Hace un mes, comenzaba en Hamburgo, Alemania, la cumbre del G-20, y con ella las multitudinarias protestas contra la misma, que clamaban desde una gestión más «humanitaria» del capitalismo hasta la destrucción total de este sistema para construir otro mundo más ético, donde todes tengamos un sitio y seamos respetades, y donde no haya lugar para la opresión o la jerarquía, donde se cuíde la tierra y la sed insaciable de beneficios vacíos en la que se basa esta sociedad haya desaparecido de nuestros valores y metas en la vida.
Lo que ocurrió durante los 3 días que duró la cumbre y las movilizaciones lo podéis leer en muchos sitios, incluyendo este mismo blog, si os remitís a las entradas correspondientes (comienzos del pasado mes de julio, para les curioses), y dado que yo, por distintas razones que no vienen al caso, no pude viajar a Hamburgo (y ganas no me faltaron), no haré comentarios acerca de lo que pasó ni tampoco me centraré en los detalles. De eso ya han hablado y siguen hablando les compañeres que estuvieron allí.
De lo que sí me gustaría hablar es de un aspecto particular de aquellas movilizaciones, que creo que se produce demasiado a menudo en esta clase de contextos y que a mí, al menos, me parece un problema serio, además de algo que me irrita. Es lo que se conoce como “tiranía de la imagen”.
En una sociedad como la actual, el espectáculo lo cubre todo. Nuestras vidas se convierten en un tráfico compulsivo de imágenes, estereotipos y mercados de identidades con los que alimentar un perfil, una proyección de nosotres mismes a menudo adulterada, ficticia, pero con la que de algún modo resolvemos nuestras carencias y aquellos aspectos de nuestra vida real que no nos gustan o con los que no nos sentimos satisfeches (en vez de intentar cambiarlos, los tapamos con imágenes), de forma semejante a lo que sucede en la mayoría de redes sociales. No importa quién seas, sino quién parece que eres. Les demás tienen que ver en una pantalla una foto que confirme todo, si no aparece en la tele o en Internet, no existe. Para eso, del mismo modo que los nuevos ricos liberales y modernos hacen fotografías de sus lujos y las comparten en Internet para que todo el mundo conozca su estilo de vida exclusivo y admire su “éxito”, dentro de los ambientes anticapitalistas, antiautoritarios, revolucionarios… se produce, sobre unas bases casi idénticas, esa misma dictadura de la apariencia. En medio del disturbio, muchas personas quieren su souvenir, su fotografía de recuerdo, como quien paga unos pocos euros más para que la empresa del parque de atracciones le haga una foto en el transcurso de su viaje en la montaña rusa más alta y veloz. Las imágenes, circulan de manera frenética, en redes sociales, en blogs, en plataformas masivas de vídeo y foto, para regocijo de la policía y los servicios de información, que si no arrestan a nadie sólo tendrán que bucear un poco en Internet para encontrar suculento material fotográfico para sus ficheros, mientras que, si por desgracia arrestan posteriormente a una de esas personas sólo tendrán que revisar su teléfono móvil (algo que suelen hacer cuando tú estás encerrade en una celda y tu teléfono y documentación están en su poder) para encontrar las pruebas que confirmen la presencia de esas personas en esas manifestaciones en las que nadie salvo ellas y sus acompañantes tiene por qué saber que han estado, pruebas que luego pueden usarse en un juicio. Por su parte, también los medios de la prensa comercial se ponen las botas, con activistas que les ponen en bandeja las fotografías perfectas para sus reportajes sensacionalistas.
No entiendo la necesidad ni la finalidad de fotografías como estas:
¿Qué pretenden estas personas? ¿Guardarse un buen recuerdo que enseñarles a sus nietos? No quiero negar la importancia de documentar también a nivel fotográfico y audiovisual este tipo de eventos, ya que a menudo, si no fuese por personas videoaficionadas que recogen y registran todo esto, ya sea como parte de colectivos de prensa afines a los movimientos sociales o por su propia cuenta, no nos enteraríamos de muchas de las cosas que suceden. Sin embargo, es importante mantener una cultura de la seguridad, y sobre todo, tener en cuenta que al hacer fotografías así no sólo nos estamos exponiendo a nosotres mismes, sino a otras personas de nuestro entorno o a otres compañeres que en ese momento puedan estar tomando parte de esos hechos, y que a lo mejor no quieren participar en vuestro irresponsable fetichismo.
Es importante reflexionar sobre esto y no caer en una postura ambigua o pasiva de «que cada cual haga lo que quiera». Hay compañeres tomándose en serio su anonimato, perseguides y vigilades, mientras otres juegan a la revolución entre flashes y «selfies». Todo es heroísmo y publicidad, estética, top-models de la revuelta, hasta que la policía timbra y entonces es cuando desearéis con todas vuestras fuerzas no haber publicado aquella maldita fotografía…
Por una cultura de la seguridad y la responsabilidad.
Contra el fetichismo de la imagen y de la capucha.