A menudo nos encontramos con obstáculos dentro de espacios de convivencia que pretendemos que sean horizontales y libres de cualquier actitud autoritaria. Son comportamientos que, sean o no a propósito, deterioran y terminan por destruir cualquier relación saludable entre las personas que comparten ese entorno o ese proyecto, haciendo de la convivencia casi una obligación o una condena y no una práctica colectiva, alegre y rebelde para emanciparnos de la dominación y aprender a tratarnos y cuidarnos de otra manera, y a crear relaciones que realmente amenacen las bases de esta sociedad enferma.
Gran parte de esos comportamientos comparten un patrón y una raíz de género, y se encuentran motivados por las formas de comunicación alienantes, autoritarias y prepotentes que el Patriarcado creó y en las que somos educades, para reproducirlas, interiorizarlas, normalizarlas…
Romper con eso es fundamental si queremos hablar de superar la autoridad y construir espacios donde de verdad no tenga cabida. Partiendo un poco de ahí, comparto a continuación este texto, originalmente publicado en inglés dentro de otro texto titulado «Overcoming masculine oppression in mixed groups» («Superando la opresión masculina en grupos mixtos») y del que encontré esta versión en castellano (con el título «¿Lenguaje «machista»? No sé de que me hablas…«) en el Manual Básico de Convivencia en Comunidad, editado por distintos colectivos de Cataluña (Difon la Idea, Repoblament Rural y la red Rizoma de proyectos de okupación rural). El manual está dirigido especialmente a comunidades rurales antiautoritarias, pero se puede extrapolar perfectamente (por desgracia, porque eso significa que no hay ningún espacio sano que sea la excepción) a cualquier otro ámbito o espacio antiautoritario común.
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¿Lenguaje «machista»? No sé de que me hablas…
Por lo general son los hombres, aunque sean minoría, los que controlan las actividades en los grupos mixtos. Podemos hablar casi de “un esquema masculino del comportamiento”; no es que las mujeres no se expresen nunca así, pero generalmente son los hombres los que tienen el privilegio de actuar con esta impunidad. Estos comportamientos mantienen este privilegio, alienando a aquellas que buscan intercambios mas naturales, igualitarios y eficaces.
Algunas personas han empezado ya a identificar los esquemas de poder que los subyacen y a asumir la responsabilidad de deshacerse de ellos.
Aquí aportamos una lista de comportamientos que deberíamos transformar en nosotros y alrededor nuestro:
EMPECEMOS POR PRESTARLE ATENCIÓN EN NUESTRO ENTORNO Y EN NUESTRAS INTERVENCIONES.
Las características del lenguaje machista:
Jugar al “solucionador” de problemas
Ser siempre el que tiene la respuesta o la “solución”, antes de que los demás tengan la oportunidad de contribuir al intercambio.
Dominar la conversación
Hablar demasiado a menudo, demasiado tiempo, demasiado fuerte.
Hablar con «mayúsculas»
Presentar nuestras opiniones y nuestras soluciones como si fueran el punto final sobre cualquier asunto, reforzando la actitud con el tono de voz y la actitud corporal.
Actitud defensiva
Contestar a todas las opiniones contrarias a la nuestra como si fuera un ataque personal.
Buscarle el pelo al huevo
Señalar cada imperfección de las intervenciones de las demás y una excepción a cada generalidad enunciada.
Dirigir el escenario
Coger continuamente la responsabilidad de la tareas importantes, antes de que las demás tengan la posibilidad de ofrecerse como voluntarias.
Reformular
Repetir en nuestras propias palabras lo que alguien (generalmente una mujer) acaba de decir con perfecta claridad. Retomar la conclusión de una intervención redirigiéndola hacia nuestros propios fines (fenómeno “recubrimiento”).
Buscar el centro de atención
Recurrir a cualquier estrategia o farsa para atraer el máximo de atención sobre nosotras, nuestras ideas, etc.
Menospreciar
Empezar nuestras intervenciones con giros de este tipo: «Antes pensaba esto, pero ahora…» o «¿Cómo puedes llegar a decir que…?”
Hablar por los demás
Hacer de nuestras opiniones la voz del colectivo para darle más peso: «Muchos entre nosotros pensamos que…”. Interpretar para nuestros fines lo que dicen las demás: “Lo que ella quiere decir en realidad es que…”.
Forzar
Imponer como válidas solamente el contenido o la tarea, alejando el grupo de la educación de cada una, y también de una atención al proceso del trabajo colectivo y a la forma de las producciones.
Desviar la cuestión
Desviar el tema para llevarlo a un terreno que dominamos para brillar y darle libre curso a nuestro discurso habitual.
Negativismo
Encontrar siempre incorrecciones o problemas en todos los asuntos o proyectos tratados.
Escucharse únicamente a sí mismo.
Formular mentalmente una respuesta cuando apenas una persona ha empezado a hablar, dejar de escucharle y aprovechar la primera ocasión para tomar la palabra.
Intransigencia y dogmatismo
Adoptar una posición tajante, con un tono de voz incuestionable, incluso en asuntos pequeños.
Jugar a la jerarquía
Agarrarse a posiciones de poder formal y darles más importancia de lo necesario.
Evitar cualquier emoción
Intelectualizar, bromear u ofrecer una resistencia pasiva cuando llega el momento de intercambiar sentimientos personales.
Condescendencia y paternalismo
Infantilizar a la mujeres y a las recién llegadas. Frase típica: “ahora, ¿alguna de las mujeres tiene algo que añadir?”
Ligar
Tratar a las mujeres con seducción, utilizar la sexualidad para manipular. “Humor” ambiguo o pro-feminista de fachada.
Hacerse el gallito
Buscar la atención y el apoyo de las mujeres entrando en competición con los hombres delante de ellas.
Síndrome del Tío Gilito
Concentrar celosamente las informaciones importantes del grupo en nuestras manos para nuestro propio uso o beneficio.
…
Estos comportamientos debilitan mucho la riqueza de los conocimientos y aptitudes que podría tener el grupo. Las mujeres y los hombres que tienen menos seguridad que las demás, sobre todo en un entorno competitivo, quedan excluidas de los intercambios de experiencias e ideas. Si no acabamos con el sexismo dentro de los grupos que persiguen un cambio social, no será posible un movimiento para un verdadero cambio. El movimiento se hundirá en las fracturas y ni tan siquiera lograremos plantear claramente la liberación de las relaciones opresivas impuestas a las mujeres. Todo cambio social quedará incompleto si no incluye la emancipación de las mujeres y de los hombres de las estructuras que reproducen las relaciones opresivas.