Recientemente, la marca BIC (famosa fabricante de bolígrafos, maquinillas de afeitar, mecheros y otros enseres cotidianos) nos sorprendió con una nueva muestra de lo vomitivo en el uso que la publicidad hace de la moral Patriarcal para que ciertas empresas puedan aumentar sus ganancias colándonos nuevos productos que duplican los beneficios gracias al binarismo de género, del que se aprovechan.
En esta ocasión, BIC dice haber creado un bolígrafo para mujeres, al que han bautizado como «BIC for Her» (en inglés «BIC para ella»). Ya de por sí, el slógan es estúpido, pero la cosa no acaba ahí, y si buscas, encontrarás que, según los fabricantes, este bolígrafo «está diseñado especialmente para las manos de las mujeres». Un servidor se pregunta si las manos de las mujeres son diferentes a las de los hombres, y que, de ser así, por qué las mujeres que llevan siglos utilizando bolígrafos «para hombres» nunca experimentaron ningún problema. Pero bueno, preguntas retóricas aparte, me gustaría reflexionar sobre algo que me sucedió hoy y que tiene que ver con todo este tema y la polémica que ha generado a nivel internacional tanto a través de Internet (Youtube, redes sociales, blogs…) como en aquellas personas que estamos comprometidas con una lucha antisexista o que al menos nos cuestionamos nuestras sexualidades desde un punto de vista crítico y deconstructor.
Dicen que la risa es revolucionaria, y que el aburrimiento es burgués, así que en busca de mi dosis diaria de sano humor, recorrí varias papelerías en busca del milagroso «bolígrafo feminista». Tras un par de intentos sin encontrar existencias (¡menos mal, hay sitios donde no lo tienen!), llegué a la papelería más grande de la ciudad, un comercio amplio, parte de una franquicia que tiene más por otras ciudades del territorio y que suele trabajar con muchas marcas y productos diferentes. Aquí lo encontré. En mi cara se dibujó una sonrisa pilla, como la del niño que sonríe justo antes de lanzar desde su ventana un globo de agua sobre la vecina pesada y amargada del 2º porque no le deja jugar a la pelota ni patinar en el pasillo. Así, cogí el bolígrafo de la estantería y me dirigí al mostrador. El comercio no llevaba mucho tiempo abierto, pero sin embargo en el interior se encontraban varixs clientes. «Mejor, el público aumenta el efecto», pensé. Con educación (que somos gente civilizada de ésa) pregunté al chico que atendía en ese momento la caja (un apuesto joven posiblemente contratado media jornada por un sueldo de mierda, pero que igualmente no me quitaba el ojo de encima, quizá por las pintas) lo siguiente:
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Hola, buenas tardes, ¿me puedes resolver una duda sobre este producto? Es que pone que es un bolígrafo para mujeres y no entiendo muy bien la diferencia entre un bolígrafo para mujeres y uno para hombres. ¿Menstrúa el boli?
En ese momento, el tío titubea y, como si no acabase de entender la pregunta, responde:
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¿Eh, cómo que si menstrúa…?
Le pregunto de nuevo que si el bolígrafo sólo para mujeres menstrúa. Entonces, por fin, el chaval comprende que lo estoy vacilando y su expresión facial cambia al desagrado, invitándome «amablemente» a abandonar la tienda mientras con la mano me indica dónde está la puerta (a pesar de que no hacia ni 5 minutos que había entrado por ella, pero bueno). Yo, haciendo esfuerzos para no reírme y mantener la seriedad, le pido por favor que me permita su atención un minuto más, ya que tengo otra duda, y que ésta va en serio. Cuando me pregunta qué quiero, respondo, una vez más intentando no soltar la carcajada, lo siguiente:
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Es que a ver. Si yo soy una mujer transexual, ¿puedo usar este bolígrafo, o tengo que comprar uno para hombres? Es que no lo entiendo bien. ¿Cuál compro si se da el caso?
En ese momento, veo que el tío se dirige cabreado hacia la salida del mostrador y viene hacia mí, y sin aguantar más (ni podía ni quería) empiezo a partirme de risa mientras el chaval me empuja y amenaza con llamar a la policía si no me voy de la tienda. A pesar del empujón, y dado que no tenía ganas de que la cosa fuese a más, me limito a preguntarle que si se siente orgulloso vendiendo productos abiertamente sexistas y binaristas, a lo que el tío responde simplemente con «A mí me da igual todo éso, fuera de la tienda que yo estoy trabajando». Ante este último comentario, y tras tirarle a la cara el paquetito del boli y gritar que el sexismo apesta, me largo por fin. Cuando estoy caminando a escasos metros de la tienda, una chica viene y me da una palmada en el hombro. No la conozco de nada, pero me sorprende que me diga que le ha gustado la intervención y que «da gusto encontrar tíos así». Bueno, lobanzas aparte, las cuales me agradan pero no acabo de creer que me las merezca (no da gusto encontrar tíos asi, da asco encontrar tíos que no lo son, ¡no es lo mismo!), tras hablar un rato con ella sobre género descubro que tiene varias cosas muy claras, y es entonces cuando, sin perder la perspectiva de que socialmente ocupamos lugares distintos tanto en tema privilegios como en tema de cómo se nos lee según los criterios marcados por el Patriarcado y sus códigos, le pregunto que por qué no han hecho algo ellas, y me dice que no se le había ocurrido. Bueno, yo no soy nadie para marcar ritmos ni para decir a nadie qué debe hacer, y menos en materia de feminismo y menos aún siendo un tío, pero algo estarán preparando, espero, porque ésto merece una respuesta, y es una respuesta que no puede venir de los tíos por mucho trabajo de género que hayan hecho o que estén haciendo, sino que debe partir de un feminismo no-mixto y autónomo que mediante la acción directa haga entender a BIC lo que pasa cuando vendes un producto que segrega abiertamente a las mujeres y refuerza los estereotipos binarios de este sistema tan asqueroso e hipócrita en el que vivimos. Por mi parte, ésto no se llevó a cabo por paternalismo, ni buscando suplantar a las mujeres en la cabeza de la lucha feminista, ni buscando aprobación, ni tan siquiera como un acto por compromiso con dicha batalla. Fue simple diversión. Si los días que nos permiten son grises, a veces darles un poco de color y llenarlos con alguna risa es fácil y si además perturbas un poco la normalidad, aunque sea una proporción minúscula, entonces se interrumpe unos instantes la rutina y se da lugar a lo inesperado que expone el ridículo que suponen esta sociedad y sus normas, que a pesar de lo «humorístico» e irrisorio de todo ésto, son verdaderamente injustas, crueles y sanguinarias, con miles de mujeres muertas y otras muchas viviendo con miedo a ser apaleadas, violadas, rechazadas, a no cumplir expectativas, a las humillaciones arbitrarias que sufren por la calle, a las inseguridades y a un largo etcétera de mierda que las agrede y somete constantemente.
Ya no se pueden mangar los POSCA en esta papelería (me han dicho que no me deja entrar más, ¡uy, que no voy a poder dormir!), pero bueno. Ha valido la pena.
¡Boicot a los productos BIC y si ves un boli de éstos en tu barrio o ciudad, monta la escenita, rómpelo, róbalo o úsalo para clavárselo a algún agresor en el ojo, pero sobre todo no lo compres ni compres nada de esa marca! (ni de ninguna a poder ser, pero bueno, siendo realistas, ciñámonos a nuestras posibilidades reales en el aquí y el ahora).