Si no votas no te quejes

En estos días a muchxs nos ha tocado soportar las cansinas y además demagogas críticas de quienes nos echaban en cara nuestra negativa rotunda a votar. Personalmente, la pedagogía me cansa (sobre todo cuando mi interlocutor/a está tan dispuestx a tener en cuenta lo que le digo como un muro de ladrillo lo está a moverse por más que le grites que se aparte), pero normalmente si percibo una conducta receptiva y realmente interesada en la persona suelo mostrarme más dialogante y explicar por qué mi rechazo a participar en las elecciones.

Lo que verdaderamente me revienta es la gente que afirma tan campante que si no votas, no puedes quejarte. En primer lugar, me quejo si me da la gana, ni tú ni nadie me va a decir cuándo puedo hacerlo y cuándo no. En segundo lugar, sois vosotros quienes habéis concedido legitimidad a la estructura jerárquica de dominación en la que vivimos inmersxs al aprobar con vuestro voto los engañosos mecanismos de la pseudoparticipación delegativa con los que las élites económicas (auténticos dirigentes de este mundo) camuflan su oligarquía bajo el tupido velo de la democracia y mantienen su fachada plural, y con ella, la ilusión de paz social que mantiene bajo letargo al rebaño, apagando las revueltas y calmando la rabia.

Si votas, juegas; Si juegas, aceptas las reglas; Si aceptas las reglas y pierdes, te jodes.

Somos nosotrxs quienes, pese a haber rechazado desde el principio jugar esta partida perdida de antemano (jugando en un tablero decidido por el enemigo, con normas definidas por el enemigo y aun por encima en tremenda desventaja), tenemos todo el derecho a protestar. Nosotrxs no hemos votado, pero a pesar de ello tenemos que tragarnos las consecuencias de la miopía y la ineptitud política de los que sí lo habéis hecho.

Luego está la peña que te dice que hay que votar y participar, pero luego en el resto de días en que no hay elecciones no mueven un puto dedo por cambiar las cosas o, como mucho, se van a alguna mani guiada por los curas sindicales, que tras el patético desfile matutino por la ciudad cantando contradictorias consignas sin mensaje real y paseando banderitas y piruletas, se vuelven a casa aplaudiendo con las orejas, convencidos de que así están cambiando algo. Te darán mil discursos memorizados sobre la importancia de participar y de expresar nuestras opiniones, pero luego no les verás la cara en una asamblea en tu barrio, ni acudirán cuando les propongas hacer una primera reunión de cara a la posibilidad de formar un colectivo, ni tampoco aparecerán cuando toque ir a limpiar y ayudar porque alguien okupó un edificio para montar un centro social abierto donde de verdad organizarnos horizontalmente como iguales para participar directamente en la resolución de los problemas que nos afectan, ni cuando toque pegar carteles, ni cuando haya que escribir y maquetar un panfleto o un fanzine, y por supuesto no se te ocurra hablarles de cualquier tipo de acción o propuesta que suponga romper la ley, que eso es de terroristas y está muy feo (como lo de no votar, que sólo puede ser cosa de vándalos antidemocráticos y criminales devoradores de niños). La participación política es importante, pero en elecciones nada más, que extenderla al resto del año implica asumir responsabilidades, y eso es «agotador».

Nosotros, a diferencia de muchos, no promovemos un modelo de abstención basado en el remoloneo y el conformismo, sino que mediante la abstención activa impulsamos alternativas al mismo tiempo que rehusamos tomar parte en el circo, poniendo al descubierto sus contradicciones y reapropiándonos de nuestra capacidad para desarrollar mecanismos propios para la expresión y la construcción política, social y económica al margen de las instituciones y sus parámetros, y por lo tanto, sirviendo como catalizadores reales para un cambio verdadero, sin condicionantes marcados por el mismo sistema al que pretendemos enfrentarnos y sin más límites que los que creamos conveniente establecer las propias personas que formamos parte de ese cambio, desde diferentes perspectivas, debatiendo a través de los únicos espacios verdaderamente soberanos, las asambleas, donde poner en común nuestros deseos y puntos de vista y, utilizando la herramienta del consenso, transformar nuestras relaciones, desterrando de todas ellas la autoridad. No nos abstenemos por pasividad, sino porque hay otra forma de hacer la cosas y creemos firmemente en ello.

Sería muy fácil recuperar la esperanza y la autoestima y comenzar a creer primero en nosotrxs mismxs y luego en lxs demás, para tomar por fin las riendas de nuestro destino y dejar de otorgar nuestro beneplácito a representantes y salvapatrias de cualquier pelaje. Sin embargo, por lo visto, siempre hay personas que con su «valiosa aportación» deciden continuar sosteniendo el engaño. Gracias a ellos la rabia de las oprimidas aun no ha reventado, y cuando, muy a su pesar, lo ha hecho, el empecinamiento semimasoquista de estxs fieles creyentes de la religión del «voto útil» en retrotraernos a todxs a las viejas fórmulas de dominación ha conseguido que no tardasen en apagarse los levantamientos que tanto tiempo, esfuerzo, vidas y sangre de compañerxs había costado iniciar, mientras los cuerpos represivos del Estado barrían a quienes se quedaban resistiendo abandonados en la retaguardia, en cruentas venganzas que se ensañaron con cárcel, balas y tortura. Decían ciertos panfletos publicados tras la revuelta griega de 2008, que lo más violento de todo siempre es volver a la normalidad tras uno de esos momentos en que el mundo que conocemos queda anulado y parece posible asaltar el cielo, y yo no viví los sucesos de diciembre de 2008, pero seguramente, y a juzgar por lo que me pudieron contar compañerxs y amigxs que sí lo vivieron, seguramente aquellos escritos estaban en lo cierto. En cualquier caso, como ya dice el refrán, el tiempo acaba poniendo a cada cual en su lugar, y nos dará la razón, como ha hecho periódicamente a lo largo de toda la historia, guste o no.

Dejo para terminar esta entrada de desahogo el siguiente texto, recogido y traducido al castellano desde la web de lxs compas de Abordaxe y que se corresponde con el escrito utilizado para una campaña por la abstención activa de hace unos años.

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Si no votas no te quejes. ¡Vaya absurda afirmación! ¿Acaso no existe otro modo de participa en los asuntos de nuestro alrededor?, ¿es entonces el acto de meter un papel en una urna, en periodos de varios años, el único método por el que el ser humano puede participar de las decisiones que lo afectan en su vida? La realidad de nuestro entorno está compuesta de multitud de formas en las que unx puede tomar decisiones políticas más allá de decidir, de entre un reducido grupo de usurpadorxs de la soberana decisión, cuál será el/la siguiente chupópterx encargadx de mantenernos apartadxs del ejercicio real del control de nuestras propias vidas.

De hecho es al contrario. Si votas no te quejes, puesto que si participaste del juego, por fuerza tendrás que acatar su resultado. Si apuestas a las cartas y pierdes, ¿qué derecho tienes a protestar? Tú eres el culpable de tu propia desdicha. Somos los que no participamos de la farsa electoral los que podremos, en todo caso, quejarnos por sufrir los desastrosos resultados del engaño del sistema representativo. Porque nosotrxs sabemos que en la ruleta electoral, como en el resto de juegos de azar, la Banca siempre gana; mal que os pese a los ludópatas democráticos, empeñados en apostar nuestro futuro en un rojo y un negro que, a fin de cuentas, siempre ofrecen un idéntico resultado.

La triste realidad es que el/la que vota es responsable del gobierno resultante de la votación a la que concurrió, ya votase por quien ganó o por cualquier otra opción del juego democrático, puesto que con su voto concedió legitimidad al sistema delegativo. La participación en el engañoso ritual de la perpetuación capitalista te desarma moralmente para impugnar sus resultados. Si nadie votase, la injusta partidocracia perdería su legitimidad y se vería obligada a mostrar la verdadera naturaleza despótica en la que se sustenta, una vez desposeída de su fachada popular.

¿De verdad creemos que dentro de cien años alguien recordará qué partido estaba en qué momento en el poder? Evidentemente no, porque en el fondo la alternancia de partidos sólo ofrece una gestión continuada de un mismo sistema de gobierno, manteniendo inalterable la injusticia en cuanto a la distribución económica, política y social. Y esto va por cualquier otro partido que pudiese sustituír a los actuales con opciones de gobierno parra que, con el cambio, todo pudiese seguir igual.

Ya sin entrar en la injusticia intrínseca que se esconde tras la democracia representativa, es importante saber que el sistema tiene fuertes mecanismos de control mediante los cuales, cuanto más se acerca un partido al poder, más tuvo éste que renunciar a sus principios para rendir obediencia a aquellos que detentan el verdadero poder en la sombra. Si no es así, los medios de información, en manos de los pertinentes grupos empresariales, así como toda la batería de medidas legales, políticas y financieras destinadas al soporte del statu-quo, se encargarían de anular cualqueir posibilidad real de un cambio político. En los escasos casos en los que todas las medidas de contención fallaron y un partido político con verdaderas ansias de cambiar algo llegó democráticamente al poder, la historia nos enseña, sin ningún género de dudas, cómo a la tan sacrosanta democracia no se le caen los anillos para transformarse en cruel y férrea dictadura, en evidente connivencia con las democracias circundantes, con tal de que continúe el libre flujo de capitales y se mantenga el esquema geopolítico. Y si alguien duda de lo aquí afirmado que recuerde el socialismo chileno de Allende, las elecciones palestinas de 2006 o, sin ir tan lejos, lo que aconteció aquí mismo en el año 1936.

Así que aquellos idiotas que nos reprochen que con nuestra negativa a participar del circo electoral favorecemos a una u otra opción política determinada (idénticas al fin y al cabo, como más de tres décadas y media de democracia parlamentaria nos permitieron comprobar), que sepan que mucho más tenemos que reprocharles nosotros a ellos, pues quien elige lo malo para que no venga lo peor, nos condena a todos a vivir siempre mal.

Ninguna revolución salió nunca de las urnas. La verdadera política está en la calle, arrancándole al poder el dominio de nuestras vidas por medio de la asamblea, la autogestión, la lucha y las barricadas. Porque tendremos que ser nosotrxs mismxs, sin delegar en falsos representantes ni serviles partiduchos, lxs que por nuestros propios medios hagamos de éste un mundo mejor. Lxs que consigamos, paso a paso, el verdadero control de las riendas de nuestras vidas.

Nuestros sueños no caben en sus urnas

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