en el Error, en el Mal». Necesito ponerme por encima, dominar, volcar mis dolores, porque cuando mi ser estaba madurando no tuve la seguridad y la protección que necesitaba. Y esto es así porque nos criaron personas con este mismo defecto, etc. etc. Bola de nieve.

Es de esperar que, conforme las presiones de adaptación a una sociedad progresivamente más maquinizada son cada vez mayores, y con el discurrir de generaciones – cada una de las cuales transmitió más dolores a la siguiente -, prospere el egocentrismo, como un fantasma que se autoperpetúa sobre la existencia humana.

El reverso subjetivo del sistema de dominación basado en la mercancía (la propiedad privada no es más que una causa-consecuencia de este estado subjetivo).

Esta es nuestra herida. Sólo podremos tener relaciones plenas y subvertir las condiciones presentes si somos capaces de abrir las vías para acompañar su curación (y dejar de bloquearla por diversos medios).

He ahí entonces la trascendencia del cuestionamiento de la Moral. Se trata de romper el círculo vicioso (no sólo en lo que atañe a las generaciones venideras, sino también entre las «contemporáneas») para reapropiarnos de nosotras mismas y de nuestras relaciones.

Lo pudimos todo. Queremos más.

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