Antes de nada, queremos dejar claro que nuestra intención con este texto no es tirarle mierda gratuitamente a la CNT ni generalizar, pues sabemos que algunos grupos de dicha organización no han apoyado esto, del mismo modo que sabemos que hay compañeres militando ahí haciéndolo lo mejor que pueden para incorporar discursos antiespecistas a los planteamientos del sindicato. Además, aun con nuestras diferencias, creemos que es un error empeñarse en restar a una organización que podría ser afín en lugar de implicarse en ella o aportar críticas constructivas y herramientas. Hay demasiado en juego para seguir diviendo el asunto entre «la CNT y los insus» (dicotomía absurda y falsa pero que estuvo de moda hace unos años, como muches recordarán). Sin embargo, hoy hemos topado con una situación ante la que ni podemos ni creemos que debamos permanecer en silencio.
En las últimas 2 semanas, la CNT (sindicato que se dice anarquista) en Valencia llamaba a 15 días de huelga en el matadero de Mercavaléncia exigiendo «dignidad y derechos». Nosotres nos preguntamos, ¿dignidad para qué?, ¿derechos para quiénes? Nos llama la atención que nos hablen de derechos y dignidad las mismas personas que trabajan asesinando, que dedican su vida a la masacre de animales no-humanes que, como ellos, también tienen deseos, pueden establecer una relación emocional con su entorno y un vínculo afectivo con otres animales (tanto de su especie como de otras), y que ante todo no quieren morir ni ser herides. ¿Existe acaso forma «digna» de realizar un trabajo como ese? Y lo más importante, ¿dónde queda la dignidad de les animales no-humanes asesinades en cada jornada?
Por nuestra parte, está muy claro. El discurso obrerista nos produce náuseas, ya que nos parece anacrónico y retrógrado, reaccionario y paternalista, y además creemos que debido a la influencia de la teleología marxista «santifica» una figura (la del obrero) que no es monolítica sino diversa y amplia encontrándose entre «los obreros» también elementos que no podemos evitar ver como enemigos. Nosotres no pensamos que una persona merezca nuestro apoyo por el mero hecho de vender su tiempo y fuerza de trabajo a cambio de un sueldo (ya que entonces tendríamos que plantearnos por qué empatizamos con carceleres y asesines de animales no-humanes y no con funcionarios de prisiones, guardias de seguridad privada en los psiquiátricos o incluso con maderos). Del mismo modo que tampoco respetamos labores como la de sicario y asesino a sueldo porque pensamos que la vida ajena no es nunca un producto sobre el cual establecer un contrato o intercambio económico (y esa es posiblemente la principal característica que nos diferencia de la escoria capitalista y burguesa que ve toda vida únicamente como mercancía o como medio para aumentar beneficios), tampoco queremos respaldar prácticas que reproducen la brutalidad especista. Entendemos que dentro de la sociedad en la que vivimos ninguna persona está exenta de contradicciones, y que nuestras «elecciones» no son libres, en la medida en que nosotres tampoco lo somos y estamos constantemente condicionades por el chantaje económico del salario. Por eso, podemos comprender que una persona termine trabajando en un matadero ante la desesperación por la precariedad. Sin embargo, como hemos dicho, bajo esa misma lógica también entendemos (que no justificamos, ojo) que alguien se haga policía, o militar, y eso no convierte sus decisiones en algo respetable para nosotres (ni para la CNT, que por supuesto no tiene cabida para policías, carceleros, milicos o seguratas). Simplemente partimos de la base de que igual que la CNT reconoce que ciertas ocupaciones no son justificables por la presión económica, debería plantearse que tal vez otras tampoco lo sean.
Entre las páginas 91 y 97 de su libro «Por encima de su cadáver: La economía política de los derechos animales» (OchoDosCuatro Ediciones, Madrid), Bob Torres habla sobre las consecuencias que el trabajo en mataderos tiene también para les operaries. Para ello, cita a Ed Van Winkle, trabajador de mataderos, en una entrevista que le realizó Gail Eisnitz para su libro «Slaughterhouse» (Matadero en inglés). Hablando acerca de las consecuencias psicológicas de su trabajo, Winkle dice:
“Miras a un cerdo que está andando por la sala de degüello a los ojos y piensas: ‘ese animal parece estupendo’. Te pueden dar ganas de acariciarlo. Algunos cerdos, estando en la sala, se han acercado a mí y me han dado con sus hocicos, como los perros. Dos minutos después los estaba matando, golpeando con una barra hasta morir. No me podía permitir sentir compasión”.“Cuando trabajé en la planta superior, sacando los intestinos de los cerdos, desarrollé la idea de que trabajaba en una cadena de montaje, que ayudaba a alimentar a la gente. Pero abajo, en la sala de degüello, no estaba alimentando a nadie. Estaba matando cosas. Me decía a mí mismo: ‘sólo es un animal, mátalo’”.“A veces miraba a las personas de esa manera también”, dijo. “Me he imaginado colgando a mi encargado bocabajo en la línea y degollándole. Recuerdo entrar a la oficina y decirle al jefe de personal que no tenía ningún problema en disparar a una persona, si te me pones delante, te mataré”
“Todos los matarifes que conozco llevan pistola y todos ellos te dispararían. La mayoría de los matarifes que conozco han sido arrestados por crímenes violentos. Muchos de ellos tienen problemas con el alcohol. Necesitan beber, no encuentran otra manera de asimilar que se pegan el día matando animales vivos que patalean. Si te paras a pensarlo, estás matando varios miles de seres cada día”.
También habla acerca de Virgil Butler, y dice lo siguiente:
«Virgil Butler, un antiguo trabajador del matadero de pollos Tyson, empezó a atrapar pollos para ser matados cuando tenía 14 años, para apoyar económicamente a su familia. Trabajó durante 10 años para Tyson realizando distintas funciones dentro del matadero; a los trabajadores se les trataba como “prescindibles” y trabajaban en condiciones peligrosas para su integridad física. Debido a la velocidad de la “cadena” de matanza, los trabajadores se arriesgan a cortarse a sí mismos. Butler explica que “sabías que ibas a lesionarte, pero no sabías cuándo”. Debido a las horas de trabajo y a la velocidad que se exigía, muchos trabajadores consumían anfetaminas para seguir el ritmo. El consumo de drogas no es inusual en un matadero, otros trabajadores de mataderos hablan del consumo de speed para aguantar.»
Por este motivo, pensamos (haciendo de abogades del diablo) que es importante no perder de vista el impacto físico y psicológico que tiene su trabajo para les empleades de mataderos, y aunque comprendemos que con la espada de Dámocles de la precariedad pendiendo sobre la cabeza es difícil plantearse renunciar a un empleo (volvemos a lo que dijimos antes sobre el chantaje del salario), no podemos evitar preguntarnos si realmente merece la pena conservar un trabajo que te destroza a nivel emocional y psicológico (a no ser que ya vayas «de serie» con alguna condición que te impida empatizar) y que además se basa en la masacre y el sufrimiento para alimentar un mercado cruel, innecesario, injusto y destructivo con personas, animales no-humanes y con el propio medioambiente, y que arraiga en la lógica central del sistema capitalista: convertir la vida en ganancia y a todo ser vivo en medios para obtener y acumular esa ganancia.
Hace unos años, desde Galiza algunes anarquistas escribimos otro texto con una crítica a la CNT por su respaldo al conflicto laboral de les trabajadores de Servicarne. Nos apena, y nos da rabia, comprobar que poco ha cambiado en este sentido, y que les animales no-humanes siguen sin ser tenides en consideración, pese a ser esclaves, con distintos roles pero parte de la misma cadena de explotación y brutalidad que hace funcionar la máquina de este sistema de muerte. Recomendamos a este respecto los libros «Los animales son parte de la clase trabajadora y otros textos» de Jason Hribal y «Bestias de Carga: Un intento de replantearse la separación entre la liberación animal y las políticas comunistas» de Antagonism & Practical History (ambos editados también en castellano por OchoDosCuatro Ediciones, Madrid).
Creemos que urge reflexionar en profundidad sobre ésto y sobre las consecuencias que nuestros egos siguen teniendo, no solo sobre animales de otras especies, sino sobre todes nosotres y sobre el propio planeta. Establecer conexiones entre las distintas realidades de opresión y explotación ayuda a empatizar, y a tender puentes para atacar con más eficacia y de forma más íntegra. Porque para les animales, poco importa si les mata un rico que un obrero, y aunque a nosotres no nos da igual y reconocemos y tratamos de empatizar también (sería estúpido y muy incongruente no hacerlo) con la opresión de clase que sufren eses trabajadores, sea quien sea el que agite el cuchillo o apriete el gatillo, lo que no cambia y se mantiene en todos los casos es que carne sigue siendo asesinato.
¡Guerra al especismo y a toda autoridad!