Cuando una densa capa de gas tóxico y químicos caducados cubre la calle asfixiando hasta a las hormigas, y mi único respiro son vuestras miradas llenas de esperanza y de rabia…
Cuando el enemigo golpea, apunta y dispara, y sus ensangrentados proyectiles encumbran la barbarie y atraviesan los corazones libres abriendo llagas en cuerpos que gritan y se agitan, y veo que, a pesar de ello, aun se devuelven los golpes, porque el olvido es el silencio y el silencio es complicidad…
Cuando, igual que Prometeo, los subalternos del Statu-Quo asaltan el Olimpo de sus Negaciones para robar el fuego con el que romper de una vez las luces intermitentes que nos secuestraron la mirada e iluminar de verdad la oscuridad de este espectáculo miserable. Cuando su superficie ficticia arde, rodeada por el baile de negras sombras riseuñas y enfurecidas, y noto aflorando también en mi interior esa fuerza para no esconder la mano tras arrojar la piedra, mientras las torres de marfil del control y la omnipotente técnica levantadas por el Dominio se desmoronan…
Cuando arden tantas estructuras de miseria, tantas piezas de este rodillo impenitente que gira triturando esperanzas, y que todo el mundo dice que ha vencido a la humanidad y al amor; cuando lo único que queda de esta triste y gris pesadilla cotidiana son las cenizas mecidas por la brisa suave, y del abismo emerge la posibilidad de la utopía, aunque sea un minuto, aunque sea un segundo…
En ese momento, en que las consignas dejan paso a la violenta poesía de lo bello, y la venganza contra un mundo imperdonable se hace patente, entonces os recuerdo. Vosotros, los niños salvajes, bailarines de incendios, los hijos bastardos de un presente moribundo que agoniza ahogado en su propia obediencia. Os horrorizaba la fealdad de una civilización tan abominable, odiabáis los himnos y los uniformes, las autoridades y sus dedos índices señalando la única Verdad posible. Nacistéis enamorados de una vida que os arrebataron sin dar explicaciones, para exponer en su lugar impostores escaparates que os prometieron lo inalcanzable. En aquellos libros que nunca quisieron dejaros leer, encontrastéis la dignidad, y la pasión os acompañó desde entonces, en un sendero salvaje hacia lo incierto.
Dejastéis de temer a la noche, y ni las cámaras ni los guardianes que amenazaban vuestros sueños fueron suficiente para frenar vuestro ímpetu. Atrás quedaron gritos en los muros, cristales rotos y madrugadas con olor a gasolina. Con el tiempo, necesitabáis más, pues la libertad era el crimen que nunca os cansaríais de cometer. Manis, actividades, debates, panfletos e innumerables sacrilegios a la luz de la luna, entre distritos financieros y casas deshabitadas. Ellos los centros. Vosotrxs el margen. El mañana era vuestro, y aquel 20 de julio, como no podía ser de otra forma, os arrojastéis una vez más a la pelea, convencidxs de vuestra decisión de plantar cara a las élites, presumidos dueños de todo. Las calles fueron vuestro campo de batalla, y entonces, un instante de brutalidad lo cambió todo…
El estruendo de una bala insonorizó las voces, y el viento dejó de soplar. Estupor y confusión, silencio, lágrimas y pesar. Dolor. ¿Qué hacer? Los asesinos rodean el cuerpo inerte y todavía sangrante, pues no se puede consentir que la prensa, fabricante oficial de la ignorancia a acatar por la plebe, ilustre la atrocidad. Alguien certifica la muerte, y Génova estalla. Rencor. Un sentimiento horriblemente placentero y seductor invadió entonces el pecho de la horda. La mesura se encontró con el desborde y retrocedió, mientras lxs chavalxs de negro le declaraban la guerra a la urbe.
Tal día como hoy hace 13 años era asesinado nuestro compañero Carlo Giuliani por los Carabinieri, mientras tomaba parte en los disturbios que se produjeron en respuesta a la cumbre del G-8 celebrada en la ciudad. Nos dirán que fue violento, hablarán del Black Block y de que eran unos radicales que rompieron escaparates y saquearon grandes almacenes, y quemaron bancos y apedrearon a los defensores de la ley y el orden, pero la auténtica violencia reside en cada maldita mañana que nos vemos obligados y obligadas a despertar en este asqueroso mundo, en la necesidad de dinero, en la insuficiencia existencial, en la falta de oportunidades y la ausencia de libertad.
Antes de Carlo cayeron muchxs otrxs, infinidad de nombres y rostros marcados a fuego en la memoria viva de la guerra social y la acción revolucionaria. Así mismo, tras él muchos otros fueron objeto de la ironía de perder la vida intentando recuperarla.
El tiempo, sin embargo, no se detuvo en aquel suelo de asfalto. La historia ha muerto, dicen algunos. No obstante, aun quedan muchos acontecimientos, muchas ilusiones que convertir en realidad, muchos escenarios que calcinar en este teatro absurdo. Continúan fluyendo las ideas y seguimos plantando cara a los mismos que sólo mediante inhumanos actos pudieron separar de nuestro lado a lxs compañerxs, matando y encerrando en frías cárceles, monumentos a la indolencia y a la hipocresía.
Porque cada vez son menos las personas que confían en vuestra sociedad y en su cínica moralidad, y se desvían de los caminos reglamentados que marcan las leyes para asegurar vuestros intereses. En los barrios y en el campo nace otra forma de relacionarse y de vivir, de ser y de comprender, y esa suerte de Comunidad es la tormenta que, una vez se desencadene de verdad, ahogará sin piedad la prisión enfermiza en la que habéis transformado nuestras vidas.
Nada ha sido en vano. Nada está olvidado. Nada ha terminado.
Los malos tiempos arderán… La anarquía es inevitable.
¡Maderos, Cerdos, Asesinos!