El texto que sigue a continuación fue escrito en 2015 por algunas individualidades anarquistas y antiespecistas italianas, y circuló de forma interna y por e-mail en algunos espacios liberados de allí, como una crítica a algunos colectivos que en sus comedores/cenadores para conseguir dinero con el que financiar la solidaridad con compañeres en prisión (ayudar a pagar gastos legales, campañas solidarias, etc.) vendían carne y otros productos de origen animal. Un año más tarde, a finales de 2016, dado que el problema persistía y nada parecía haber cambiado, fue publicado en el blog ecoanarquista y antiespecista Black Shuck.
A pesar de que aquí es una crítica relativamente «asumida» y es extraño que en espacios liberados se sirvan productos de origen animal gracias al trabajo que muches compañeres antes que nosotres llevaron a cabo por extender la conciencia sobre el especismo e interrelacionar las luchas, en otros países como Italia o Grecia esto sí es habitual y frecuente, y lo extraño es encontrar cuestionamientos antiespecistas sobre la cuestión. Por eso, y buscando también hacer un aporte más al debate, me apetecía compartir el texto, debido a la gran afinidad que siento con su contenido, para ayudar a que poco a poco las costumbres especistas desaparezcan para siempre de nuestros espacios y, con tiempo y esfuerzo, también de nuestras vidas.
Porque la destrucción del capitalismo y de su sociedad industrial también significa destruir la cultura de dominación y explotación que hemos extendido a otras especies, muchas veces con infinitas similitudes entre la explotación que sufrimos les humanes y les no-humanes. Ensayos como «En Ese Sitio Maldito Donde Reina la Tristeza: Reflexiones Sobre Cárceles de Humanos y No-Humanos» (Asamblea Antiespecista de Madrid) o los textos de Jason Hribal sobre la inclusión de les animales como parte de una clase obrera de la que se extrae una doble plusvalía (disponibles en el libro «Los Animales son Parte de la Clase Trabajadora», publicado por la editorial OchoDosCuatro de Madrid) son aportes interesantes para el debate en esa línea.
Porque encierre a quien encierre, una jaula siempre será una maldita jaula.
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«… huesos, grasa, músculos y tejidos de seres que alguna vez estuvieron vivos y que fueron sacrificados para obtener partes de sus cuerpos. Esta escena te abruma y, de repente, rompes en lágrimas. Dolor, tristeza, choque te angustian, tal vez incluso sólo por unos momentos. Y, por un momento, estás afligido, estás de luto por todos los animales anónimos que tienes frente a ti.»
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James Stanescu, Questione di specie
La cadena alimentaria, la ley de la naturaleza, la opresión del más fuerte sobre el más débil, la desigualdad, el dominio: el nuestro es un mundo basado en un abuso que no aceptamos.
Hay quien da su vida por un mundo liberado: así son les compañeres que nos han dejado y que nos dejarán, asesinades o aplastades psicológicamente por una realidad que nos oprime todos los días. Tantes otres, sacrificando sus vidas, terminarán en prisión: en jaulas. Dedicamos nuestra existencia a combatir las injusticias llevadas a cabo por les más fuertes y a menudo nos sentimos impotentes frente a tanta violencia. Mientras estamos implicades en nuestras luchas, también debemos lidiar con la represión, haciendo sentirse menos soles a les prisioneres con cartas, concentraciones fuera de las cárceles e iniciativas y eventos benéficos para pagr los costos legales. A menudo, sin embargo, en estos eventos se sirve carne, probablemente porque nos olvidamos o quizá porque, más superficialmente, no se piensa que el contenido de ese plato antes era un animal, un ser vivo y sintiente como nosotres y como nosotres lleno de expectativas en la vida, pensamientos, felicidad, tristeza y deseos. De instinto de libertad.
¿Cómo se puede luchar por la libertad disfrutando de la esclavitud de otros seres que, como nosotres, sólo desean ser libres?
Terminamos en la cárcel porque no queremos un mundo de opresión, sin darnos cuenta de que, a menudo, somos nosotres les opresores. Aceptar este dato de hecho es el primer paso hacia una toma de conciencia general que pueda permitir realizar un cambio hacia la liberación total. La sociedad en la que vivimos hace imposible una verdadera coherencia, pero eso no puede y no debe disminuír los pequeños y grandes pasos que damos, que podemos y debemos dar, si de verdad queremos que la liberación total no sea un simple eslógan, sino que se convierta en realidad.
Nuestros espacios, liberados del mundo y de la sociedad capitalista, ¿hasta qué punto son verdaderamente libres?
La lucha no es, y no debe ser, sólo una revuelta contra lo externo. Debe ser también una revuelta contra nuestro interior, contra las prácticas de abuso y de poder que a menudo, más o menos conscientemente, reiteramos a su vez también contra nosotres mismes, contra nuestres compañeres y contra los espacios liberados. La lucha contra nosotres mismes, contra las estructuras del dominio que han sido inculcadas por la cultura y por la sociedad, es quizá la lucha más difícil de librar. Nos comprometemos con todas nuestras fuerzas para cambiar la manera de vivir, para adoptar un lenguaje, para entablar relaciones donde no haya lugar para las ideas racistas y fascistas, machistas, homófobas y capitalistas. Somos empátiques con les débiles y con quienes son dominades porque todes pertenecemos a una gran categoría: la de les oprimides, la de les dominades.
La negativa a colocarse y a colocar a otres en una escala jerárquica no puede ser sólo la elección individual de cada une. Si así fuese, también podríamos aceptar e incluso respetar cualquier tipo de comportamiento fascista. Es una elección que necesariamente involucra a les demás, una elección política. Decidir no cocinar ni comer alimentos obtenidos de la explotación y muerte de les animales es ante todo, de hecho, una elección política, una acción directa y concreta contra toda dominación. En esos platos hay violencia y explotación, la misma violencia y la misma explotación que nos consumen todos los días, quitando tiempo, vida y salud, convirtiéndonos en productos seleccionables en las estanterías de ese supermercado llamado capitalismo.
Negarse a consumir cualquier producto derivado de la esclavitud y del encierro de otres individues, tanto humanes como no-humanes, es el único modo de escapar de la estructura opresora de todas las jerarquías, para eliminar definitivamente toda forma de explotación y de dominación de nuestras prácticas políticas. Destruyamos todas las prisiones, y no sólo aquellas que encierran animales humanes.
Porque mientras existan jaulas y barrotes, nadie podrá jamás ser libre.