[Texto] «El hip-hop como lucha libertaria», por Worm

Recojo del Portal Libertario Oaca y difundo el siguiente texto firmado por Worm (que se describen así: «Worm es una máscara, una multiplicidad de rostros que confluyen en uno, en uno que grita, que canta y escribe.») y que aborda la temática de la relación que existe y que siempre ha existido entre la contracultura política negra de los ’60, el movimiento del hip-hop en los suburbios y los guetos de las principales metrópolis estadounidenses (y mucho más allá) y los movimientos contestatarios, incluyendo el anarquismo en sus diversas tendencias. Una relación que si bien está mermada en sus últimas etapas debido a la carcoma comercial y al éxito de los agentes recuperadores que asimilaron el hip-hop dentro de la cultura de masas más insípida, convirtiéndolo en otro sucedáneo más, todavía se mantiene firme y vigente, en cada colectivo o persona que se organiza con sus colegas y afines para hacer suya la calle, para expropiarle la ciudad al urbanismo carcelario de los ricos, pintarla, romperla y llenarla de ritmo y alegría.

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Más allá de un simple género musical, el Hip Hop es producto de múltiples movimientos sociales que entremezclaban ideas libertarias con corrientes artísticas. En este texto, Worm traza los coordenadas centrales de cómo se suscitó esta convergencia de elementos.

Domingo, 21:00 horas. Me encuentro leyendo la última versión de las cartas, manifiestos y escritos menores de Albert Camus, titulada Escritos Libertarios. Absorto en su generosa e insumisa palabra, en un ambiente tan colmado de rebeldía, no me había percatado de que al fondo sonaba una canción de rap que daba vida a la pequeña sala. Entre las diversas preguntas que aparecieron en mi cabeza, sólo dos me dejaron inquieto: ¿qué relación tiene todo esto? ¿tiene el ideal libertario alguna cercanía con el movimiento hip hop? Sumido en mis dudas, heme aquí, sobre el escritorio, con una hoja y un lápiz, tratando de esclarecer el asunto, trazando una síntesis que pueda –sin pretender hacer un estudio inaprehensible– darme una respuesta concreta.

El hip hop es un movimiento cultural que surgió al término de los años sesenta en el seno de dos de las comunidades afroamericanas más pobres de Estados Unidos: el Bronx y Brooklyn. Muchos difieren en lo que respecta al origen y afirman que en realidad nació en la West Coast (o la Costa Oeste). Como sea, no se puede negar –de ninguna manera– que en el fondo el hip hop supone un sincretismo de formas de ver la vida y de ideas originado por un movimiento espontáneo de las masas más vulnerables de esa época. Patrimonio pasado de generación en generación, su principal influencia proviene de una figura oratoria familiar en la tradición africana: la de los griot, narradores de historias tradicionales. Asimismo, el hip hop tiene una deuda inspiracional y formativa con la poesía revolucionaria del grupo de The Last Poets, el funk de James Brown (tan en boga por esos años), la música soul y el blues. La greda que se utilizó para esculpir sus pies se sacó de una larga historia de lucha social, rica en ritmos y poesías.

La canción que sonaba en la sala era del disco Let’s get free del grupo Dead Prez, que en español significa «Vamos a ser libres». La canción lleva por título «We Want Freedom» y su muy contagioso coro dice lo siguiente:

I don’t wanna be no movie star (no quiero ser una estrella de ninguna película)
I don’t wanna drive no fancy car (no quiero conducir ningún carro lujoso)
I just wanna be free, to live my life, to live my own life (sólo quiero ser libre, para vivir mi vida, para vivir mi propia vida)

La idea de la libertad, inmanente a la gleba más desposeída, más avasallada por la corrupción del poderoso, tan expuesta por Albert Camus –el siglo de odio como ejemplo– y tan presente para las plumas de Kropotkin, Reclus y Emma Goldman.

Tampoco debe dejarse de lado el contexto histórico en el que el movimiento surgió. En el año 1977, la ciudad de Nueva York sufrió un corte eléctrico que afectó gran parte de la ciudad, en especial Brooklyn, y en el que se suscitaron saqueos a más de mil quinientas tiendas de la zona. El resultado: tres mil arrestados, en su mayoría pobres y afroamericanos. Debido a la falta de recursos, la discriminación, la miseria, la idea de venganza y sobre todo la desesperación, lo que sucedió fue manifestación del malestar que conlleva la desigualdad económica y social en cualquier lugar del mundo y dejó al descubierto la necesidad que se vivía en los barrios afroamericanos –cosa que no ha cambiado mucho. Una situación llama la atención de este hecho: los objetos saqueados: mesas de mezclas, micrófonos y equipos de sonido fueron algunos de los objetos que más se robaron. Pero ¿por qué me llama la atención? La razón es precisamente que este hecho histórico –dejado en las taras del tiempo– de cierta manera proporcionó a los jóvenes las herramientas y la posibilidad de hacer música. Las nuevas generaciones que se beneficiaron de esto ahora podían expresarse y sumarse al ritmo nuevo que apenas daba signos de vida en los vecindarios de esos años: el hip hop. La lucha de clases, la idea de expropiación, la manifestación artística, la crítica al poder y el ocio creativo tenían una sorpresiva relación con el hip hop. Me recuerda los capítulos sobre bienestar social y expropiación de La conquista del pan, del ruso Piotr Kropotkin, sin duda su libro más distribuido por el bando revolucionario en la guerra civil española.

Con el paso de los años el hip hop tomó variadas formas y diversos caminos, revolcándose en las fiestas de los barrios o block parties y sobre todo alzándose sobre las pandillas de jóvenes que atiborraban las calles de Nueva York (precisamente fueron ellas quienes forjaron a los principales personajes de su cultura, como lo son DJ Kool, Herc, Grandmaster Flash, Afrika Bambaataa, Melle Mel, del grupo The Furious Five). El corte rítmico sobre el disco de vinilo, la mezcla del funk y la onda disco, el animador de fiestas y sus rimas, muchas otras formas y técnicas paridas por la improvisación y los escasos medios de la época despedraron la zona y dejaron el escenario listo para el florecimiento del break dance y de los maestros de ceremonia llamados MC. Debemos tener en cuenta, y esto es muy importante, que en aquellos años el hip hop se plasmó en los muros de las calles y en los vagones del metro; la nueva cultura forjada en torno a él se plasmaba sobre el alumbrado eléctrico y los puentes callejeros, dejaba trazos con aerosoles sobre cualquier espacio de la ciudad donde había que dejar huella de la desobediencia al orden establecido. ¡Actitud! Mucha actitud, otrora lo necesario para alzar la voz y las armas contra el Estado y sus ejércitos en las huelgas generales. Las armas del hip hop fueron también las pinturas, algunas de ellas imborrables, como los rayados del Taki 183 y las postales de los albores del hip hop tomadas por la reconocida fotógrafa Marta Cooper, y el famoso Wild Style, estilo salvaje, estilo callejero, estilo rebelde, estilo completamente anárquico.

El movimiento hip hop, conformado por sus principales elementos: baile, canto, pintura y los DJ, tomó forma y fuerza indisoluble y de un gran salto se lanzó a vivir, a expandirse por el mundo. En los años ochenta, la industria musical tornó su mirada funesta y obsesiva sobre el hip hop y especialmente sobre su canto, mejor conocido como rap (rhythm and poetry), que consistía en improvisación y rimas sobre una pista musical, lo que lamentablemente contribuyó a la enajenación y desgaste de su esencia revolucionaria, al tiempo que saturaba de lujosas cegueras y excentricidades al movimiento. Esto no es lo que me atañe por ahora, ni compete a lo que ando buscando. Afortunadamente muchos hip hoppersse dieron cuenta de esta falta y en esos mismos años emergió un grupo llamado Public Enemy, de lengua ácida y revoltosa. Su principal rapero, el MC Chuck D, vociferaba un cántico contestatario y sin mordaza: era una soflama para los oídos de los dirigentes infames de las ciudades. Un ejemplo claro es su canción «Fight the Power», lanzada a finales de los años ochenta. En ella está el siguiente verso:

Make everybody see, in order to fight the power that be.
Let me hear you say:
Fight the power.

En pocas palabras, Chuck D deja la alerta: «Pon atención, el poder es el enemigo». Aunque hoy –después de treinta años– hayan terminado abrazados de las políticas de Obama, Public Enemy puede ser la primera conexión inmediata del rap con las luchas libertarias. De súbito, me hace recordar el legado de tantos escritores libertarios que nos llamaron a desafiar al poder y su diseño de servidumbre humana, tantas manifestaciones en pos de la lucha social, las revueltas magonistas de principio del siglo XX, la Revolución rusa y el ejército negro de Néstor Majnó en los campos de Ucrania, por mencionar solamente algunos ejemplos.

Dentro de todas las luchas sociales que el mundo ha parido, hay una que puede darnos el haz de luz, una respuesta concluyente a las primeras interrogantes que me hice, es una lucha que se engarza a la cultura hip hop desde sus primeros años, y que se dio en el momento en que las comunidades afroamericanas tomaron consciencia de su poder contestatario, la que si no es su madre, seguramente es su hermana mayor. Me refiero al movimiento de los Black Panthers, los Panteras Negras. Fue en sus aulas, en sus concentraciones, en sus hogares; fueron sus miembros, sus hijos y sus nietos; fue gracias a todo ello que se legó una idea revolucionaria con la que se impregnó el movimiento del hip hop.

El hip hop, más allá de asumir un ritmo nuevo y una nueva técnica, es un movimiento multicultural, politécnico, multifacético, original, y sobre todo revolucionario, que carga con muchas sonrisas y también con muchos pesares, una historia completa y un mundo por sí mismo.

En mi radio suena KRS-One, su canción «Free Mummia». ¿Quién es Mumia? Mumia Abu-Jamal es un escritor afroamericano, periodista y preso político, acusado injustamente y de forma confusa del asesinato de un policía en 1981. Fue sentenciado a muerte, pero conmutó su pena a cadena perpetua. Mumia fue miembro de los Panteras Negras y simpatizante de la organización MOVE, y en realidad fueron estas actitudes suyas las que ponían en jaque al gobierno de Philadelphia. El rap siempre ha tenido esa savia de rebeldía y ese apoyo a las causas sociales. Esta canción es un ejemplo vivo de aquello. Y no por nada en grandes manifestaciones internacionales donde han participado intelectuales de la talla de Noam Chomsky y David Graeber, dos escritores libertarios anarquistas, el show musical está presidido por grupos de rap. También KRS-One tiene una canción con Zack de la Rocha, vocalista de la banda Rage Against the Machine, llamada «CIA» (Criminals In Action), que no necesita descripción, pues su título es elocuente.

En los años noventa, esta relación entre la lucha libertaria y el hip hop se hizo más exigua, aunque aún vive, a la sombra de los hip hoppers de los años dorados. En este tiempo, no obstante, toman mayor notoriedad los lujos, las drogas, la misoginia y la violencia de los barrios. El valor de la lucha quedó relegado a pocos cantantes de rap de los noventas y a una parte minúscula de sus repertorios y álbumes, aunque muchos, independientemente de la fama a la que ahora accedían, no se olvidaron del valor de la lucha y la resistencia social. Tupac Shakur, o simplemente 2pac, importante rapero de la Costa Oeste, hijo de una pantera negra de nombre Afeni Shakur y otro integrante del partido, nos dejó dos canciones –por mencionar sólo dos de su enorme repertorio musical– que manifiestan una crítica implacable contra el Estado. Una de ellas lleva por título «Letter to the President», y tiene un verso que dice: «But then America fucked up and blamed up», que sería algo así como «América (Estado) nos jode y a la vez nos culpa». ¿No recuerda esta frase a la de Moro en su utopía?: «¿Qué otra cosa es esto, sino hacerles ladrones y castigarles luego?». O la canción titulada «Killuminati», en la que expresa sin rodeos cómo las armas y las drogas fueron puestas en manos de la población afroamericana para generar una guerra entre hermanos del mismo color y legitimar el poder de los que él denomina illuminatis. Todas estas ideas, su muerte repentina y extraordinariamente confusa a manos de un sicario, su carpeta policial que carece de pruebas cruciales y el hecho de que los testigos claves fueron acribillados al poco tiempo dejan sobre la mesa muchas teorías conspirativas que apuntan a que el gobierno es el verdadero responsable de planear su asesinato.

En la segunda mitad de la década de los noventas, muchos grupos y cantantes tuvieron notoriedad por sus letras y contenidos críticos. Entre ellos podemos mencionar a Kool G Rap, Masta Ace, Jeru the Damaja, The Fugees, Dead Prez (presidente muerto), KRS-One, Nas, Gza (del emblemático grupo Wu Tang Clan). Atrapado en los ejes de lo comercial y lo social, el rap no soltaba de sus manos ni el dinero ni su historia y se consolidó y mantuvo con estas dos características por muchos años. Nunca dejó de criticar al sistema y a la policía, pero lo cierto es que con su «Fuck the police» y su «Thug life» generó beneficios económicos a través de lo obtenido mediante las disqueras y los conciertos musicales.

No sólo en Estados Unidos acaeció el rap combativo o de contenido social. Francia tuvo grupos como IAM, 2 Bal 2 Neg y Ntm; España por su parte parió a Violadores del Verso y Frank T; Chile a los Panteras Negras (ya no es casualidad) y De Kiruza. En definitiva, en cualquier parte del mundo donde el movimiento hip hop encontró un espacio llevó consigo la idea revolucionaria, que aunque no era prioridad en la manifestación artística, siempre estuvo considerada. Esta idea revolucionaria e histórica no llegó a ser protagónica sino hasta los últimos años, en pleno siglo XXI, cuando surgieron los grupos más radicales, autodenominados de «rap de lucha», o simplemente de «rap anarquista». ¿Rap anarquista? Sí, lo que andaba buscando ya es un hecho en esta época que trascurre lentamente, llena de monotonía artificial y sonrisas esclavas, acéfalos mecánicos y calles repletas de vidas decadentes, es aquí donde pueden verse los primeros vestigios del rap de lucha anarquista. Son incontables los grupos musicales que se definen en ese sector. La cuestión ahora es relacionar las luchas libertarias y anarquistas con el hip hop, en especial con su rap. Por fortuna, la lista de estos grupos actualmente es demasiado grande. Los grupos de rap anárquico que tengo a mano y de mayor difusión son Voces Clandestinas y 8-9 Puñaladas de Chile, Lírika Podrida de México, Aire y Humo de España; las raperas MC Keny Arkana de Francia y Rebeca Lane de Guatemala. Aunque no todos manifiesten esa influencia de las raíces negras rítmicas creando nuevos sonidos, la idea rebelde sigue intacta y la fuerza revolucionaria continúa sin detrimento.

El movimiento hip hop no deja de lado su fuerza social, y mientras siga a la par, codo a codo, con los oprimidos, combatiendo al diantre de la injusticia, será un arma y una herramienta para sobrepasar la miseria. Esto es evidente en gran parte de África, especialmente en Nigeria y Senegal. El nervio revolucionario de estos países ha servido para contrarrestar el espectro de las drogas y la pobreza extrema; la fuerza que tiene el hip hop en estos sitios les ha ayudado con estos y otros problemas.

Todos deberían conocer lo sublime del trabajo de los hip hoppers por dondequiera que el movimiento marche con paso agigantado. Son más de cuarenta años y aún no hay pruebas de cansancio. ¿Existe algún otro movimiento social o musical que haya logrado suscitar después de tanto tiempo lo que el hip hop suscita en nuestros días? No lo sé, pero respirar y hacer hip hop es llenarse de lucidez, es aliviar nuestros sufrimientos y de alguna u otra manera combatir en la trinchera desde la que lucha la rabia social. Es justicia a nuestro modo. Como dijera Camus, «la justicia nunca va separada de la rebeldía».

Finalmente, ya teniendo a mano las evidencias suficientes, puedo decir que todo lo que provenga de los oprimidos para enfrentar la miseria es una lucha libertaria. Les dejo con el disco Perdonen si mi silencio les causa tanto ruido (2013), de Voces Clandestinas, con una introducción de Mumia Abu-Jamal y Christian Ferrer, sociólogo y anarquista argentino.

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