El pasado 19 de noviembre, Jesús Huerta, apodado «Chuy», un chaval latino de 17 años habitante de Durham (EE.UU.) murió bajo custodia policial. Había sido detenido, supuestamente, por allanamiento, pero acabó con heridas de bala en la cabeza y el pecho en el asiento trasero de un coche patrulla y las circunstancias de su muerte siguen ocultas y sin esclarecer, con la complicidad de los medios de comunicación, que guardan silencio mientras desvían la atención para mantener el orden dominante.
El 22 de noviembre tuvo lugar en la ciudad una manifestación, que pese a ser preparada y comenzar como una protesta pacífica no tardó en expresar su rabia atacando a la policía con resultado de daños en las cristaleras de una comisaría y en varios coches patrulla, además de varios agentes heridos y manifestantes arrestadxs, algunos de lxs cuales enfrentan cargos.
Personalmente, no conocía el caso de «Chuey» Huertas hasta que leí un comunicado que reivindicaba sabotajes a coches patrulla en EE.UU. realizados recientemente en el contexto de la semana de solidaridad con Mónica Caballero y Francisco Solar, donde mencionan el caso del adolescente asesinado. Tras enterarme un poco mejor, y a pesar de que ya hace más de un mes de la noticia, decidí traducir y difundir esta crónica, donde se resume lo sucedido en la mani del 22 de noviembre y se reflexiona al respecto.
1312 – Maderos, Cerdos, Asesinos.
La fuente del escrito en inglés podéis consultarla aquí.
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Reflexiones sobre la marcha en memoria de Chuy Huerta del 22 de noviembre.
El artículo a continuación es sólo una instantánea de lo que ocurrió el 22 de noviembre. Nuestra experiencia no ocurrió aislada de otros hechos y sensaciones inefables ni tampoco es una narrativa histórica que se traga todo lo que no aplasta. Mantenemos la esperanza en alguna otra forma de pensar en algún lugar entre estas dos.
«La policía nos mata a nosotrxs, a la juventud, a nosotrxs, la gente joven, porque están asustados de nosotrxs. Están asustados de las cosas que pensamos y de lo que sabemos» – Unx de lxs amigxs de Chuy, al comienzo de la manifestación.
El martes 19 de noviembre de 2013, Jesus «Chuy» Huerta murió por heridas de bala en el pecho y la cabeza mientras estaba en el asiento de atrás de un coche de la policía de Durham. Mientras la policía informó de que el chico de 17 años estaba en la parte de atrás del coche de policía porque había sido arrestado por allanamiento, la presencia de una pistola – una imposibilidad según el procedimiento de búsqueda normal – aún tiene que ser explicado. Las circunstancias que rodearon la muerte de Chuy han sido ocultadas.
El viernes siguiente, 22 de noviembre, aproximadamente 200 personas se encontraron en el CCB Plaza del centro de Durham para unirse a una manifestación organizada por lxs amigxs de Chuey y por su familia. Durante media hora, lxs más allegadxs lloraron su pérdida y recordaron a su hijo, a su hermano, a su compañero de clase, a su amigo. Lloraban y suplicaban respuestas. Pero no sólo eso.
Algunxs amigxs de Chuy, blandiendo sus monopatines, temblaban de rabia. Aunque su voz tembló al atragantar las lágrimas, audazmente informaron a la gente de que ya era, por fin, la hora de gritar «¡Que se joda la policía!». Lxs organizadorxs anunciaron que sus intenciones eran mantener la protesta pacífica y segura, pero que entendían que algunas personas estuviesen furiosas. En un extraño momento de solidaridad sincera, lxs organizadorxs pidieron a lxs demás manifestantes que respetasen los deseos y el espacio de los demás y que no intentasen detener a lxs enrabiados en caso de conflicto con la policía.
La marcha inundó la calle y se dirigió directamente a la comisaría de policia cercana, a una milla de distancia. La marcha fue inmediatamente seguida por maderos en bicicleta que habían entrado en escena durante la manifestación. Algunxs manifestantes empezaron a encender bengalas y a pasarlas a las impacientes manos de lxs demás, llenando las calles con humo y con el hermoso brillo del fuego. Lxs participantes de la protesta también repartieron petardos y aplaudieron cuando fueron encendidos. Al pasar por un túnel, las ruidosas explosiones y ovaciones hicieron eco mientras algunas personas cubrían las paredes con un graffiti anti-policial. La situación se volvía más desesperada mientras la presencia policial crecía. Toda táctica empleada fue completamente elaborada y generalizada. Lxs manifestantes lanzaron petardos a los coches de policía y devolvieron sus bombas de gas a los maderos. No hubo gritos de no-violencia ni de paz.
Una vez que la gente llegó a la comisaría de policía, alguien lanzó una bomba de pintura. Entonces, otrxs corrieron al edificio y destrozaron media docena de las grandes ventanas de la comisaría mientras los maderos observaban desde dentro, asustados y confusos. La gente irrumpió en ovaciones y aplausos. «¡Esto es por Chuy!», gritaban. Estos gestos emergieron de un mar de jóvenes latinxs, de vecinxs y padres con el corazón roto, de juventud negra encapuchada, de salvajes skaters, de anarquistas, de inmigrantes, de niñxs pequeñxs e incluso de espectadores emocionados. Este contexto no puede ser subestimado. El encuentro fue heterogéneo y fluído.
Al haber doblado la esquina de la comisaría de policía, la gente afrontó un breve momento de desorganización. ¿Se había convertido esto en algo más, en unos disturbios? La incertidumbre era obvia y amenazó con pararlo todo. Lo que salvó la marcha en ese momento fue la misma duda en la policía, probablemente garantizada por la materialmente evidente cólera de la gente y la inexperiencia de los refuerzos de los agentes de la ley en manifestaciones tan ruidosas en la ciudad. Tras un minuto que se nos hizo mucho más largo de lo que cualquier reloj habría podido medir, la gente volvió a la vida y regresó por el camino por el que había llegado.
En la cabecera de la marcha, un/a manifestante encapuchadx lanzó un martillo contra la ventana trasera de un coche de policía, destrozando el cristal que se hizo añicos dentro del coche y en el suelo de la calle. La mani fue perseguida y se produjo un tumulto en su centro entre maderos y manifestantes. Entonces, la sección frontal de la mani empezó a correr y el/la «vándalx» escapó, pero algunxs no lo hicieron. En este punto, el futuro de esta manifestación y de cómo fue recordada estaba en juego. La multitud se escabulle apagada, aterrorizada y con motivos, habiendo asegurado su propia seguridad y una despedida memorable a su joven amigo, o sigue presionando y establece un nuevo consenso: Que la violencia contra la policía puede estar justificada y ser deseable. Todo el mundo estuvo de acuerdo con la segunda opción, y quedó claro que hay algo que vale más que la simple «seguridad» y que esa cosa, sea lo que sea, puede ser construida entre extraños.
Rodeadxs por al menos 20 coches patrulla, maderos en bici y moto, y maderos a pie, todxs marcharon de nuevo al centro de la ciudad. La juventud mantuvo sus calles mientras toda la gente coreaba «¡Que le jodan a la policía!», a veces lanzando piedras, insultando y empujando a los maderos. La manifestación fue una y otra vez empujada a la acera de la calle por los policías que intentaban contener a la gente. Cada una de las veces, la gente reunía de nuevo sus fuerzas y volvía a ocupar el medio de la calle. Lxs jóvenes juntaron sus brazos con lxs adultxs para protegerse mutuamente de los arrestos. Sin embargo, unas pocas personas fueron detenidas, pero algunas fueron rápidamente liberadas sin cargos. Mientras escribimos ésto, dos adolescentes están enfrentando cargos por la marcha.
ALGUNOS PENSAMIENTOS SOBRE EL AFECTO Y LOS GESTOS.
De vez en cuando, lxs antagonistas sociales, lxs insurgentes, lxs radicales, lxs anarquistas – o cualquiera – nos abrimos a las luchas de otrxs. Hacemos esto por un montón de razones – para impulsarlas hacia la insurrección, para tumbar al liberalismo, para explotar las rupturas, para mostrar solidaridad, porque nos sentimos culpables, da igual. Participamos, intervenimos, nos mezclamos.
Liberadxs de las pautas que dirigen el curso de la existencia en la rutina de la vida cotidiana, las calles pueden convertirse en el espacio de la posibilidad de una nueva forma de encuentro. Cada vez, encontramos esta posibilidad con disposiciones que persisten separadas de nuestras intenciones conscientes o de nuestros discursos ya articulados: Estamos más o menos abiertxs, o más o menos cerradxs, a los afectos – las inexplicables agitaciones corporales que son sentidas, no pensadas — de lxs otrxs.
Una disposición más cerrada nos deja relativamente frustrados. Podríamos sentirnos ambivalentes al éxito o fracaso de un momento. Podríamos sentirnos indignados, cínicos; mecánicos, rígidos. Por el contrario, una apertura sobre la entrada o salida produce una relación muy diferente a nuestro poder. Podríamos actuar ingenuamente y avergonzarnos de nosotrxs mismxs, pero también podríamos descubrir nuevos elementos, nuevas relaciones, que nos permitan descubrir cosas sobre nosotrxs mismxs y el mundo que nos rodea. Mientras nos abrimos, podemos sentir que el placer de un gesto prticular – una ventana destrozada, una bengala prendida, una nube de humo – es sólo una parte de un momento más largo y amplio que escapa a toda explicación. Y cuando salimos de los discursos inhabitables que proliferan entre las diferentes sectas activistas o militantes, nos volvemos sensibles a los nuevos lazos éticos que nos unen a los demás: Los lazos a través del tiempo y el espacio que conectan al militante kurdo ocupando el noreste de Siria a los chapullers de Estambul, a lxs okupas de la ZAD con los abandonados de Albany; que conecta las favelas brasileñas con los guetos en Varsovia, la Roma de París con el ferrocarril subterráneo.
Algunxs se esfuerzan en explicar estos enlaces. Otrxs, más patéticamente, han decidido ignorarlos completamente. En cambio, podríamos elegir seguir esta sensibilidad sin dar marcha atrás – para seguir la línea a lo largo de la cual el poder crece. Construir materialmente lo que ya existe espiritualmente – los lazos, el enlace a través del cual nuestras luchas se conectan con las luchas de otrxs – podría ser la tarea más importante que tenemos delante de nosotrxs.
R.I.P. Jesus “Chuy” Huerta.