Hace poco, participé en varios debates dentro de diferentes círculos y espacios de lucha y activismo con los que mantengo más o menos afinidad según el caso. Esas discusiones giraban alrededor de una serie de acciones de sabotaje de corte antiespecista realizadas recientemente en diferentes ciudades francesas contra negocios de venta de productos de origen animal, principalmente carnicerías, donde la mayoría los ataques habían consistido en la rotura de cristales o la realización de pintadas en la fachada. Vi a muchas personas (parte activa de un modo u otro del activismo antiespecista) utilizar una noticia totalmente sensacionalista de un medio de la prensa burguesa (los cuales ya sabemos de sobra con qué tipo de intereses se suelen aliar), para criticar esas acciones, ya que según decía esa noticia, los dueños de esos negocios y en general la industria ganadera estaban «muy preocupados» por lo que el artículo definía como «veganos violentos». La crítica planteada por estes compañeres argumentaba que si querían realizar acciones de ese tipo debían apuntar a las industrias y a los negocios de origen de toda esa muerte para los animales, y no dedicarse a reventar «pequeños negocios» de «carniceros de clase trabajadora», que «lo único que hacen» es vender el producto final de esa cadena de explotación para llevar pan a su casa. También realizaban una serie de aseveraciones, bastante atrevidas y desde luego impertinentes, sobre el estatus de les activistas que habían hecho esos actos, apelando a que se trataba de «pijos» porque «alguien con una perspectiva de clase no haría una cosa así».
Bien. A pesar de que comparto parte de esta crítica y creo que es importante continuar reflexionando al respecto de la necesidad de no perder de vista la cuestión de clase, también tengo varias cosas que decir, y por eso me he decidido a escribir algo sobre ello.
- La crítica a la acción o la crítica desde la inacción
Hay una idea que se extendió dentro de algunos círculos para la acción directa informal y que muches compañeres han adoptado para sí, pero que yo no comparto (del todo): es la idea de que una acción sólo puede/debe criticarse con otra acción. Es decir, que sólo tienen legitimidad para criticar un ataque aquellas personas que planteen su crítica acompañada de otro ataque. Esto en mi opinión limita el espacio del debate a un número reducido de personas, y mantiene una especialización en torno al afilado de las prácticas de lucha, vetando la palabra a compañeres que, aunque no estén viviendo ese conflicto directamente, podrían aportar reflexiones o consejos interesantes y útiles. Creo que todes deben tener legitimidad y derecho a criticar acciones y discursos de otres desde puntos de vista estratégicos, políticos, éticos etc. siempre que lo hagan desde la honestidad y sin olvidar la posición desde la que hablan, los privilegios que puede conllevar etc. No obstante, me parece que a veces nuestras críticas exceden con mucho la altura de nuestra práctica, y eso es, cuanto menos, para darle vueltas y corregirlo.
Cuando se dice que las personas que llevaron a cabo esos sabotajes «deberían» apuntar a la industria, al origen de esa explotación, lo que se expone es una conclusión que parte de un análisis del funcionamiento de esa cadena de explotación que se está combatiendo. Es decir, es una idea que se supone que nace de una reflexión personal sobre el problema. Sin embargo, a la hora de la verdad, son muy pocos los ataques que observamos a esas grandes industrias, al menos en el territorio controlado por el Estado español. Tenemos muy clara la teoría, de eso no hay duda, pero esto conduce a preguntarse por qué en el Estado español, salvo maravillosas excepciones, la acción directa clandestina por la liberación animal continúa estando tan ausente. El tiempo que no se emplea en liberar vidas y atacar a les explotadores parece utilizarse para decirle a compañeres de otros países lo que tienen que hacer, y para más inri, usando las redes sociales (medios nada neutrales, vigilados y donde es fácil comprometer a amplios entornos de lucha). ¿Piensas que tendría un resultado mucho más eficaz y positivo a nivel estratégico golpear a grandes industrias en lugar de atacar a pequeños empresarios? Bien, estoy totalmente de acuerdo, pero ahora pregunto, ¿dónde están esas acciones por las que tanto clamas? Si todes tenemos tan claro dónde está el enemigo, ¿a qué demonios esperamos?
Entramos entonces en cuestiones como el miedo a la represión, la preparación física y psicológica de cada cual para asumir determinados riesgos, la falta de un respaldo afín de compañeres con quienes actuar, y otras muchas variables que nos ponen difícil a todes dar un paso más en la acción y materializar lo que tanto nos emociona al leerlo en los libros y en los blogs de Internet. Es normal tener miedo. Es normal no sentirse segures para llevar a cabo ciertas acciones. Incluso es normal, y totalmente respetable, que pienses que ese no es el camino, y prefieras seguir otras líneas en tu activismo y luchas personales. No pasa nada, cada persona es diferente, todes tenemos barreras, límites, y cada cual se los trabaja como puede, y elige mientras tanto los caminos que quiere recorrer. De hecho, sería muy insensato no pensar en las represalias teniendo en cuenta que todo un armazón legal y securitario blinda los intereses de ganaderos y otros explotadores. Pero si vas a levantar la mano para criticar a otres compañeres que ya han dado pasos en el camino a la acción, procura que la altura del tono de tus palabras esté a la altura de los hechos. Las sentencias morales no son ejemplos válidos de crítica constructiva.
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La acción también es un músculo a ejercitar
Todes hemos leído u oído hablar acerca de activistas conocides por sus grandes acciones, por lograr cerrar laboratorios y granjas, o por haberse enfrentado hasta las últimas consecuencias al especismo y su mundo. Ejemplos de esto son Rod Coronado, Barry Horne, Peter Young, Marius Mason, Jill Phipps y otres tantes. Leemos sobre grandes incendios en mataderos, sobre bioterios allanados y equipos informáticos destrozados en plena noche, sobre granjas peleteras con todos sus cautivos liberados y reducidas a ceniza, despachos de investigadores y veterinarios trabajando para grandes marcas ganaderas donde se robó o destruyó documentación comprometedora y se hicieron pedazos los bienes. No obstante, quienes llevaron a cabo esos actos empezaron también golpeando pequeños negocios, llevados también por «gente trabajadora» que, «simplemente», habían tomado la decisión de ganar dinero vendiendo trozos de animales muertos para comer o vestirse. Rod Coronado, en su texto «Hundir la Flota», donde narra una acción que llevó a cabo en 1986 en Islandia para hundir 2 de los 3 principales buques de caza de ballenas en Reikiavik destrozando además todas las instalaciones y equipos de la estación ballenera, dice:
«Cada pocas semanas quedábamos para discutir nuestros planes y analizar los datos que habíamos recopilado sobre Islandia. Cuando acabábamos nuestra tarea, preparábamos unas cuantas bombillas rellenas de pintura y dábamos unas vueltas en bici por Londres para redecorar sus tiendas de pieles.»
¿Podemos decir que Rod Coronado era un «pijo sin perspectiva de clase» o que sus conclusiones sobre la acción directa ilegal por la liberación animal eran erróneas porque atacó «pequeñas tiendas de pieles», algunas de las cuales seguramente serían «pequeños negocios de gente de clase trabajadora», en lugar de ir a por las grandes granjas? (algo que en cualquier caso también hizo más adelante, durante su colaboración en la campaña Bite Back!, narrada en el libelo «Memorias de Libertad»).
La práctica del sabotaje requiere de una determinación y una preparación física y mental que no surgen de la nada, necesitan ser ejercitadas a lo largo del tiempo. Afrontar desafíos cada vez mayores a medida que se conocen y analizan las rutinas de seguridad del enemigo, los mecanismos de la represión, y a medida que se van generando nuevas y más fuertes relaciones de afinidad con otres compañeres que también estén decidides a convertir sus palabras en ataque y permitan fortalecer la confianza en une misme y en otres. Por eso, despreciar acciones de otres compañeres, sin conocer a esas personas ni su contexto o situación personal, sólo por lo que se ha leído en los medios del poder, y pensar que tenemos legitimidad para decirles lo que «deberían» hacer me parece bastante grave, y más todavía si, mientras emitimos esos juicios, nosotres mismes tampoco estamos dando ejemplo de esa práctica. Evidentemente que hay acciones más efectivas que otras, y que hay personas que han asumido riesgos mucho mayores, pero eso debería servirnos para aprender y extraer ideas y conclusiones que nos sirvan para afinar nuestra propia puntería, y no para creernos con la potestad de tirar mierda sobre la lucha ajena.
- La clase obrera como eterna coartada
Nadie sensato niega a estas alturas que el estatus de clase de cada persona condiciona totalmente las decisiones y actos que puede tomar. Al contrario de lo que dicen los discursos liberales, no somos libres de decidir sobre nuestras vidas porque el mero hecho de nacer en una clase explotada impone una serie de condicionantes sobre los que no tenemos ningún control y que limitan nuestras opciones o nos obligan a caer en contradicciones y a aceptar cosas que en realidad no queremos aceptar, pero que en ese momento no estamos capacitades ni preparades para superar o combatir realmente. Por eso, ciertamente, de primeras podemos afirmar que no es ético ni consecuente con una perspectiva anticapitalista y solidaria acusar a les trabajadores por su trabajo. Culpar a un hombre por trabajar en una carnicería cuando quizá esa persona no ha podido encontrar nada mejor y aguanta ese trabajo porque siente que no le queda más remedio, forma parte, en mi opinión, de la mentalidad liberal y opresiva que el capital ha querido inculcar en nosotres. En lugar de esto, quizá deberíamos empezar por generar alternativas eficaces para que esa persona, otras tantas, y nosotres mismes, podamos empezar a replantearnos de verdad nuestra sumisión al mundo del trabajo y al mundo capitalista en su conjunto, y a hacer algo al respecto.
Además, entiendo que trabajadores de granjas y mataderos son también víctimas de esas mismas empresas, y libros como por ejemplo «Por Encima de su Cadáver: La economía política de los derechos animales» de Bob Torres (editado en castellano por les compañeres de OchoDosCuatro, Madrid) hablaron sobre las terribles consecuencias y el impacto devastador que tenía sobre la estabilidad emocional y psicológica de les empleades el curro en este tipo de lugares. En concreto, el libro de Bob Torres, entre sus páginas 91 y 97 habla y da varios testimonios de cómo trabajadores de mataderos terminaron con serios problemas relacionales, trastornos diversos, conductas agresivas que luego trasladaban a sus seres queridos, violencia doméstica, y una tendencia al alza a terminar cayendo en adicciones a drogas, al alcohol o a los psicofármacos para poder soportar un ritmo tan amargo. La crítica antiespecista, desde una perspectiva antiautoritaria, revolucionaria y de clase, también debería extenderse a las consecuencias que el trabajo en ese tipo de industrias tiene no sólo para los animales no-humanos, sino también para les trabajadores humanes.
Sin embargo, tampoco podemos olvidar que los vivisectores que abren en canal animales vivos y conscientes, que injertan electrodos en el cráneo de los gatos y conejos, o que introducen chips y dispositivos diversos en el organismo de millones de criaturas, les provocan enfermedades etc. son también trabajadores, empleades, que no son grandes burgueses propietaries de fortunas, porque si ese fuese el caso, no estarían trabajando. Nadie trabaja por gusto. Lo mismo podemos decir de matarifes, de los granjeros que separan a los terneros de sus madres, de los que trabajan en plazas de toros machacando a los animales antes de cada «festejo», etc. y eso, desde luego, no les exculpa, del mismo modo que tampoco podemos ni queremos justificar a maderos, carceleros o militares, por ejemplo, que torturan, asesinan, reprimen, golpean y multan a cambio de un sueldo, y que en muchos casos también son «trabajadores» (en la medida en que venden su tiempo y su energía por un sueldo a fin de mes, independientemente de cuál sea el postor en este caso).
Por otro lado, las carnicerías son el último eslabón de una cadena de explotación horrible. Si una persona, un pequeño trabajador, está empleado en una carnicería, debería darle exactamente igual que el negocio donde trabaja resulte atacado, pues no es su propiedad sino la de su jefe (y que se joda el jefe, que también se lucra explotando el trabajo de otres). Si en cambio esa empresa le pertenece, es porque ha tomado la decisión de invertir su capital en ese tipo de negocio y no en otro, y por lo tanto, debería asumir también las consecuencias de ello por parte de quienes han decidido posicionarse en firme contra el abuso sobre los animales, actuando aquí y ahora contra quienes lo provocan, sea cual sea su posición dentro de las jerarquías económicas del capitalismo y del Estado.
Atacar al especismo es necesario y siempre es justo y correcto, en la medida en que la rabia que motiva esos ataques queda sobradamente justificada por la mera existencia de un sistema de valores, cultural, social, político, económico, que dicta que los únicos animales que tienen derecho a vivir son los seres humanos (y de hecho, posiblemente deberíamos matizar que hablamos de humanos, a poder ser, blancos, europeos, de clase alta, etc.) y que podemos apropiarnos de los cuerpos y de las vidas del resto de criaturas para nuestro consumo, comodidad y capricho. No debería ser necesario justificar nada más. Tanto si el objetivo atacado es un pequeño negocio como si es una gran industria, el ataque está bien, pues al final, no es una propiedad concreta lo que se está atacando, sino un símbolo de una cultura basada en la dominación no sólo del resto de animales, sino también de los seres humanos que no pertenecen a los grupos privilegiados. Afilar la práctica, intentar llegar más lejos, y mantener la crítica y la autocrítica como vehículos imprescindibles para avanzar y aprender, dentro de los ritmos de cada cual, es necesario, pero si utilizamos esa crítica para atacar a otres compañeres y justificar, o excusar, a los explotadores (explotadores que en la mayoría de casos no tienen interés alguno en dejar de abusar de los animales), entonces tal vez debamos replantearnos la coherencia de nuestras acciones.
Por la anarquía y por el fin de la dominación, abajo las jaulas de la sociedad civilizada.