La mayoría de las personas viven una vida de tranquila desesperación. Lo que llamamos resignación no es más que una confirmación de la desesperación. De la ciudad desesperada pasamos al campo desesperado, y tenemos que consolarnos con la magnificencia de los visones y ratas almizcleras. Hasta detrás de los llamados juegos y diversiones de la humanidad se encuentra una desesperación estereotípica, aunque inconsciente. No hay diversión en ellos, porque esta viene sólo después del trabajo. Pero no hacer cosas desesperadas es una característica de la sabiduría – «Walden, o la vida en los bosques», de Henry David Thoreau
Recuerdo cuando, hace unos años, una persona a la que tengo bastante aprecio y aprovecho para mandar un saludo desde aquí a las lejanas tierras donde se encuentra actualmente viviendo, me aconsejó leer este libro. Yo por entonces estaba aun muy verde en la crítica antidesarrollista, y navegaba entre algunos fanzines de Amorós, el colectivo Los Amigos de Ludd (parece mentira que de ahí saliesen «elementos» de la talla del Félix Rodrigo Mora) y algunos textos traducidos de la editorial francesa Encyclopédie des Nuisances (Enciclopedia de las Nocividades).
Por entonces reconozco que lo dejé pasar, y no me lo leí hasta el otro día, que me encontré el libro de Thoreau en una biblioteca, y acordándome de la recomendación, decidí pillarlo. Os diré que me ha gustado mucho. No se trata de un manifiesto antidesarrollista, pero desentraña con perspicacia y sencillez muchas de las costumbres que por entonces marcaban y creaban las miserias de la vida moderna.
En «Walden o la vida en los bosques», Thoreau lleva a cabo una tarea doble: por un lado, lanza mordaces críticas a diferentes aspectos y valores de la sociedad de la época que le tocó vivir (allá por la década de 1850), y que a él le resultan incomprensibles e incluso despreciables (y con razón); por el otro, reflexiona y relata cómo vivió durante 2 años, 2 meses y 2 días en una cabaña de madera construída por él mismo a orillas del lago Walden, en Massachusetts (EE.UU.), donde puso en práctica su ascetismo, viviendo del cultivo y la recolección de sus propios alimentos, y dedicándose a la vida contemplativa y a escribir sobre sus experiencias. Thoreau pretendía demostrar con ésto que más allá de las absurdas y autodestructivas rutinas que generó e impuso la sociedad industrial en sus distintas etapas de crecimiento y devastación, se podía vivir libre, pero que la única forma auténtica de hacerlo en tales condiciones era regresando a los bosques y recuperando nuestra esencia salvaje al llevar a cabo una nueva filosofía de vida basada en el respeto a la naturaleza y sus demás habitantes y en considerar una valiosa recompensa todo aquello que la tierra nos proporciona para vivir (materiales para fabricar viviendas, alimento, calor o frío, agua…).
Evidentemente, la realidad ha cambiado desde entonces, y no es mi intención con esta reseña el fomentar una suerte de ascetismo escapista rural que deje de lado la necesaria praxis dentro de sus ciudades (por más que nos pese y por alienantes, rutinarias, grises, ruidosas, monótonas, frías, solitarias y contaminadas que éstas sean). De todos modos, aquellxs que, como un servidor, tengan entre sus planes vivir de la autosuficiencia en el campo algún día, encontrarán sin duda en este libro una motivación más, y un manifiesto brillante.
El libro se puede encontrar en PDF navegando por la red. No obstante, lo que yo he encontrado son ediciones muy reducidas (la edición que yo leí superaba las 200 páginas, y los PDF que he encontrado apenas alcanzan las 50). También se puede comprar y/o expropiar en papel en cualquier librería comercial. Además, Errata Naturae sacaron una edición (la última hasta el momento, que yo sepa) hace unos añicos. También puedes buscarlo en alguna biblioteca pública o en centros sociales y ateneos, ya que es un libro bastante famoso (para bien o para mal) y no es difícil de encontrar.
Si tienes la oportunidad, dedícale tiempo, vale la pena.