Recibimos y compartimos desde el blog de les compañeres de Detrás del Escenario (colectivo anarquista de trabajadores en conflicto de las cargas y descargas del montaje de escenarios) este texto, tratando la problemática de los «accidentes laborales» desde una perspectiva de ruptura y abolición del trabajo asalariado y del sistema que nos lo impone.
Porque el trabajo asalariado digno es una contradicción semántica.
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Corres peligro. Y, posiblemente, no seas consciente de ello. Probablemente, sin saberlo, te coloques en la linea de fuego durante 40 horas a la semana (eso sobre el papel, sabemos que realmente le dedicas muchas mas horas). O menos horas, pero la misma miseria de retribución. Seguramente, en lo mas hondo de tu ser, no quieras ponerte en esa situación peligrosa de manera cotidiana. Pero la sociedad -y sus títeres- te han hecho pensar que estas ahí por elección, y si te das cuenta de que no es así y lo expresas, te señalará con su gran dedo acusador y gritará: VAGO. Aparte de condenarte a la miseria. Esta situación de peligro, esta condena cotidiana y perpetua, se llama trabajo.
Algunas personas nos tacharán de alarmistas, dirán que buscamos excusas para no trabajar (no necesitamos excusas; lo decimos bien alto y claro: NO QUEREMOS TRABAJAR). Pero si analizamos las raíces del trabajo asalariado, su papel en esta sociedad, y por tanto en nuestras vidas; si observamos las consecuencias que tiene sobre nuestra salud, tanto física como mental, nos damos cuenta de que exageración hay poca.
Cada año mueren en Madrid unas 80 personas debido a “accidentes” laborales. En todo el estado esta cifra se eleva a 600 personas al año. Y si buscamos cifras globales, de todo el planeta, la lista de trabajadores muertos aumenta hasta 360.000 personas. Eso, teniendo en cuenta de que estos son los datos de los que se tienen registro, ya que en el resto del mundo (fuera de Occidente, donde reside la mayoría de la población mundial) debemos asumir que los registros no recogen todas las muertes en el trabajo, debido a la mayor precariedad laboral (trabajadores sin contrato, esclavitud, etc…), una menor o más ineficaz burocratización de la vida y unas condiciones de trabajo significativamente peores (con esto no queremos decir que nuestras condiciones de trabajo sean buenas; simplemente que las que se dan en otras partes del mundo son muchísimo peores).
Todos los distintos puestos de trabajo tienen sus particularidades, y por lo tanto generan enfermedades especificas y matan de manera particular. Por ejemplo, un auxiliar de carga y descarga de montaje de escenarios tiene riesgo de morir aplastado por muchos de los elementos que manipula en su jornada laboral; mientras que un conductor de autobuses no sufre ese riesgo, tiene muchas mas posibilidades de formar parte de una colisión de trafico (sobra apuntar que aquellas desgracias que nos acontecen de camino al trabajo también forman parte de los riesgos que uno asume como parte de su trabajo). Es imposible ponernos a analizar las particularidades de cada puesto de trabajo, en un mundo como este que posee una división del trabajo increíblemente compleja, y que necesita de esta para funcionar. Lo que si que podemos hacer es analizar ciertas cuestiones generales que atraviesan todo trabajo asalariado.
El trabajo puede ser entendido como el tiempo y el esfuerzo dedicado a la producción de bienes y servicios, los cuales generan beneficios a través de la explotación de personas que venden su fuerza de trabajo a los empresarios, los cuales acaparan el beneficio generado por esos bienes y servicios a cambio de una misera parte de los mismos, el salario que paga a los trabajadores. Esta “relación” que se establece entre el trabajador y el patrón pasa a definir nuestra vida, a ser el eje en torno a la cual se vertebra. Si no lo tenemos, no podemos descansar hasta tenerlo. Si lo tenemos, nos sometemos a las condiciones que sean con tal de mantenerlo. Para no perderlo, dia a dia renunciamos a nuestras horas de descanso y de sueño, dedicando un periodo de tiempo significativo a una actividad que por lo general no nos gusta, y renunciamos a los beneficios que genera a cambio de migajas.
La ansiedad, las jornadas dobles, el estrés laboral, el no respetar las horas de descanso entre jornadas, las horas extra, la amenaza de despido (el cual supone una condena a la miseria), los plazos impuestos desde arriba por personas que no hacen tu trabajo y que posiblemente no tenga ni idea sobre el, el acoso, el trato despectivo; son situaciones cotidianas en la mayoría de las empresas.
Al vernos sometidos a estas condiciones a diario, no se puede negar el efecto nocivo que tiene el trabajo en nuestras vidas. Nos mina la salud física y mental. Nos quita las ganas de vivir, ya que nuestra vida se dedica a enriquecer a otras personas. Personas que son escoria. La mayoría de los accidentes laborales que se producen son por infarto o derrame cerebral (algo muy ligado a situaciones de estrés elevado). Curiosamente, también son los factores de mayor mortandad en nuestro país fuera y dentro del trabajo, algo que tiene una estrecha relación con el mundo laboral dado que nos pasamos la mayor parte del tiempo trabajando. Aunque el infarto no se produzca en el puesto de trabajo, la relación que tiene con éste es bastante evidente.
De la importancia del trabajo como eje principal de nuestras vidas, nace una división del tiempo: tiempo de trabajo y tiempo de “ocio”. Hay que dejar claro que entre ambos existe una relación, pues el ocio es tiempo libre en cuanto a que es tiempo que no pasamos en nuestro puesto de trabajo. Sin trabajo asalariado no hay tiempo libre, pues nuestras vidas quedarían a nuestra disposición para emplearlas como mejor consideremos. De esta manera, el “ocio” no es más que una concesión, un tiempo de desconexión y descanso destinado a aumentar nuestra productividad de cara a la siguiente jornada laboral. A parte de un gravísimo problema de concepto, (el tiempo de ocio nace de la existencia del trabajo asalariado; nuestro tiempo es nuestra vida, y esta no se puede dividir en distintos segmentos), existe el problema de como empleamos nuestro tiempo libre. A raiz de las cuestiones explicadas en el párrafo anterior, es bastante común las tendencias autodestructivas en nuestro tiempo de ocio, con el fin de buscar la evasión. Estas tendencias autodestructivas se materializan en el consumo, tanto de productos como de sustancias. Las horas frente al televisor, las drogas, irse de compras, son usos de nuestro tiempo que no contribuyen a nuestro desarrollo como individuos, nos merman como seres humanos, a parte de los efectos directamente nocivos para la salud, como el sedentarismo o aquellos derivados del consumo de droga. De esta manera, vemos como el trabajo nos roba la vida y la salud (física y mental) desde otro frente, aquel que se sitúa en la posición que ocupa en nuestras vidas y la división de nuestro tiempo que genera.
¿Como es posible, que ante un panorama tan desolador, la gente no haga más que callar y asumir? ¿Por qué, si la gran mayoría de personas pasa su vida realizando actividades monótonas y aburridas que no les gustan, no dejan de hacerlo? Esto se debe a que hemos sido educados para desarrollar una dependencia con el trabajo y el mundo que lo necesita. Hoy en día, la principal manera que tenemos cubrir necesidades (vivienda, alimentación, etc..) para nuestra supervivencia es a través del dinero, el cual solo podemos adquirir legalmente siendo explotados o explotando a otros seres humanos. Como somos gente decente, el explotar a otros seres humanos queda descartado, así que solo nos queda el trabajo asalariado. (Existen otros métodos de cubrir esas necesidades, pero la gente no suele estar dispuesta a asumirlos). A parte de ello, la división del trabajo nos ha robado nuestras capacidades y potencialidad como individuos, generándonos una dependencia hacia los llamados especialistas, haciéndonos incapaces de abordar problemáticas básicas de nuestras vidas, o tomar decisiones conscientes sobre ellas.
Cada muerto, cada herido, cada enfermedad provocada en el trabajo es un crimen de sangre contra los explotados, o sea, contra aquellos que tienen que vender su fuerza de trabajo para sobrevivir en este mundo. Los accidentes se dan este contexto hecho para enriquecer a los empresarios. Da igual las particularidades en el que se haya producido y mucho menos nos importan los discursos que señalan al explotado en lugar del empresario como único culpable. Sin olvidar a las Mutuas, los sindicatos y demás órganos que regulan el trabajo y la muerte que este provoca. ¿Qué mierda es esa de ponerle precio a nuestras heridas, a nuestros miembros amputados trabajando, a nuestras enfermedades? Una maldita barrera de contención que la Ley y el Estado generan. La pasividad de nuestros días frente a esta guerra de exterminio contra los y las currelas contrasta con la rabia y acción que los accidentes laborales desataban antaño. Y era normal: si morimos trabajando para enriquecer a un patrón, el patrón debe pagarlo caro. La huelga, el sabotaje y la acción directa debía y debe ser la respuesta a la sangre con la que amasan sus fortunas. No hay conciliación posible con los empresarios. No hay conciliación con el trabajo.
Es por todo esto que el trabajo mata, de muchas maneras diferentes. Es por todo esto que el trabajo te lleva a la muerte real o figurada, reduciendonos a sombras de lo que podríamos llegar a ser si vivieramos libres. Es por todo esto que debemos luchar contra el trabajo, si queremos recuperar la vida que nos han robado. No hay otra opción.
Si hay sangre en los tajos, que sea del patrón…