Hace unos días, caminaba por una calle del centro de esta tóxica ciudad de apariencias y olor a celulosa cuando me fijé en que la repugnante fachada de un centro de estética y belleza que luce en su escaparate la imagen de una mujer con cuerpo 10 acompañada de eslóganes comerciales (proyectando disimuladamente la idea de «ven, entra, si compras nuestros innecesarios y caros servicios serás como ella») había sido «redecorada» con una pintada a rotulador (de los de tinta permanente y punta gruesa, por lo que se puede deducir de la pintada) que decía «FEA» acompañada de un signo feminista. Tras mirar con cierta sorpresa, continué caminando con una sonrisa durante un buen rato, imaginándome la cara que habrían puesto las pijas dueñas del local al abrir aquel día.
Esto me vino a la cabeza hoy, mientras leía las reflexiones de una compañera y conocida (a la que aprovecho para enviar un saludo en la distancia) donde hablaba acerca de su lucha diaria contra los cánones de belleza y los complejos que estos intentan crearle con su cuerpo. A continuación os dejo las palabras de la compañera, firmadas con un pseudónimo, Maldita Bastarda.
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No encajo, no.
Ni encajo, ni he encajado, ni encajaré, ni siquiera, leed bien, ni siquiera quiero encajar en vuestros ideales de belleza.
Tengo las tetas demasiado pequeñas,
una más grande que la otra, como casi todas
y el culo demasiado gordo.
Mis caderas son anchas,
y donde éstas se unen con mis piernas, hay un hueco
que odio desde que tengo conciencia de mi cuerpo,
como si se hubiera quedado la marca de mis pantalones
permanentemente ahí.
Tengo los ojos saltones, y la nariz grande,
además tengo una línea en la nariz horrible porque
de pequeña me gustaba echármela hacia arriba como un cerdito
cuando me sonaba los mocos.
Tengo los muslos anchos, y una cicatriz en la rodilla
porque con 8 años me caí con la bici y me arranqué un buen cacho.
Tengo un 41 de pie, demasiado grande para ser una chica.
De pantalón uso la 42, y en la mayoría de tiendas
no me caben los pantalones, porque cada vez las tallas son más pequeñas,
aunque yo cada vez adelgace más.
En invierno, en época de exámenes, engordo unos kilos,
en verano, los pierdo.
Y a veces no me gusta ni cómo engordo en invierno
ni lo delgada que me quedo en verano.
Siempre he sido muy «masculina» y siempre me he aburrido con las niñas,
aunque el fútbol me daba miedo, me juntaba con los chicos,
y me gustaba pegarme con ellos.
A veces pienso en hacer dietas,
desde los 12 años he querido operarme las tetas.
De hecho, a los 13 años mi sueño era casarme
con Tom Kaulitz y que me pagara una operación para construirme un cuerpo totalmente nuevo.
Y aunque suene raro, me gusto.
Me gustan mis ojos saltones de un color raro entre marrón miel y verde.
Me gusta mi culo gordo con el que me estoy metiendo todo el rato,
y me gustan mis tetas tanto que no puedo ponerme escote,
porque me paso el día entero mirándolas.
Me gustan mis caderas,
me gusta que mi cintura sea delgada, y mis caderas anchas.
Me gustan mis piernas cuando me pongo minifaldas,
y odiaría tener los pies tan enanos como supuestamente debería.
Me gusto, porque tengo curvas,
porque aunque a veces me mire al espejo y me odie,
otras veces no puedo evitar masturbarme delante de él.
Porque a veces lo acepto, y acepto que es mi cuerpo,
que mis curvas son bonitas, que mis ojos son bonitos
que mi sonrisa y los hoyitos que me salen cuando sonrío son adorables.
Que por las mañanas me levanto y me veo preciosa sin maquillar,
pero a veces me gusta maquillarme porque si.
Me gusto porque cuando me miro no veo un cuerpo artificial,
ni veo a una persona que pase días sin comer solo por estar como «debería estar».
No quiero tener una 36 ni una 34.
No quiero que la ropa de las tiendas me quede siempre perfecta.
No quiero minimizarme, hacerme cada vez más débil.
Me gusta mi «yo» femenina, y me encanta la parte de mí a la que le mola
tener fuerza y energía para dar puñetazos y patadas para desahogarse.
Y ya no, no me apetece tener que mirarme al espejo y odiarme,
porque no tengo por qué hacerlo.
Maldita Bastarda.
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Y recuerda, de nada sirve que tengas claras estas palabras si luego en tu vida diaria continúas valorando constantemente la belleza de cada tía con la que te encuentras, como si te estuviesen pidiendo tu opinión por el simple hecho de pasar por tu lado, de saludarte o de iniciar una conversación contigo. Las conozcas o no, tengas o no confianza con ellas, si valoras a una persona, especialmente si se trata de una mujer cisgénero (es decir, una persona de sexo femenino que posee un comportamiento acorde a lo socialmente asignado a su identidad de género), por su estética, por si es guapa o fea, estás reforzando estos esquemas y facilitándole el trabajo a quienes se esfuerzan en convertir a personas en envases vacíos de plástico, con los que forrar un cúmulo de inseguridades producto de una mente trastornada. Nadie dice que no puedas hacer un cumplido de vez en cuando, pero tus bonitas palabras pueden hacer que esa persona a la que elogias se sienta muy mal, y esta no es manera de construir unas relaciones sanas, horizontales y basadas en el respeto y la confianza mutuas.
Que revienten los prototipos de autoestima.