Desde el nº 2 de la revista antidesarrollista y libertaria Argelaga, recojo y traduzco del catalán el presente texto, firmado por Yaiza Blanch Gorriz y Ariadna Pomar León, y que reflexiona sobre el potencial que albergan los huertos urbanos comunitarios, que conectan la realidad de la urbe alienante, artificial y mercantilizada con la del campo, que pese a los incipientes proyectos de repoblación por parte de numerosos colectivos, continúa agonizando, vacío y solitario, y constantemente agredido por los intereses económicos del capital.
Además, el texto deja espacio también a la capacidad que este tipo de lugares tienen para transformar y reformular las relaciones humanas que se dan en los barrios, creando otras nuevas más solidarias y sólidas, reconstruyendo las comunidades entre los escombros de un mundo en ruinas.
Una reflexión muy interesante que ahora os dejo por aquí, para su lectura, difusión y debate.
Personalmente, aconsejo la publicación de la que ha sido extraído. La revista no se difunde en PDF, pero podéis pillar algún ejemplar físico (no os váis a arruinar, y merece la pena), o también entrar en su blog (http://argelaga.wordpress.com) donde podéis encontrar digitalizados varios textos publicados en la misma. Además, podéis dejar vuestro correo para recibir las actualizaciones y nuevos escritos y noticias publicados en vuestra bandeja de correo electrónico.
————————
La fertilidad de los huertos urbanos comunitarios
En los últimos años estamos experimentando una nueva forma de apropiación y relación en y con la ciudad: los huertos urbanos. Estos son un fenómeno emergente en muchas ciudades occidentales y se expresan en diversas dimensiones, como los huertos particulares en terrazas y balcones, los huertos impulsados por las administraciones locales o los huertos comunitarios gestionados por un colectivo de vecinos y vecinas. Mientras el mundo rural ha sufrido una despoblación y vergüenza social durante muchos años, y que para vivir en el campo se han de hacer verdaderos malabarismos, ahora en las ciudades los espacios adquieren valor para ser cultivados.
De toda esta gama de huertos urbanos, nos interesa fijarnos en los huertos comunitariios, estos huertos autogestionados de forma colectiva que se sitúan en espacios de la ciudad, muchos de ellos abandonados. A pesar del hecho de que a primera vista parecen ser simplemente huertos ajardinados, son complejos lugares de reunión de vecinos y vecinas que se organizan para generar nuevos espacios de socialización y expresión. Con esta práctica, sus usuarixs ponen de manifiesto las oportunidades para transformar, cuestionar y poner de relieve nuevas relaciones, retos y formas de vida. Ests huertos aportan nuevos instrumentos tant teóricos como prácticos en los debates relacionados con la cuestión agroecológica, la apropiación de la ciudad y la acción colectiva, que es en lo que proponemos profundizar con este artículo.
Por una banda, los huertos urbanos comunitarios ponen de manifiesto aspectos agroecológicos, transportando el campo y el mundo rural a las ciudades y realizando una función social y pedagógica en un momento en el que el campo sigue perdiendo vida, a pesar de la emergencia de nuevas experiencias de repoblación. La apropiación flagrante que el sistema capitalista ha desarrollado sobre la necesidad de alimentarnos, ha generado un modelo de agronegocio y ha estado rompiendo la relación entre productorxs y consumidorxs hasta el punto de hacerla innecesaria. Esta tarea de sensibilización sobre las consecuencias del modelo capitalista en el ámbito de la alimentación y de propuesta de nuevas alternativas, es una de las contribuciones que puede hacer la ciudad, y en concreto los huertos urbanos, para caminar hacia la soberanía alimentaria. A pesar de esta ptencialidad de hacer de puente entre el campo y la ciudad, los huertos comunitarios son más urbanos que rurales, y a menudo esta oportunidad de transformación e incidencia no es exprimida por los huertos.
¿Pero cuál es la relación de los huertos con las ciudades? La ciudad y el boom inmobiliario han hecho los espacios imprescindibles para la acumulación de capital; todos aquellos rincones que pueden ofrecer réditos económicos son presa de lo que Harvey denomina «la acumulación por desposesión». En este context, los huertos urbanos estructuran la ciudad generando una trama verde, ofreciendo espacios de encuentro, de ocio, de acción colectiva, de aprendizajes y de redefinición de los bienes comunes. Por tanto, a nivel práctico y estratégico, los huertos urbanos constituyen espacios de resistencia y de activismo político. Los huertos, así como cualquier otra práctica creativa fuera de la legalidad, son un acto de (in)surgencia ya que hacen emerger, dentro del mismo sistema, nueva formas de empoderamiento. Primero nos apropiamos de espacios que no están generando ningún tipo de servicio al barrio y después hacemos nuestros los beneficios y plusvalías de nuestro propio trabajo. A pesar de que las cuestiones que aportan los vecinos y las vecinas en los solares okupados a menudo son más utilitaristas, hace falta ser conscientes de la transcendencia política que supone, a día de hoy, hacer crecer lechugas a 200 metros más allá del Mercadona del barrio del Raval. El hecho de auto-organizarnos colectivamente, generando grupos dentro de la ciudad que afloran para reivindicar su derecho a la ciudad y para hacer frente a las necesidades y deficiencias en todas sus dimensiones (no sólo en subsistencia, sino también de afecto, participación, educación, creación, ocio, identidad y libertad), nos lleva a la praxis (re)evolucionaria, en tanto que hacemos visible el conflicto con el modelo sistémico y proponemos desobedecer de manera totalmente constructiva con el fin de poder abastecer estas necesidades.
Así, los huertos urbanos generan espacios sociales de acción colectiva y de valoración de lo común. Es, como siempre, el hecho de encontrarse y compartir, el que genera, multiplica y refuerza nuevas prácticas, inevitablemente políticas. Esta interacción con el otro hacer que es crear nuevos espacios de lucha por ejemplo contra la especulación urbanística o los transgénicos y también que es promover alternativas para el tema del empleo o para la relación entre el campo y la ciudad y el modelo territorial. El huerto se convierte en un espacio privilegiado de práctica política y un laboratorio donde, mediante relaciones directas y horizontales, una comunidad satisface las necesidades básicas del colectivo y de los individuos que forman parte de él.
Generemos entonces espacios emancipadores; que son aquellos que admiten identidades múltiples, a menudo fuente de riqueza y conflictos al mismo tiempo. Los huertos no son simples espacios cerrados, sino que están construidos también para las relaciones sociales globales y locales, que conforman la especificidad en el aquí y el ahora. Un espacio emancipador ha de concebirse como abierto y reconocer que constantemente se está recreando tanto por las influencias externas como por las propias. Herramientas como la autocrítica y la revisión de las propias prácticas permiten poner conciencia en los retos que aun se han de abordar, como es el caso de las relaciones de género. Durante el último año se han hecho desde los huertos unas primeras reflexiones acerca de las desigualdades que se producen, como la distribución sexuada de tareas (pico y pala vs hormiguita) o la invisibilización de ciertas tareas a menudo realizadas por mujeres. También se han identificado las alternativas que se generan, al ser espacios políticos cotidianos que permiten la participación de las mujeres y la reivindicación de otra manera de hacer política, centrada en los valores y no tanto en las ideologías.
Entonces, a pesar de que ahora estemos en una fase prematura de experimentación, los huertos urbanos comunitarios se nos presentan como escenarios potenciales de microtransformación. La vida de barrio, la autogestión, la apropiación de los espacios (públicos y privados) de la ciudad, los nuevos modelos relacionales etc. se muestran en este acto de construir entre edificios para poder ser la misma praxis, capacidad transformado del modelo capitalista en el cual nos encontramos sometidxs, la mayor parte de nuestras facetas. Vivimos esta experiencia de lo común con la capacidad constructiva y positiva, criticando el modelo urbano y agroalimentario, desde la práctica resolutiva, (re)apropiándonos de nuestras capacidades y dejando de exigir al establishment la satisfacción de nuestras carencias. Ahora que este movimiento global está despertándose, hace falta trazar sinergias y compartir las experiencias de cada uno de los huertos que conforman los espacios más próximos. No sólo es necesario un intercambio de conocimientos técnicos y metodológicos etc. sino que también hace falta una articulación con otros movimientos sociales urbanos y del campo.
Desde los huertos urbanos comunitarios, ¡exigimos el derecho a convertirnos en semillas del cambio!