[Texto] Si lo rompes lo pagas: Refutando el mito de “Lo pagamos todxs”

Bueno, este es uno de esos textos que parece inútil porque realmente se ha reflexionado un millar de veces sobre ello y seguimos en las mismas, pero a pesar de ello, en un momento de aburrimiento y sin nada que hacer me dio por escribir algo respecto.

Seguramente muchxs de vosotrxs habéis pasado por alguna situación en la que, al debatir sobre el uso de la acción directa y el sabotaje contra estructuras y símbolos del capital, o al llevar a cabo estrategias de bloqueo cortando las calles en un contexto de huelga o manifestación, especialmente con personas de «fuera del gueto», aquellas que están en contra del uso de esa clase de medios de lucha argumenta cosas como “cuando quemas un contenedor lo pagamos todxs” o “cuando rompes un cristal a un banco, lo pagan lxs clientes”.

El uso de una presunta responsabilidad colectiva para así tratar de fortalecer la crítica a estas formas de acción responde a una desesperación de la persona por encontrar argumentos que justifiquen su pasividad. Al decir “si quemas un contenedor lo pagamos todxs”, se vacía de contenido, en primer lugar, el acto, que se descontextualiza y desplaza al simple vandalismo para presentarlo como algo innecesario, incluso absurdo, como un capricho destructivo cuya responsabilidad económica recaería sobre la totalidad de ese colectivo irreal pero presente para la alienada muchedumbre que se conoce como “ciudadanía”, aunque su materialidad es igual a la de la tan cacareada «clase media». Inventos oficiales para mantener la protesta domesticada en los cauces de lo controlable.

Quemar un contenedor no es un hecho que se defina por sí solo, ya que se puede producir en multitud de contextos diferentes cobrando sentidos igual de diversos. A veces, se utiliza mobiliario urbano para bloquear, estratégicamente, calles de la ciudad con la intención de impedir que, por ejemplo, esquiroles puedan ir a trabajar en un día de huelga o que la policía pueda acceder a una zona de la ciudad donde se está haciendo una concentración o una manifestación ilegales (que conste que no reconozco el binomio legal o ilegal pues eso implicaría aceptar sus leyes y puesto que estas son esencialmente injustas y absurdas en su gran mayoría, no caerá esa breva). Al utilizar fuego, no basta con bajarse del vehículo y apartarlo, sino que es necesaria la intervención de bomberos y de una logística superior que mantendrá la calle bloqueada durante más tiempo. También es posible que se utilicen hogueras realizadas con mobiliario urbano, aunque también con cartones, basura y otros despojos como mobiliario viejo que haya en casa etcétera, para despejar el aire, pues el fuego, con su humo, acaba con el gas lacrimógeno presente en el aire, algo que por ahora puede parecer poco significativo aquí en el Estado español, pero que en Grecia, por ejemplo, les ha sido muy útil.

Por otro lado, cuando se rompe un cristal, en la mayoría de los casos, es rotundamente falso que lo pagamos todxs e incluso que lo paguen lxs clientxs de la empresa o entidad atacada. Muchas personas tienen esa idea incrustada en la cabeza, y creen que sus impuestos (curioso cuando este argumento lo utiliza alguien que no paga impuestos, como por ejemplo algunxs estudiantes) lo pagan todo, desde el contenedor quemado en la barricada de la calle de al lado, hasta el cristal del supermercado que se llevó varias pedradas por estar abierto en huelga, pasando por el cajero del banco que ardió en llamas por formar parte de la maquinaria de ahogamiento que nos somete día a día o el coche de policía que fue atacado por la muchedumbre en la última mani. Creen que cuando haces una pintada sobre la plaza de toros donde dice “ASESINXS”, la limpieza de la pared correrá a cargo de todxs, o que cuando lanzas bombillas de pintura contra una ETT, les afectará a su bolsillo. Sin embargo, esto no es así, y aunque en algunos objetivos sí echan mano del dinero público para su reparación, la mayoría cuentan con un seguro que es el que se encarga de este tipo de incidentes, y el seguro, desde luego, no cobra dinero público.

Además, es un poco absurdo intentar respaldar con esta clase de razonamientos el rechazo a una serie de medios que generan desconcierto y temor en aquellxs que no están al corriente de las atrocidades del sistema y que encuentran aterradora la escena de un/a encapuchadx rompiendo a martillazos el escaparate de un Zara pero no el hecho de que Amancio Ortega explote mano de obra infantil en países tercermundistas, o que huyen y chillan despavoridxs cuando alguien arroja un cóctel molotov a la fachada de una inmobiliaria pero permanecen impasibles cuando esa misma inmobiliaria arroja a otra familia con niñxs a la calle para así seguir especulando y favoreciendo su índice bursátil a costa de dejar a la gente sin casa muriéndose de frío y sin amparo alguno en esta población caníbal y apática.

Hablan de responsabilidad colectiva en casos en los que esta o no existe o no está tan clara, y se olvidan por completo de los “daños colaterales” que producen sus hábitos de consumo y su estilo de vida. Cada vez que van a comer a un Mc Donald’s se les olvidan lxs animales no-humanxs torturadxs o la financiación de esa multinacional al negocio armamentístico, por no mencionar la destrucción de la selva tropical con la que colaboran fielmente a través de la inversión en transgénicos para sobrealimentar artificialmente al ganado. Cuando compran una coca cola, y se la beben, se olvidan de los sindicalistas asesinados en Colombia por esta corporación o de su constante soborno a organismos como la OMS (Organización Mundial de la Salud) para que haga la vista gorda con los componentes cancerígenos de su asquerosa bebida. Cuando consumen desaforadamente en fechas presuntamente diseñadas para ello (como Navidad, por ejemplo) se olvidan de que toda balanza conlleva un equilibrio y que sus derroches innecesarios y ostentosos se traducen en más miseria para una parte de la población mundial y local, que ve cómo se deteriora cada vez más su nivel de vida sin que (casi) nadie parezca hacer algo al respecto, mediante la explotación de la mano de obra migratoria o las sub-contratas de países subdesarrollados.

Dicen que nos quejamos de que “nos quitan el dinero” y que mientras, “quemamos contenedores” que pagaremos “todxs”. En primer lugar, yo no me quejo de que me quitan el dinero, a mí el dinero me da igual, he comprendido hace tiempo que ese es su lenguaje, no el nuestro, y que lo de llorar por la pasta es algo que sólo se puede reclamar desde dentro de sus estructuras y aceptando la sumisión, así que no, esa no es mi lucha ni mi reivindicación, aunque por supuesto veo lógico que si, por ejemplo, alguien está currando y acatando día tras día órdenes y trato humillantes, y para colmo no le pagan lo acordado, esa persona proteste, pero no es mi caso. No soy ciudadanista ni un refor enfadado por haber perdido sus privilegios de clase media. En segundo lugar, no tiene nada que ver la protesta (repito, de la cual no me considero parte) por salarios «dignos” (un salario puede ser necesario para sobrellevar una situación concreta, pero nunca ser digno) o contra la privatización de diferentes servicios sociales (sanidad, educación, “justicia”…) con el hecho de que usando escombro y fuego para atascar las tuberías de sus cloacas urbanas podamos generar un gasto que luego repercuta sobre nosotrxs. Somos conscientes de que eso es así, y también protestamos contra ello. De todos modos, nuestra protesta va más allá de términos económicos, o del modo en que se distribuyan unas determinadas riquezas producidas por currantes pero acaparadas por una minoría propietaria. Los lloriqueos obreristas y las ilusiones izquierdistas y socialistas del pasado nos aburren, nos parecen anacrónicas y, sobre todo, insuficientes, además de pensar que están equivocadas. Luchamos contra la dominación de todas y cada una de las esferas de nuestras vidas por un fantasma que nos roba la autonomía, nos asfixia la pasión y nos mata los sueños, convirtiéndonos en periféricos, en accesorios para su maquinaria de exterminio y sometimiento que, efectivamente y guste o no, funciona a nuestra costa, usando como combustible cuerpos en descomposición, aldeas, montes, mares y valles arrasados, angustia, estrés, miedo, desconfianza, desesperación, violencia sin sentido y amargura, contaminación y esclavitud, mientras maquilla su atroz día a día con consumismo, antidepresivos y manipulación televisiva, ocultando tras los muros de cárceles y psiquiátricos a todxs lxs que no se creen la película.

Por esto y más, nos parece que, en caso de tener que existir un debate (yo creo que no debe existir, y menos tal y como están las cosas, pero bueno) sobre el uso de la destrucción de la propiedad como forma de presión contra ciertas entidades y de expresión de unas posiciones políticas concretas basadas en la confrontación permanente con este sistema terrorista y asesino, sobre el empleo del mobiliario urbano para realizar cortes de calle o de las paredes de la ciudad como lienzo sobre el cual escribir todo aquello que los medios de comunicación ocultan a los obedientes sentidos de una sociedad mojigata, sorda y ciega que va en camino de quedarse también muda, dicho debate no puede ni debe basarse en esa supuesta responsabilidad colectiva, falaz y engañosa, que algunxs emplean para así criticar y evitar criticarse a sí mismxs mientras tanto, justificando su pasividad con que nadie estaría “libre de pecado” y sacando a relucir presuntas contradicciones para así no mirarse las propias.

Porque políticxs, banquerxs, grandes empresarixs, tiburones del sector financiero y demás bastardxs desalmadxs destruyen a diario no sólo propiedades ajenas, sino también millones de vidas humanas y animales, medio-ambiente y culturas enteras, y a vosotrxs, lxs ciudadanxs hijxs de la farsa democrática, os preocupa quién pagará la reposición de unos contenedores o el cristal nuevo de ese templo del consumo donde vuestrxs explotadorxs se pegan un festín cotidiano a vuestra costa, hecho que por cierto, tampoco parece preocuparos demasiado.

Vuestra demagogia es el reflejo de vuestro egoísmo, del hecho de que tras esos discursos de supuesta comprensión, bajo los cuales decís entendernos pero no compartir ciertos métodos, sólo se esconde la misma mentalidad pequeño-burguesa ansiosa por ascender en las podridas jerarquías que se alzan en torno al gigantesco engranaje que tritura nuestro futuro.

A Auto-organizarse y actuar con todos los medios posibles, con el papel y la piedra por la guerra social y la destrucción definitiva de la sociedad de clases y su mundo gris y enfermo.

El poder sólo entiende un lenguaje, boicot, huelga salvaje y sabotaje.

Anarchy Buildings

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