A continuación, traducimos y compartimos esta historia que nos fue enviada por les compas de Insuscettibile di Ravvedimento y que le sucedió a una compañera de Florencia. Aquí tenemos uno de los intentos de infiltración o acercamiento policial más torpes y patéticos y a la vez más vomitivos que hemos visto en bastante tiempo.
Fuerza a la compañera implicada, que rechazó cualquier contacto y eligió contarlo y hacerlo público pese a las consecuencias que eso puede acarrear. Todo nuestro desprecio a los maderos y sus confidentes…
——————————————————–
Durante los últimos meses, cada miércoles he estado trabajando en Florencia, en varias clínicas esparcidas a lo largo de la ciudad. Cuando empecé, ya que todavía no tenía una página web, la gente acudía a mí en busca de información, así que difícilmente veía a nadie; un día un hombre, de unos 60 años, con un fuerte acento romano, contactó conmigo por teléfono y dijo que me había encontrado en internet. Esto me pareció extraño, ya que no tenía Facebook, ni página web, ni perfil de Linkedin, ni nada de eso, pero él seguía afirmando que su mujer había visto un pantallazo en Facebook con mi nombre en ella.
Durante la segunda sesión, él me mostró su hoja impresa donde mi nombre estaba realmente en él. Uno de los lugares donde trabajo, patrocinando sus actividades en Facebook, también tenía mi nombre en él. Así, una vez que el misterio estaba aclarado, la sospecha disminuyó, y el chico empezó a intentar enamorarme, trayéndome galletas, artefactos de su mujer y haciendo cumplidos hacia mis habilidades como terapeuta; se presentó como un oficinista de recursos humanos, luego como un habilidoso intérprete de lenguaje corporal y trucos psicológicos, e incluso me preguntó si quería ayuda para promocionarme en internet, para que así pudiese llegar a más gente, porque dijo que era una vergüenza que nadie me conociese; también me aconsejó no tener actitudes de hostilidad hacia las innovaciones tecnológicas, por mi propio bien, y me prestó un libro sobre programación neurolingüística que acepté solo por no ser grosera, dejando el libreto durante 2 semanas en un cajón y devolviéndoselo intacto al amable consejero.
En las siguientes sesiones, aunque él estaba curado, dijo que quería seguir viniendo; yo le aconsejé hacer actividad física regular porque no creía que tuviese grandes problemas físicos, quizá una clase de yoga para ser capaz de calmar su humor depresivo el cual, dada la situación familiar que él me contó, era más que comprensible; Él también me dijo que se sentía culpable por el trabajo que estaba haciendo, no podía soportar negarse a contratar a personas inteligentes, y luego tener que contratar solo a personas serviles y maleables, criticó superficialmente la sociedad con toda suerte de obviedades, cliché tras cliché. Me gustaría apuntar que es muy frecuente que les pacientes quieran contarme cosas personales y expresar opiniones sobre cualquier cosa.
Llega la Navidad, y él decide suspender las sesiones terapéuticas, al contrario de lo que había dicho, es decir, que quería seguir viniendo. Hacia finales de enero, contacta conmigo de nuevo, diciéndome que tenía dolor de espalda. Hace solo 2 sesiones, la primera cuando dice que ha encontrado un gran alivio, y la segunda y última cuando llega con las habituales galletas caseras, luego empieza a responder a mi pregunta sobre su estado de salud diciendo: “Eh… ¿cómo va? Mal, no sé quién eres”. Me siento por invitación suya al otro lado del escritorio y le miro dudosa, él continúa: “Eh, Ila’, sabes… Tengo amigos en el Ministerio del Interior, soy de Roma y con mi trabajo… te hablé de mi amigo, que quería enviarte, siempre le hablo a todos de ti, tú me curaste… en resumen, sin muchos rodeos, estos chicos de la Agenzia Informazioni e Sicurezza Interna [AISI, “Agencia de Información y Seguridad Interna”], son buenos chicos, te lo puedo asegurar, créeme… les gustaría hablar contigo, ¿qué debería decirles?”. Yo respondí con la frialdad que se me permite, poca, pidiéndole que se explicase mejor, y le pregunté qué había dicho de mi, y continué fingiendo que no entendía por qué esos “buenos chicos” querían hablar conmigo. Él prosigue: “Mira, le dije que eres una interna, muy catch-down, eres alguien que no se pierde nada, si sabes cómo hacer cosas…”. Yo insisto en preguntar qué significa ser una interna o una persona “catch-down”, él replica que es lenguaje para expertos, y continúa con una serie de adjetivos como introspectiva, cerrada, difícil de entender, críptica, y otras palabras que no recuerdo… Yo continúo diciendo que este no me parece una razón para traer a alguien de la AISI desde Roma a Florencia para que hable conmigo. Él continúa: “Ila’, tú me conoces, incluso has visto mi ropa interior, sabes que soy sincero, si te aconsejo que hables con ellos es por tu propio bien…”. Yo pensaba que si podía mantener la calma, sin responder a tal provocación, sería, como dice Calvino, exigir que el mar atraviese un embudo, así que le cobro por las sesiones y lo echo y le digo que nunca quiero volver a verle por allí, el chico me dice que no quiere renunciar a mi tratamiento, que no he entendido bien, que no tiene nada que ver con eso y bla, bla, bla … Cierro la puerta detrás de él, espero que para siempre.
Este reporte pretende ser tan preciso como sea posible. No creo que sea útil añadir ningún comentario más, creo que en lugar de eso es útil que les compañeres sean conscientes de lo que ha pasado. Por la anarquía siempre.
Ilaria de Florencia