“No nos critiquéis antes de entendernos. No nos señaléis con el dedo antes de vernos. No nos censuréis antes de hablarnos. No nos matéis antes de dejarnos vivir. Somos vuestros nietos e hijos, vuestros vecinos y amigos. Somos la sociedad que habéis creado.»
– Extracto de una octavilla repartida por algunos de sus amigxs y compañerxs en el funeral de Alexis Grigoropoulos, asesinado a sangre fría por la policía griega en Atenas el 6 de diciembre de 2008.
Ayer, mientras estaba junto a mis compañerxs montando el puesto de distribución de fanzines y propaganda anarquista que colocamos dos veces por semana en una calle de nuestra ciudad, una señora mayor se acercó a preguntarnos qué era aquello. Cuando se lo expliqué, me interrumpió en cuanto escuchó la palabra “anarquista”, y una vez más, quedamos retratados por las mentiras de la Historia, que escrita por los vencedores, demoniza a sus adversarios.
Nos dijo que los extremos se tocan, y preguntamos ¿qué extremos? Su respuesta fue que no lo sabía. Nos dijo que los anarquistas éramos extremistas, y preguntamos ¿por qué? Su respuesta fue que no lo sabía. Nos dijo que, en su juventud, todo el mundo hablaba de los anarquistas como gente radical y muy problemática, y preguntamos ¿es justo juzgar a todo un movimiento, con todas sus diferencias internas, sus tendencias diversas y sus complejidades, sólo por habladurías sin fundamento, por la tradición oral del descrédito sistemático y sin reflexión previa alguna? Se encogió de hombros, y nos respondió que esa era su opinión, que debíamos respetarla, como ella respetaba las nuestras (curiosa forma la suya de “respetar”, por cierto). También dijo “Es muy bonita vuestra idea pero siempre alguien tiene que mandar”. Preguntamos por qué. Volvió a encogerse de hombros y dijo que si nadie manda, cómo nos íbamos a organizar. Respondimos que horizontalmente, confiando unas en las otras, y rechazando las vanguardias y los dirigentes. Nos preguntó cómo se reparten las riquezas. Respondimos que de manera colectiva, sin necesitar grandes esquemas para ello y guiándonos por las necesidades individuales y comunes, y preparados para rechazar a quien, incluso en estas condiciones, optase por acaparar y tratar de erigir un nuevo sistema de privilegios. Se encoge de hombros, nos mira con soberbia, y mientras se aleja sentencia “Muy bonito, pero si tenéis 100 euros no me los dáis, ¿verdad?” Y cuando preguntamos qué demonios tenía eso que ver con la viabilidad de las ideas anarquistas, y si había comprendido el significado de la crítica a la propiedad privada, se limitó a responder “Tengo prisa, adiós, adiós…” mientras hacía una mueca de altivez y se despedía finalmente con su mano llena de anillos y joyas.
No es que este hecho tenga mayor relevancia. Cualquiera con un mínimo de conciencia social que haya expresado abiertamente alguna vez sus posturas, habrá vivido episodios similares, y no hay que darle más importancia de la que tiene. Sin embargo, no dejo de preguntarme cómo podéis vivir así, con esa ausencia de criterio, con esa indiferencia hacia todo cuanto os rodea.
Nuestro bienestar arraiga en las miserias de otros, alimentándose de lágrimas, sangre y desesperación. Ni siquiera nuestra vida está llena, porque ese es su sustento, una podredumbre que poco a poco envuelve a más y más personas, destrozando sus vidas, haciéndoles caer en la depresión, llevándoles al suicidio, a la delincuencia o a la marginalidad. La podredumbre engendrada por un sistema que tiene por naturaleza la injusticia más absoluta, al que no le importa matar si eso garantiza beneficios, ni sacrificar en sus altares el mismísimo futuro del planeta. Nosotras, por ansiar la destrucción de tal ignominia, somos extremistas y, sin entender lo que significa, ello le sirve al ciudadano medio(cre) para evitar cualquier contacto con nosotros. Convendría ahora analizar estos conceptos que, con el paso del tiempo y el cuidadoso trabajo de manipulación llevado a cabo por los técnicos de la Dominación, han perdido su sentido y han cobrado uno nuevo y distorsionado; extremista, violento, respeto…
Sí, somos extremistas, porque los términos medios benefician a los opresores y fortalecen las estructuras que les mantienen en sus posiciones de poder. Porque toda reforma mantiene el origen del problema, enmascarándolo de diferentes maneras, y nosotros no queremos esconder las opresiones, sino terminar con ellas.
Sí, somos violentas, porque los grises soldados del miedo no nos dejan más salida cuando golpean y encierran nuestros cuerpos, porque el civismo nos aliena condicionando nuestra existencia con sus ritmos y sus restricciones, porque no basta con buenas intenciones, batucadas e ingenuidad para destronar a los que se autoproclaman dueños de todo y con ese título en mano arrollan todo a su paso, en su loca carrera por los beneficios económicos. Ojalá bastase, pero no es así. La violencia tampoco, es cierto, pero no somos nosotros los fundamentalistas de la no-violencia que arremeten contra toda expresión de rebeldía no sujeta a sus mismos códigos cuasi-religiosos. Sabemos valorar y apreciamos en muchos casos protestas que, sin necesidad de recurrir a la autodefensa o a la violencia, consiguen su objetivo. Sin embargo, hay quien, en nombre de la paz, carga contra quien se defiende de los abusos que sufre, sin analizar la situación y sin más criterio que una hipócrita moral, convirtiéndose de ese modo en cómplice de dichos abusos. Nosotros no renunciaremos a nuestra posibilidad de defendernos ni dejaremos en manos de este sistema cruel y asesino el monopolio de la fuerza.
Lo que no somos, es respetuosos. Nos queman los dogmas de la tolerancia si ésta no es recíproca. ¿Es respetable una postura conformista y egoísta frente a las desgracias que nos rodean por todas partes? Respetar la posición del ciudadano narcisista y advenedizo que aspira a ocupar una porción de poder, y para ello no tiene inconveniente en contribuir al sufrimiento ajeno (condición sine-qua-non para ser aceptado en esta cámara de gas que algunos llaman “Sociedad” y donde individuos deshumanizados se pisotean entre sí para ascender y encontrar un poco de aire puro con el que sobrevivir un poco más) implica respetar todo aquello de lo que ese sujeto es cómplice, y permitir esa desigualdad, que al ser tolerada, se perpetúa y agrava, ya que nadie hace nada por frenarla (porque eso sería muy “irrespetuoso”, no siéndolo en cambio el hecho de que unos se aprovechen de otros sin que nadie pague por ello; Sois unos irrespetuosos, ¡Dejadme oprimir libremente!). Por eso no respetamos la postura de aquella mujer. Eso no quiere decir que vayamos a atacarle o a atentar contra ella, ni tan siquiera implica que la odiemos (de hecho, nos inspira más lástima que odio, aunque no negaremos cierto grado de desprecio). Simplemente, no respetamos su opinión, ya que su actitud nos demuestra que no sabe qué es el respeto, y por supuesto, tampoco esperaremos a que nos comprenda (si es que lo hace algún día) para preparar y poner en práctica la insurrección de nuestros deseos.
Creo que hay que dejar bien claro lo siguiente. Algunos anarquistas buscamos tener un efecto sobre la sociedad en su conjunto, porque creemos que ese es un punto clave a la hora de influir sobre el curso de las cosas, pero somos anarquistas no parroquianos y no negaremos nuestra identidad como tales ni tampoco intentaremos vender mejor nuestro producto. No somos mercachifles de alguna cadena de tele-tienda, ni políticos buscando el voto (in)útil. Tampoco mendigamos la comprensión ni las simpatías de nadie. Antes de nada, luchamos por nuestra propia libertad y la de nuestros compañeros, así como la de todos aquellos seres que sufren las miserias de este mundo, pero no renunciaremos a un pedazo de nuestra libertad por complacer a quienes se han acostumbrado a sus cadenas. Si piensas que somos extremistas, podemos debatirlo, y si no estás dispuesto a abrir esa mente tan herméticamente cerrada, no podemos hacer otra cosa salvo subvertir todo aquello que no nos deja ser libres, con o sin tu aprobación.
Las decisiones políticas, así como la persistencia del espejismo de la falsa neutralidad, traen consecuencias. Nosotrxs ya lo hemos aprendido, ¿y vosotros?