Dejo a continuación el siguiente relato, que recojo y traduzco desde el original en galego publicado en Abordaxe desde la web del Observatorio para la Defensa de los Derechos y Libertades EsCULca, y que informa sobre el suceso que tuvo lugar el pasado 2 de enero en una cafetería de Vigo, donde un hombre fue apaleado sin motivo aparente por una patrulla policial que presuntamente estaba en el local para realizar un control de drogas.
El hombre, que se encontraba acompañado de su pareja y de un amigo suyo, fue interpelado por un madero que le exigió que vaciase sus bolsillos, a lo que accedió sin poner trabas, pero cuando empezaba a sacar las cosas que llevaba, el mismo agente comenzó a golpearle, le retorció el brazo y le tiró a suelo, donde le esposó para luego continuar pegándole incluso una vez que se lo había llevado al exterior del establecimiento. Cuando la pareja del hombre exigió a los maderos explicaciones y pidió al que había pegado a su marido su identificación, fue ignorada por completo. El hombre, que no llevaba consigo nada ilegal o fuera de lo normal y que era, mira tú por dónde, votante del PP (fijo que la próxima vez te lo piensas dos veces antes de dar tu apoyo a lxs mismxs bastardxs cuyas renovadas leyes permiten que a ti te haya pasado esto y que, posiblemente, nadie vaya a pagar por ello), fue detenido, sorprendentemente acusado de desobediencia a la autoridad, insubordinación a la autoridad y resistencia grave, y puesto a disposición judicial.
Un caso más de tantos, una demostración y prueba irrefutable de que la policía no está ahí para «servir y proteger al ciudadano» como nos dicen desde sus medios, sus campañas publicitarias y sus discursos garantistas, y de que esto no son «incidentes puntuales» ni «hechos aislados» sino el resultado de un Estado policial que goza de cada vez más impunidad y poder para cumplir la que es, y siempre ha sido, su única función: Abusar e intimidar al pueblo para disuadirlo de llevar a cabo cualquier intento de rebelión contra el actual status-quo y su orden de cosas, en aras de proteger las actuales condiciones, sus sistemas de privilegios y sus miserias.
Maderos, Cerdos, Asesinos. 1312!!
————————–
José María M.V., 42 años, casado y con dos hijas. En la actualidad está en el paro. Trabajó siempre de camarero o en la construcción. Desde hace 20 años vive en Vigo siendo originario del Bierzo (León). Por las mañanas se dedica a llevar currículums por las distintas cafeterias y atiende los quéhaceres del hogar. Mientras tanto su mujer trabaja en un establecimiento que es popular po sus empanadillas.
El pasado 2 de enero José María, acompañado por su esposa María Lourdes, tras la invitación realizada por su amigo Jesús, que estaba de santo, se trasladaron hasta la cafetería O Festín, en la calle Rivera Atienza nº 3 (esquina con Fontáns) en Vigo, donde compartió tranquilamente unas copas con sus amigos.
La sorpresa de José María y de lxs clientes del mencionado bar, fue la entrada de forma abrupta en el lugar de más de siete miembros de la policía que presuntamente se disponían a realizar un control de drogas, ya que no existió denuncia alguna ni se produjera tampoco ningún altercado anterior.
José María, su mujer María Lourdes y su amigo Jesús, quedaron sorprendidxs por la manera en que la policía accedió al mencionao establecimiento. Uno de los policías nacionales, de forma impulsiva, le solicita que muestre las cosas que lleva en los bolsilos. Al comenzar a realizar el pedido policial, el mismo policía lo cogió del brazo y de forma violenta se lo retorció, y le golpeó salvajemente, lanzándolo al suelo para luego ponerle las esposas y seguir golpeándolo en el exterior del local, con otros policías.
Esta brutal agresión se produce ante su mujer, que requiere a los agentes que le aclaren cuál es el motivo de la paliza que estaba recibiendo su marido y la causa por la que estaban procediendo a su detención. Al ver que no hacían caso alguno a sus demandas, decide solicitar la identificación del policía que estaba agrediendo a su pareja. El agente se niega a dar su número de placa. La acción fue tan desmedida, que sorprendió a algunos de los integrantes de la propia comitiva policial.
Las heridas y golpes recibidos por José María hicieron que la mencionada patrulla policial tuviese que trasladarse primero al Hospital General de Vigo, para hacerle las correspondientes curas, para luego trasladarlo a la comisaria, donde pasó toda la noche. Al día siguiente fue puesto a disposición del juzgado de instrucción número 3 de Vigo, cuya magistrada es la jueza María Sol López Martínez. La denuncia efectuada por la policía fue caracterizada en las diligencias previas como: Resistencia grave, Desobediencia a la autoridad, Insubordinación a agente de la autoridad…
José María no portaba drogas, no es adicto a sustancia tóxica alguna, no tiene antecedentes penales. No es sospechoso de nada ni mucho menos integrante de ninguna organización violenta o radical, ya que es de hecho votante del Partido Popular. Este trabajador en paro fue víctima de la actual legislación penal que permite este tipo de actuaciones policiales. Es la herencia de la desafortunada Ley Corcuera. Y lo más terrible es que muy pronto se va a endurecer aun más esta legislación dando mayores atributos a la policía. El proyecto de ley de reforma del Código Penal y el proyecto de ley de seguridad ciudadana son muestras del terrible endurecimiento de la legislación penal que el ministro Galladón diseñó y cuyo principal objetivo es amedentar y reprimir al conjunto de la ciudadanía, especialmente a las y los jóvenes.
Jose María salió de los juzgados sin saber el motivo por el que fue golpeado indiscriminadamente, ni tampoco por qué fue detenido. Durante toda la noche se preguntaba cuál había sido su delito, y se sentía denigrado y humillado. Su rostro, su vestimenta juvenil, su edad, su apariencia… seguramente era el retrato-robot de un potencial drogadicto que aquellos policías tenían en su mente para el cacheo, el maltrato, los golpes y la detención. En su pensamiento emergía la figura afable y afectuosa de su mujer, de sus joviales hijas menores, pero también una tremenda sensación de impotencia ante la impunida que determinadas actuaciones policiales siguen teniendo.