[Texto] ¿Quién cojones disfruta de este siniestro?

El siguiente texto fue escrito por una compañera y amiga, y publicado en su blog hace unos meses. Ayer me lo pasó y tras haberlo leído no he podido resistir la tentación de difundirlo. Es una de esas reflexiones desgarradoras sobre una realidad desgarradora. Uno de esos textos descriptivos dolorosos porque describen una realidad dolorosa, un sistema doloroso, una indiferencia dolorosa, que angustia, que apaga, que entristece, que mata. Porque hay una guerra librándose aquí y ahora, en cada rincón del planeta; una guerra del dinero contra la vida, de las ganancias contra la dignidad, de los índices bursátiles contra las ilusiones, de la razón de Estado contra el sentido común, de la barbarie contra los sueños. Y lo más terrorífico no son las muertes, ni la explotación, ni la devastación de la naturaleza, ni lxs animales encerradxs y esclavizadxs a millones en zoológicos, laboratorios, granjas y mataderos, ni sus cadáveres expuestos con total normalidad en carnicerías, ni sus gritos en cada bote de champú o en cada fármaco testado, ni sus lamentos y lágrimas en cada tazón de leche. Lo peor es que no importa, que a nadie le importa, que no duele, que no agobia, que no hiere, que nos han insensibilizado tanto que hemos naturalizado la brutalidad absoluta y la supresión del entusiasmo, y que aquellxs que no podemos seguir mirando pero tampoco apartar la mirada, aquellxs que lloramos, aquellxs que llevamos el estómago lleno de rabia, una rabia que muerde, que estruja, que agobia y agota, somos lxs locxs, lxs enfermxs, lxs violentxs, terroristas, radicales y extremistas porque el término medio es el dogma favorito de lxs genocidas.

Eso es lo más doloroso y violento de todo.

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Ya no entiendo el mundo. Si he de ser sincera, hace mucho, muchísimo, que he dejado de entender el mundo. Vivimos en una bomba de relojería. Tenemos los pasos tan marcados, tan contados, tan estructurados. No tenemos tiempo para elegir nuestro propio destino. Nunca lo hemos tenido desde que nacimos. De vez en cuando leemos 1984 y nos asombramos de lo terrorífico. Y lo más terrorífico es que la realidad es mucho más jodida. Es mucho más absurda. Y nos hemos alienado tanto. Todos. Todas. Que ni si quiera podemos verlo. Ya no es política, ni debates ideológicos que valgan. Son millones de personas muriéndose. Siendo asesinadas. Por todxs nosotrxs. Por nuestra pasividad. Por una rueda que parece que gira sola. Pero que gira con el empuje que le damos en cada hora programada de nuestra vida. Y nadie. Ni siquiera nosotrxs. Lxs revolucionarixs. Lxs libertarixs. Ni siquiera nosotrxs dejamos de empujar. Ya no es literatura. Ni un discurso. Ni una idea. Ni un programa. Son millones de nombres que no caben ni siquiera en una lápida. Son millones de manos infantiles que cosen. Millones de manos infantiles que masturban. Millones de manos infantiles que arañan tierra con los dedos en busca de coltán. Millones de manos infantiles que se hacen mayores. Y siguen cosiendo. O masturbando. O arañando el coltán. O tantas otras cosas. Y en la otra cara de la moneda, millones de niños y niñas y adultos y adultas zombies mirando y tecleando detrás de una pantalla. Una pantalla diminuta llena de piezas diminutas. Un montón de piezas diminutas que algún día estuvieron a tantos kilómetros de estos dedos. Un montón de piezas diminutas que un día fueron tierra. Que tocaron los dedos de esxs niñxs. Muchxs de esxs niñxs ya han muerto a día de hoy.

No vale la pena. A ningunx nos vale. Ningún/a ser humano aceptaría ese destino. Esa carga de conciencia a sus espaldas. Porque nadie carga con ello. No hay culpables porque lo somos todxs. Porque quienes pinchamos menos en la tarta, vemos grandes culpables. Vemos sombras gigantes. Y no comprendemos cómo esa sangre fría. Cómo esas cuentas tan manchadas de sangre y tan inmunes.

Y sin embargo, no nos preguntamos cómo esta apatía. Cómo la pasividad. Cómo el levantarnos cada día a la hora que se pide para ir al lugar donde esperan nuestros cuerpos. Cómo no explotar en el ya, en el ahora. Cómo mientras sabemos todo esto. Cómo mientras millones de muertes dejan de ser “muertes” y pasan a “millones”. A cifras. Porque pensar en cifras duele menos que pensar en cadáveres. En sangre que se extingue. En cerebros que piensan, en sueños que sentían, en ilusiones que se fugan día a día sin que nadie. Ningunx. Ni siquiera nosotrxs. Lxs valientes, lxs revolucionarixs. Hagamos nada por subvertir este estado mental esquizogénico. Que aguantemos ese gotero de muertes. Que lo aguantemos pacientes. Que esperemos a saber qué y a saber hasta cuándo.

Yo ya no entiendo este mundo. Hace tantísimo tiempo que dejé de entenderlo. Que dejé de entender que quienes dicen “libertad” den tanto miedo. Y que se mamen cárcel. Y que mueran en ella. Que dejé de entender que haya tanto héroe con listas interminables de muertxs inocentes a su espalda. Y tantx terrorista y criminal por bancos expropiados para que coman esxs que se mueren de hambre. Por quebrar edificios que siguen la rutina de esos asesinatos permitidos, de esa sangre fría que sí puede gotear sin nombrar lxs culpables. Que las ganas de libertad, libertad para todxs en todos los rincones de este jodido mundo, generen tanto asco. Tanto odio. Tanto rechazo en tantísimas partes. Que cuando se habla de deconstruír un mundo que asienta sus pilares sobre las cabezas moribundas de millones de esclavxs. De esclavxs reales. De muertxs reales. De sangre real. De guerras reales. De millones y millones de siglos de personas asesinando a personas. De balas atravesando pieles. De dolor sobre el que sustentar un mundo artificial que mata la esperanza en todas partes. Que cuando se habla de deconstruír ese mundo haya aún un arsenal tan inmenso, un ejército horrible que perpetúe la seguridad del sistema.

Que todxs seamos personas. Personas con sentimientos. Personas con empatía. Personas que día a día tratamos con personas. Y amamos. Y creemos en algo. Personas que sentimos. Personas que vivimos y sufrimos y sabemos que sufrir es terrible y que no lo queremos. Que todxs seamos personas y sin embargo cuando se habla de deconstruír los pilares de la inhumanidad, los pilares del odio, los pilares del asesinato hecho norma, hecho balance y estadística. Que cuando se habla de deconstruír eso y se alce la voz con un mínimo eco, aparezcan maderos esperando en tu puerta, te cacheen enterx, denuncien tus palabras, te busquen en la esquina de la calle para darte un cadenazo en el cuello, te busquen las cosquillas para hacerte sentar el culo frente a unos tribunales, te encarcelen si pueden, te maten en la cárcel como se mueren tantxs al año tras las rejas sin que nadie lxs sienta. Que en un mundo tan cargado de violencia, en el que la sangre real es tan sistemáticamente transmitida, tan sistemáticamente comprendida por todxs, que en un mundo tan violento y tan sangrante cuando la impotencia revienta los pulmones en alguien que no aguanta tantísimx asesinx sin nombre y necesita visibilizar esa rabia, y recurre a ese símbolo que es romper los cristales de un banco (un banco criminal, un banco que sí mata día a día a millones de rostros con nombre y apellido y sangre de verdad corriendo por sus venas), que en un mundo en el que se elogia y se abandera la tortura indiscriminada y genocida, ese chaval que rompe una ventana sea el ser más violento para todxs. Que se vea en su rostro el alma criminal del que guarda esperanza por cambiar este mundo. Que lo criminal sea esa esperanza. Que lo criminal sea no soportar las gotas de sangre que nos bañan la vida. Que lo criminal sea querer parar la máquina homicida.

Cómo entender el odio que sustenta el sistema. Cómo entender que dé tanto miedo la palabra anarquía. Que hablar de un mundo libre en el que construyamos codo a codo, sin más represaliadxs, sin más torturadxs, sin más cadáveres, sin más sufrimiento sin sentido. Que hablar de un mundo libre se tache de imposible. De utópico. Que creamos tan poco en la capacidad de nuestras manos. Que estemos tan sumamente convencidxs, por lo visto, de que el mundo sólo puede funcionar así: Con millones de personas muriendo día a día para que una pequeña parte de la esfera terráquea tenga mil idioteces que no les hacen libres. Ni libres ni felices. Para que en una pequeña parte de la esfera terráquea, miles de personas vayan todos los días a un trabajo de mierda que no les llena nada y pasen las semanas esperando con impaciencia el sábado para joderse el hígado bebiendo y no pensar en nada. Que estemos tan sumamente convencidxs de que el mundo sólo puede funcionar a base de tanto sufrimiento sin razón de ser. Aunque luego nos explote la realidad en la cara y algo nos retuerza en las tripas a todxs. A absolutamente todxs. Cuando vemos las muertes que rodean nuestras vidas. Aunque nuestras tripas nos digan a la legua que algo falla. Que todavía así sigamos señalando con el dedo al criminal que ocultan esos pasamontañas. El criminal que no quiere la muerte estipulada, que no quiere el genocidio callado, la agonía correcta, la complicidad políticamente correcta de no tener prisa por cambiar este mundo cuando las balas no cesan ni un segundo de taladrar los cráneos. De un muerto. Y otro muerto. Y de otra muerta más. Mientras las balas tienen tanta prisa, que sea tan criminal la prisa por pararlas. Por evitar que siga la máquina de muertxs.

Y sería tan fácil. Tan fácil y tan lógico. Que parase el goteo de las muertes. Que quisiéramos construir en libertad. Que pusiéramos todo nuestro empeño por ver crecer en nuestros propios dedos un mundo que sí surja de nuestras libertades. Lo saben todxs lxs que han vivido una revolución. Es sumamente fácil construir todxs juntxs cuando se tienen ganas. Y que sea tan fácil crear la libertad. Y que todxs se opongan tan enraizadamente. Y que aún lxs pocxs que empiezan a sentirlo y que ven el presente como el único campo de batalla. Y que entienden que es en el ahora donde están muriendo personas sin cesar por el tic-tac de este sistema genocida. Y que es por eso que sólo puede ser aquí, en este ahora que se construye a base de muertes por minuto, en el que se genere también la resistencia activa, la autodefensa plena, la lucha por frenar cómo sea y al precio que sea necesario esta bomba de relojería constante que es el mundo. Y que entienden que es tan necesario como necesaria es la vida de todas las personas que ahora mismo, mientras otrxs están sentadxs en algún sitio del mundo leyéndose estas lineas, están muriendo debajo de las bombas, o muriendo asfixiadxs tras las minas, o muriendo de hambre por la guerra constante que es el mantener este Occidente. Que es tan necesario luchar como la vida, porque si queda alguna, aunque sea alguna ínfima esperanza de que esta bola de sangre deje de rodar río abajo, es necesario hacerla resurgir. Como sea. Desde donde sea. Y que aún las pocas personas que empiezan a sentir lo duro de esa urgencia y se pongan en marcha con los pocos recursos que tengan en sus manos sólo tengan un futuro seguro: La criminalización entre la gente, la cárcel segura más tarde o más temprano, el olvido infinito detrás de los barrotes, la muerte lenta y seca del que ha dado su vida por cambiar un mundo en el que nadie escucha, en el que se confía más en el genocidio, siempre que no nos mate, que en la libertad sincera, en la lucha sincera, en la urgencia de quien aún no se ha convencido de que haya una sola causa sistemática que justifique que no pare la sangre de correr en todas partes.

Cómo entender la sangre tan normal, tan programada, tan estandarizada, cuando sería tan fácil la esperanza.

Bailemos alrededor del desastre

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