La audacia como seguro de vida. Sobre la fuga de Kazimierz Piechowski

Hablando con compañerxs anoche, me acordé de la historia de este hombre, sobre la que leí hace algún tiempo y que me dejó realmente impactado. Preso político de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, Kazimierz Piechowski protagonizó junto a otros compañeros suyos una de las fugas más valientes y a la vez humillantes para las SS jamás producidas en los campos de concentración del Tercer Reich.

«Kazik» Piechowski era un miembro de lxs «scouts» polacxs. Cuando empezó la ocupación nazi de Polonia, la organización de Boy-Scouts a la que pertencía fue ilegalizada por el nuevo régimen nazi y sus miembros perseguidxs. Piechowski vio cómo lxs scouts eran cazadxs indiscriminadamente por las calles, al ser identificadxs por lxs nazis como un símbolo del orgullo polaco y por lo tanto un estorbo para sus planes políticos, además de considerarles enemigxs ideológicxs del Reich.

Lxs nazis le pusieron a hacer trabajos forzados retirando los escombros de las vías del tren de un puente sobre el río Vístula, previamente destruido por las propias tropas polacas para sabotear los transportes que llevaban suministros a lxs nazis. Sin embargo, temiendo por su vida, Piechowski huyó el 12 de noviembre de 1939, escondiéndose mientras se dirigía a la frontera húngara, con la intención de llegar hasta Francia para unirse a la resistencia. Sin embargo, lxs nazis le capturaron y le trasladaron a la prisión de Baligrod, administrada por la GESTAPO, quienes según «Kazik» relataría años después, le informaron de que aunque en principio habían pensado en condenarle a muerte y fusilarle, finalmente habían cambiado de idea y tenían «algo mucho más interesante» reservado para él. Desde Baligrod fue trasladado a la prisión de Sanok, y poco después a la de Montelupich, en Cracovia. De allí partiría a una prisión de Wiśnicz, desde donde, finalmente, sería enviado a Auschwitz I en un transporte de 313 prisionerxs políticxs polacxs que salió desde Tárnow el 20 de junio de 1940, donde le fue asignado el número d prisionero 918 y trabajó como mano de obra esclava para edificiar la que sería su propia prisión, y la de millones de personas más. El campo todavía estaba en construcción, y aunque el campo número 2 (Auschwitz II – Birkenau), más terrible aun que el primero aun no existía y parte del campo 1 no era más que un proyecto, era ya el escenario del horror fascista. Según declaró Piechowski, que también trabajó recogiendo, transportando al crematorio e incinerando los cadáveres de las personas ejecutadas: «A veces eran 20 al día. A veces eran 100. A veces eran más. Hombres, mujeres y niños».

Debido a esto, Piechowski estuvo presente en numerosos fusilamientos y ejecuciones sumarias realizadas en el «muro negro», el paredón del campo, además de ver de primera mano las fosas y los hornos donde lxs nazis se deshacían de los cuerpos. También tuvo acceso, con cierta clandestinidad, a las listas de personas cuya eliminación estaba planeada próximamente. Así, Piechowski pudo ver en la «lista negra» el nombre de un prisionero con el que había entablado una gran amistad, Eugeniusz Bandera, un mecánico polaco que trabajaba en el garaje de las SS, y decidió advertirle de la suerte que le esperaba. Juntos, Bandera y Piechowski decidieron planear su huída del campo, junto a otros dos prisioneros de confianza (Stanisław Gustaw Jaster, número 6438, ex-veterano en la batalla de Varsovia durante la ocupación de Polonia y Józef Lempart, número 3419, un sacerdote de Wadowice). Tras organizarlo todo, y sabiendo que permanecer en el campo significaba su asesinato tarde o temprano, pusieron en marcha el plan.

En la mañana del sábado 20 de junio de 1942, cuando se cumplían exactamente 2 años desde su llegada a Auschwitz I, «Kazik» y sus dos compañeros se dirigieron al guardia encargado de su zona del campo para comunicarle que habían recibido órdenes de salir para tirar la basura.  Una vez consiguieron salir, Bandera se dirigió al garaje donde trabajaba normalmente y engañó a los guardias afirmando que le habían ordenado hacerle una revisión al coche del Hauptsturmführer de las SS Paul Kreuzmann para comprobar que funcionase correctamente, y dadas sus tareas como mecánico, le permitieron llevarse el coche, un Steyr 220 Sedan. Mientras, Piechowski y los otros se dirigieron a un búnker de carbón que habían llenado, y cuya puerta Piechowski había modificado para que se cerrase desde dentro. A través de ahí, lograron colarse sin ser vistos en un almacén donde las SS guardaban sus uniformes, armas y munición. Deprisa, se desnudaron, escondieron sus ropas de prisionero y se vistieron con ropa de oficiales y lugartenientes. Cogieron armas y munición suficiente y salieron. Una vez Bandera llegó con el coche, se cambió a su vez y antes de que lxs nazis advirtiesen nada, los cuatro se dirigían en el vehículo robado hacia los exteriores del campo.

Los cuatro fuguistas habían hecho un pacto que consistía en que pasase lo que pasase no utilizarían sus armas contra los nazis en caso de ser descubiertos. El motivo era que sabían que si ellos mataban a algún guardia durante su fuga, las represalias que a modo de venganza y desquite ejemplificador lxs nazis tomarían contra el resto de prisionerxs del campo serían terribles. El castigo para las personas que fracasaban en su intento de fuga era morir de hambre. Para ello, les enviaban a lo que llamaban «El Búnker», el bloque número 11, un barracón provisto de celdas donde se abandonaba a su suerte a lxs condenadxs, dejándoles allí sin la menor atención hasta que morían de sed o inanición. Para evitar tan cruel manera de morir, por el contrario, los cuatro compañeros decidieron llevarse las armas para, en caso de conseguir escapar, no estar indefensos, pero acordaron que si los nazis les pillaban y su plan de fuga se veía frustrado, los cuatro usarían las armas para suicidarse antes de ser recapturados.

Una vez cruzaron la puerta principal (la famosa entrada al recinto con la cínica inscripción «Arbeit Macht Frei», «El trabajo os hará libres»), apresuraron su marcha hasta el último puesto de vigilancia que les separaba de la libertad. Al llegar, la valla seguía bajada, y los soldados que montaban guardia les miraban con dudas. Ya se habían hecho a la idea de suicidarse, cuando «Kazik», disfrazado de oficial, se levantó de su asiento y gritó una amenazante orden a los soldados, instándoles a abrir la valla de una vez, a lo que para sorpresa de los cuatro prisioneros cuyo rostro sudoroso marcado por el miedo no bastó para delatarles, dio resultado. Los cuatro prisioneros abandonaron el infierno de Auschwitz con armas, abundante munición, uniformes nazis y un coche a su disposición con el que podrían llegar a Berlín en apenas 2 horas, y que difícilmente podría ser alcanzado por los vehículos militares del campo.

Tras su huída, los prisioneros se separaron. Abandonaron el coche robado en las afueras de Maków Podhalański, a unos 60 kilómetros de Auschwitz, y cada uno siguió su propio camino. Piechowski intentó asentarse en Hungría, pero debido al fuerte sentimiento de odio hacia lxs polacxs motivado por el régimen colaboracionista de la Cruz Flechada, volvió a Polonia usando documentación falsificada, y se estableció en Tczew, donde fue capturado inicialmente. Encontró trabajo en una granja y eso le permitió contactar con el Armia Krajowa (Ejército Territorial), principal organización de resistencia contra lxs nazis durante la 2ª G.M, que si bien estuvo igualmente salpicado de sentimientos xenófobos y actos repudiables, representó para Piechowski la oportunidad de tomar las armas contra sus antiguos captores y contra lxs asesinxs nazis. Piechowski formó entonces parte de las unidades bajo el mando del segundo lugaterniente Adam Kusz, que respondía al nombre de guerra Garbaty y que de hecho perteneció al comando conocido como Żołnierze wyklęci (Soldados Malditos), una serie de grupúsculos anticomunistas polacos que tras el fin de la 2ª G.M. continuaron su lucha contra la ocupación soviética. Logró sobrevivir a la guerra, y una vez Polonia fue tomada por el Ejército Rojo, Piechowski fue denunciado a las autoridades soviéticas como miembro del Armia Krajowa y detenido -esta vez por las tropas de Stalin- por presunta filiación anticomunista, y sentenciado a 10 años de trabajos forzados, de los cuales cumplió 7. Al terminar su condena, Kazimierz Piechowski tenía 33 años, y declaró que entre lxs nazis y lxs soviéticxs, «se han llevado mi juventud entera, todos mis años de juventud…». Piechowski siguió trabajando como ingeniero para el gobierno comunista durante algunas décadas…

Como anécdota, tras acabar la guerra, Piechowski se reencontró con Alfons Kiprowski, otro antiguo Boy-Scout polaco que había sido prisionero junto a él en Auschwitz, y que tras la fuga de Piechowski, permaneció en Auschwitz unos cuantos meses más hasta que fue trasladado a otro campo. Kiprowski contó a Piechowski que tras su fuga, el alto mando nazi de Berlín envió una comisión especial de investigación a Auschwitz para hacer responder a la administración del campo por su grave muestra de incompetencia al permitir que una fuga tan audaz y descarada como la que llevaron a cabo Piechowski y sus compañeros pudiese realizarse sin hacer saltar todas las alarmas.

Al margen de las diferencias que podamos tener a nivel político e ideológico con Piechowski, quien ya antes de la guerra mostraba un fuerte sentimiento de patriotismo por Polonia, y considerando las numerosas diferencias entre algunas secciones del Armia Krajowa de inspiración nacionalista y cualquier propuesta antiautoritaria o revolucionaria, me ha parecido interesante y positivo rescatar esta historia, la de una vida de rebeldía, valor y determinación, en tiempos en los que hasta llevar un panfleto bajo el brazo podía costarte el peor de los destinos.

Por quienes ayer se atrevieron y lo pagaron caro. Por quienes se atrevieron y lograron sobrevivir y vencer. Por quienes hoy en día se siguen atreviendo, luchan, conspiran, caen, se levantan y huyen o resisten en el interior de las cárceles de la democracia, el «rostro amable» del totalitarismo que se alterna con el fascismo para mantener los privilegios de la clase dominante.

¡Abajo los muros de todas las prisiones!

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