Hace semanas que el independentismo y el nacionalismo catalán están en boca de todes. El denominado «Procés» y el referéndum planteado por Puigdemont y compañía consiguieron, habría que investigar cómo y por qué, llamar la atención no sólo de la clase propietaria local que se disputa su hegemonía con la clase propietaria española, sino de gran parte de las capas explotadas y trabajadoras, desembocando en un volumen de movilización social que, para qué mentirnos, llevábamos mucho tiempo sin ver en el Estado español (también cabría preguntarse por qué sucede ésto). La postura de muches anarquistas al respecto ha sido cuanto menos criticable, ya que se ha debatido en dos polos tan opuestos como carentes, cada uno a su manera, de un contenido político sólido y de unas bases realistas y coherentes sobre las que perfilar sus propósitos.
Por un lado, tenemos a aquelles anarquistas que, incautes, decidieron subirse al carro nacionalista, dando su apoyo a un proceso parlamentarista, reformista, y sirviéndoles, conscientemente o no, de infantería a la burguesía catalanista. Lo que subyace en ese caso no es sino el mismo pensamiento gregario que llevó a muches anarquistas a secundar, a remolque y siempre a costa de edulcorar sus propios discursos, otros movimientos sociales anteriores que no sólo no tenían nada que ver con los principios, valores y bases que defendemos como anarquistas, sino que de hecho entraban directamente en conflicto con dichos planteamientos. Ejemplos de ésto son desde los movimientos de asambleas populares de carácter ciudadanista que se aglutinaron debajo de lo que se vino a denominar «movimiento 15-M» (por mucho que de aquella experiencia, tiempo después, pudiesen surgir complicidades valiosas que dieron lugar a espacios de auto-organización interesantes en algunos barrios y ciudades) hasta luchas más concretas como por ejemplo las huelgas mineras en Asturies hace unos años.
No me malinterpretéis, no estoy llamando a no participar en esas luchas desde nuestros propios enfoques y con nuestras propias herramientas, simplemente señalo que me resulta decepcionante ver a supuestes anarquistas que, de repente, adaptan su discurso para defender procesos soberanistas de claro tinte estatista y a todas luces programados y diseñados por la burguesía catalana, más allá de los focos y cámaras de los espectáculos mediáticos, necesarios para marcar los caminos a seguir entre los bastidores de un fraude anunciado.
Y ahora me gustaría, llegades a este punto, incidir sobre el polo contrario, el de eses anarquistas que partiendo de una crítica severa y en mi opinión muy correcta a les anarquistas que se unieron al «Procés», decidieron que lo más coherente no era contraponer una lectura antiautoritaria y revolucionaria que desarticulase el montaje del Referéndum pero abriese vías libertarias, autónomas, de base y auto-organizadas que cuestionasen no sólo la estructura o modus-operandi del Estado español sino la estructura misma del Estado, sin perder de vista el valor de arraigar las luchas dentro de un territorio y de defender unas raíces, una identidad, sino desentenderse por completo del asunto, obviar una tensión social más que latente y con un gran potencial para desestabilizar y cuestionar la hegemonía del Estado en general (como aparato de dominación) y del Estado español en particular (como estructura de gestión, control y represión de nuestras vidas que nos afecta de manera más inmediata), y dedicarse a promover una crítica fácil, infantil, carente de fondo y maniquea de cualquier lucha por la autodeterminación de los pueblos, una crítica basada sobre todo en falacias como por ejemplo, afirmar que toda lucha por la autodeterminación, todo nacionalismo o todo proyecto independentista (y confundiendo y mezclando estas tres cosas como si fuesen sinónimos, por cierto) conlleva necesariamente la creación de un nuevo Estado, cosa que simplemente es mentira (y sino que se lo pregunten a les mapuches en sus territorios del Wallmapu colonizados y explotados por las multinacionales y por los Estados de Chile y Argentina, o a les compañeres de Rojava). Partiendo de que «toda nación y toda identidad cultural es un constructo social artificial de la dominación», se da paso a un cosmopolitismo de catálogo que, bajo la máscara de una suerte de «nihilismo» ficticio (la cultura es dominación, ergo, neguemos la cultura, neguemos la civilización por completo, olvidando que nuestras propias ideas anarquistas y el propio nihilismo son constructos culturales fruto de esa misma civilización) le hace el juego a la dominación sin siquiera pararse a reflexionar sobre ello.
Es frecuente encontrarse entre les anarquistas, especialmente entre aquelles anarquistas nacides en el denominado «Primer Mundo» y en países o regiones donde no han existido tensiones centrífugas, que los lemas, en principio válidos y legítimos, como «ni Patrias ni fronteras» o «los pobres no tienen patria», se convierten en una apología de una suerte de «ciudadanía del mundo» más falsa que una moneda de plastilina. A toda esta gente les pregunto: ¿Qué hay más cosmopolita que la globalización neoliberal, la homogenización cultural, la desaparición de las identidades y culturas, de los modos de ser, estar y hacer en un territorio, y la imposición de lo que yo llamaría «sucedáneos del desarraigo», es decir, esta vulgar cultura del vacío, donde nadie conoce, ni comprende, ni se relaciona con su territorio y entorno por la falta de una cosmovisión propia que le permita entender y atacar sus condiciones de existencia desde su propio contexto, donde se consumen los mismos productos aquí que en China, con los mismos sabores enlatados, hablamos las mismas lenguas colonizadoras, y pensamos en los mismos términos y en los mismos marcos que se nos han inculcado a todes, sin siquiera preguntarnos de dónde viene todo eso más allá de repetir que «todo son constructos» y conformarnos con eso? Esta dialéctica postmoderna sólo puede convencer a ciudadanes de las urbes primermundistas que jamás han tenido que luchar por defender simplemente su derecho a decidir cómo quieren vivir y a preservar los saberes, conocimientos y relaciones que forman (formaban) parte de ese cómo-vivir.
No estoy diciendo que el «Procés» catalán fuese a suponer alguna clase de ruptura con todo ésto, sé que no es así y quien afirme lo contrario es una persona, en mi opinión, víctima de un grave acceso de ingenuidad que necesita antes de nada pararse a analizar dicho «Procés» y su función recuperadora. Lo que sí digo es que me parece igual de torpe y erróneo sumarse al Procés (aunque sea «de forma crítica») sin ver las fuerzas políticas estatistas y autoritarias a las que estamos fortaleciendo con ello, que desentenderse de toda proyectualidad o de toda tensión social que no esté escrita en términos específicamente anarquistas. Siento desilusionaros, pero les anarquistas jamás haremos la revolución nosotres soles, la revolución anarquista pura no va a ocurrir, empezando porque como anarquistas rechazamos las vanguardias, y despreciamos a toda autoridad que nos diga lo que debemos hacer tanto como despreciamos mandar. Nuestra proyección es otra. Hay multitud de conflictos sociales, de distinta índole, que levantan polvo. Algunos son provocados por personas y colectivos antiautoritarios pero no suele ser el caso. Les anarquistas, a menudo, no percibimos esas tensiones hasta que han pasado de largo, y entonces, intentamos ir a rebufo, traqueteando en un camino mal pavimentado, y culpando a otres de nuestros fracasos o, mejor dicho, de nuestra falta de éxito. Sin embargo, parece que nadie ve, o nadie quiere ver, que una vez más hemos dejado pasar la oportunidad de estar presentes en las luchas, de compartir nuestros métodos y propuestas y de intentar subvertir las raíces autoritarias y estatistas de dicho proceso para sembrar la anarquía y demostrar, con actos y no con discursitos elocuentes, que podemos estar a la altura, que tenemos algo que ofrecer más allá de acciones espectaculares, panfletos autorreferenciales y dinámicas guetificadoras, y con «algo que ofrecer» tampoco estoy haciendo apología de ninguna función de «misioneros», yo no soy en absoluto partidario de ir llamando a las puertas de la gente para contarles lo bonito que sería nuestro maravilloso mundo anarquista, como si fuésemos testigos de Jehová o miembros de alguna otra secta. Lo siento, pero no. Pero si pretendemos llevar a cabo alguna incidencia sobre el cambio social o sobre un proceso revolucionario a gran escala que haga temblar todas las estructuras del Viejo Mundo que aun están en pie y con ellas todos los espejismos del nuevo, me parece que ya va siendo hora de dejar de descuidar la labor que tal compromiso conlleva y de echar balones fuera cuando ese inmovilismo autocompasivo no dé los resultados deseados.
Como apuntaba ayer un compañero muy querido mientras debatíamos sobre el tema, la necesidad, tantas veces mencionada, que tenemos les anarquistas de «salir del gueto» no significa «salir a cualquier precio», ni tampoco significa diluír nuestros propósitos para «caerle mejor» a quienes de otro modo no nos harían ni caso y de hecho, posiblemente nos harían objeto de su represión a la primera de cambio. Significa saber participar en los procesos de lucha que se dan en nuestro entorno, saber confrontar, en la práctica, nuestras herramientas y perspectivas con las de otres, y ser capaces de conseguir que la anarquía sea por fin algo palpable, real, y no simple teoría, sin que sea necesario diluírla ni un poquito.
También he de reconocer que me resulta preocupante encontrarme que la mayoría de compañeres con quienes he debatido este tema, obvian por completo hacer un análisis pormenorizado y meditado del nacionalismo y de las luchas de liberación nacional que se han dado en la historia, y del papel que como anarquistas otres compañeres jugaron en ellas. Desde Mijaíl Bakunin (que en su panfleto «Patria y Nacionalidad» desmontaba ya entonces algunos falsas ideas sobre estos dos conceptos ampliamente extendidas entre anarquistas de la época y, por desgracia, también todavía de hoy en día, defendiendo la idea de revolución social como una proyección estrechamente vinculada con la liberación nacional de los pueblos sometidos) hasta Alfredo Maria Bonanno (con el texto «Anarquismo y luchas de liberación nacional») o el propio Constantino Cavalieri (en el apartado «Postindustrialismo, Estado, luchas de liberacion nacional» dentro del ensayo más amplio «El anarquismo en la sociedad post-industrial: Insurreccionalismo, informalidad. Proyectualidad anárquica al principio del 2000″) aportaron lecturas más o menos críticas o más o menos afines de estos fenómenos, y esto sin entrar en otras aportaciones como el libro «Anarkherria» sobre la confluencia entre las luchas de liberación nacional en Euskal Herria y los planteamientos autónomos, libertarios y revolucionarios, junto a otras muchas aportaciones quizá menos conocidas.
Por proponer la lectura de estos textos y dudar de que les anarquistas sean «apátridas» me han llovido críticas estos últimos días, y hasta hubo quien me acusó, textualmente, de «defender el Procés», y también hubo quien insinuó que estos eran «textos apócrifos», por ejemplo, una persona que sostenía que Bakunin no escribió «Patria y Nacionalidad», que «se lo habrán atribuído después» porque «cómo iba Bakunin a ser nacionalista». Y bueno, es cierto, Bakunin en ningún momento dice ser nacionalista, de hecho en ese mismo texto critica profundamente el nacionalismo. Cosas de opinar sobre los textos antes (y no después) de habérselos leído, o quizá sin tener siquiera voluntad de leerlos. Tanta agilidad para encontrar el dogmatismo en las corrientes autoritarias del marxismo, por ejemplo, y sin embargo… La paja en el ojo ajeno siempre se ve mejor. A mayores, por plantear lo dicho antes respecto a la necesidad de que las luchas arraiguen en las identidades, relaciones y costumbres desenvueltas en su territorio y conozcan el pasado histórico de dicho territorio para analizar y comprender mejor sus contextos, hubo también quien me acusó de chovinista, de nacionalista, de no tener claros los «Principios del anarquismo» (sic, con mayúscula). También hubo quien opinó que si a mis posturas les añadiésemos un poco de esencialismo y una mitología religiosa, tendríamos un discurso nacionalsocialista. Hay gente cuya comprensión lectora y «asombrosa» capacidad de análisis nunca dejarán de sorprenderme…
No apoyo el Procés, ni el Referéndum, ni tampoco soy nacionalista. Eso, no obstante, no significa que no tenga y defienda una visión antiautoritaria de las luchas de liberación nacional, y que incluso apoye esas luchas desde ese enfoque. Si alguien quiere echarme a la hoguera de los herejes, adelante, soy culpable de haber atentado contra la rigidez de vuestros baremos políticos. Y por supuesto, como antiautoritario y anarquista defiendo que el pueblo catalán, con las muchas contradicciones que me supone esto que voy a decir, merece poder ejercer su derecho a decidir (¿o acaso vais a impedírselo «antiautoritariamente»?) y a riesgo de sonar cínico, les herides tienen mi solidaridad, no porque esté de acuerdo con sus reivindicaciones del domingo (os aseguro que no lo estoy) sino porque el arsenal desplegado contra elles no puede seguir pasando desapercibido, y es una de las muchas imágenes del futuro que nos espera. La escalada represiva vivida en Cataluña en los últimos meses y que encontró su paroxismo en la carnicería de hace dos días con centenares y centenares de herides que en ningún momento habían incurrido en ninguna actitud violenta, no tiene ya que ver con el nacionalismo catalán y sus campañas de márqueting, sino con un Estado de democracia capitalista que sigue avanzando y estrechando los marcos del totalitarismo moderno, y que ha dejado claro una vez más que la «participación ciudadana» también tiene un límite. Es el mismo Estado que nos ataca como libertaries, que encarcela a les nuestres, y que en los últimos días, en Cataluña y más allá, protegió al fascismo y golpeó hasta abrirles la cabeza a cientos de personas, incluyendo muches compañeres que aun sin estar a favor del Referéndum, tampoco lo estaban de la pasividad con la que una gran parte del movimiento anarquista, encerrado en la inmovilidad de su purismo, reaccionó (o mejor dicho, no reaccionó) a la represión contra el pueblo, porque digámoslo de una vez, ¿a cuántos jerifaltes de la burguesía catalana habéis visto con la cabeza abierta o con un ojo reventado de un pelotazo?
Que al pueblo catalán esto les sirva para entender que como dice con acierto una clásica consigna…
Cap Estat ens fará lliures!!
Contra toda autoridad, lleve la bandera que lleve. Contra toda frontera.
Ni guerra entre pueblos ni paz entre clases.
Por la insurrección, la revolución social y la anarquía.