Recojo en inglés del portal anarquista británico 325 y traduzco esta declaración del compañero Panagiotis Argyrou, anarquista miembro de la Conspiración de Células del Fuego, para el juicio por el intento de fuga frustrado de la CCF. Bajo mi punto de vista, la lectura es altamente recomendada:
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Mirando atrás…
“Se nos da nuestra vida sólo una vez, como una oportunidad única. Nunca va a existir de nuevo, al menos en esta forma autónoma. Y, ¿qué hacemos con ella en lugar de vivirla? ¿qué hacemos? La arrastramos de un lugar a otro, matándola…» (Hronis Missios)
Los tribunales tienen una unidad propia para contar la vida y la libertad; una unidad que usa tipos y algoritmos del lenguaje legal para decir qué es justo o injusto, correcto o incorrecto, normal o en declive. Y en este proceso donde las vidas y las libertades están siendo puestas en la balanza de la ley, a veces se te da la oportunidad de mirar atrás; te sientes culpable o no. Es un momento importante porque lo que digas podría verter un poco más de cemento a tu alrededor, podría aumentar la cantidad de aquellos momentos donde la puerta se abre y se cierra, quizá hace a tu oreja acostumbrarse más todavía al sonido de la llave girando en la ranura de la puerta, suficiente para hacerte pensar que estás siempre oyendo este sonido, que no había mañana ni atardecer si no escuchabas ese sonido a una determinada hora predefinida.
Así que aquí estamos… Durante cinco años y medio he estado oyendo esa llave. Cinco años y medio en los que mis ojos chocan en las paredes. Cinco años y medio con dos sentencias (de 37 y de 19 años) y otras dos por venir. Y ahora aquí en este juicio una más. Este será el quinto juicio consecutivo donde yo espero “a ver lo que pasará conmigo” o donde espero a que “mi risa se convierta en llanto”. Y es otra vez el momento de poner un espejo enfrente del pasado y mis elecciones y mirar atrás. Así que miro…
Miro y me veo a mí mismo creciendo en la era de lxs criminalmente indiferentes, los pacíficos monstruos. Miro y recuerdo que desde la infancia me han dicho que no me meta en cosas que no entiendo. Recuerdo que intentaron enseñarme que era un error preocuparse de cosas por las que nadie más parecía preocuparse. Recuerdo, siendo todavía un joven pupilo en la escuela, los bombardeos humanitarios en Kosovo y las varias organizaciones de caridad viniendo a las escuelas a convencernos de que la vida de un niño huérfano en Yugoslavia valía tanto como un cuaderno de Unicef. Recuerdo las noches en mi habitación observando a los enterradores de las transmisiones de los programas de televisión contando el número de aquellxs asesinadxs con tal neutralidad como si estuviesen presentando la lotería. Recuerdo la moda humanitaria de adoptar niñxs del llamado “tercer mundo”, que sufrieron y murieron de sed y de hambre en algún lugar demasiado lejano como para afectarnos.
Recuerdo las calles llenas de refugiadxs de guerra discapacitadxs y a otras personas tirándoles monedas como si les estuvieran escupiendo. Recuerdo a lxs niñxs de la calle, a lxs conductorxs maldiciendo a lxs inmigrantes que estaban rebotando a través del tráfico para limpiar los parabrisas y esto… “vuelve a tu país”. Recuerdo a lxs sin-techo en las esquinas de las calles comerciales, en frente o simplemente cerca de deslumbrantes escaparates llenos de productos inútiles fabricados por menores en una fábrica de un país tercermundista para que lxs ciudadanxs de Occidente puedan disfrutarlos, y a lxs transeúntes que sólo pasaban de largo con indiferencia y quizá un poco molestxs de que su presencia allí alterase la estética del lugar.
Recuerdo a lxs vendedorxs ambulantes migrantes que llevaban sus mercancías en una manta y a los policías persiguiéndoles, golpeándoles y tirándoles del cuello, arrastrándoles en la calle frente a aquellxs que pasaban sólo pareciendo molestxs porque todo eso sucediese en el curso de su paseo.
Recuerdo entrar en la pubertad al amanecer del milenio. Cuando todo el mundo celebraba y se alegraba sólo porque era el año 2000 y nuevas ediciones de software informático habían salido a la venta. Recuerdo a la mayoría de mis compañerxs de clase, no importándoles un comino nada más que las novedades de algunas marcas famosas de ropa, de zapatillas, de teléfonos móviles y videojuegos. Toda una generación gastó las preocupaciones de su adolescencia en cara basura sintiéndose felices por tener la oportunidad de gastar dinero en esa basura. Toda una generación aprendió a divertirse mirando estúpidos reality shows tipo Gran Hermano donde la dignidad humana era voluntariamente eliminada por una pequeña publicidad y algo de dinero era el precio, mientras al mismo tiempo llovía acero y muerte en Oriente Medio en nombre de la guerra contra el terrorismo.
Era un tiempo donde la moral y el trasfondo de los valores de la sociedad eran equivalentes a los del váter más apestoso. Era el tiempo de los problemas sociales resueltos. La Bolsa, la entrada en el Euro, el desmantelamiento del terrorismo y la apertura del periodo más solemne: la preparación de las orgullosas Olimpiadas de 2004. Atenas fue modernizada siguiendo los estándares de las metrópolis europeas; los transportes públicos fueron mejorados con el Metro, el tranvía y los nuevos eco-buses, mientras creaban nuevas redes de carreteras para evitar malgastar tantas hectáreas de bosques quemados durante los últimos incendios de verano. Fue la apertura de una larga temporada turística y de alguna manera tenían que mejorar las carreteras rurales, para hacer todos los tipos de burdeles más accesibles, y es donde el auténtico espíritu santo de la nueva cultura griega fue destacado, donde el honrado campesinado griego gastó sus subsidios europeos, como en la violación de miles de mujeres inmigrantes del antiguo bloque del Este, y las amas de casa griegas obtuvieron una nueva identidad nacional en el moderno entorno social, mientras compartían la misma preocupación común, “esas putas vinieron a robarnos a nuestros hombres”. Recuerdo la vulgar despreocupación de esa era. Cuando lxs inmigrantes que se ahogaron en el Mar Egeo no eran tantxs como para aparecer en las noticias y en un empujón lxs políticxs dieron chalecos salvavidas a lxs niñxs que sobrevivieron a naufragios. Los campos de concentración para inmigrantes eran menos entonces; los asesinatos y la tortura allí no alcanzaban con tanta frecuencia el exterior y si lo hacían era sólo en una ligera referencia, lo justo para no asustar a lxs espectadorxs. Así… a quién le importaba que las obras de las instalaciones olímpicas estuvieran construidas sobre los cadáveres de trabajadorxs migrantes debido a los cientos de accidentes, con el fin de que fuesen entregadas a tiempo para que el público pudiese ver a atletas dopadxs ganando medallas, era un hermoso verano griego donde todo el mundo descubrió el encanto oculto de ser griego. Fue entonces cuando la gente llena de furor nacional inundó las plazas de las ciudades para celebrar las victorias de la selección nacional de fútbol en grandes encuentros, gritando con una sola voz y una sola alma. Era el verano de la Grecia orgullosa y nada parecía desagradar al “Pueblo” aparte de las celebraciones de lxs inmigrantes albanxs en las victorias de su propio equipo nacional. Lxs locales fueron barridxs por la santa indignación ya que “no sólo lxs niñxs de lxs albanxs roban la bandera a lxs nuestrxs en los desfiles, sino que también tienen el descaro de ridiculizarnos en nuestras propias plazas”. Una santa indignación que causó un pogromo a escala nacional el cual aparte de costar la vida de al menos una persona inmigrante condujo a las heridas de cientos de personas más. El sentimiento social de aquella época no estaba afectado por el hecho de que estuviésemos dirigiéndonos hacia una “sociedad del control y la vigilancia” con los demasiado anunciados zeppelines con cámaras viendo a través de las paredes y cámaras de tráfico reconociendo características biométricas brotando por todas partes, pero pudo sacar a la gente a las calles con cuchillos y escopetas debido a su herido “orgullo nacional”.
Para mi, fue el momento en el que algo se rompería dentro de mí para siempre y yo saltaría a la orilla opuesta. Porque no es sólo que todo esto e incluso peor estuviese ocurriendo, sino principalmente la total indiferencia y el silencio de la sociedad. Desde mi propia infancia recuerdo preguntar y preguntar y preguntar… Sobre los bombardeos en la televisión, sobre lxs niñxs en África, sobre lxs sin-techo, sobre lxs mendigxs, sobre lxs inmigrantes, sobre la violencia policial, y la respuesta fría, cruda, cínica, “eso ocurre”. Así de simple. Como si se tratase de un desastre natural, un terremoto o una inundación. Lxs jóvenes y lxs viejxs, todxs estaban usando la misma respuesta en todas partes, “eso ocurre”, y lxs más groserxs añadían “vale, ¿y qué quieres que haga yo ahora?”. Cuando miro atrás al verano de 2004, me veo a mí mismo disgustado y enfurecido con el mundo a mi alrededor, con la voluntad de moverme contra él. Sí, soy culpable de esto. Podéis condenarme por esto. Porque desde muy pronto cometí el crimen de mirar directamente al corazón de este mundo y lo vi pudriéndose, y desde entonces no volvería a ser el mismo nunca más. No encontraría paz en ningún sitio si no hacía algo, lo que fuese, incluso si todo era por mi mismo. Desde aquel momento, me juré a mi mismo que en esta sociedad yo siempre sería un anarquista, un elemento antisocial luchando por la destrucción de la civilización que da a luz a tanta miseria.
El 17 de noviembre de 2004 es la primera vez que tomé parte en una manifestación con el bloque anarquista organizado. Una celebración que era controlada por el partido comunista (KKE) cada año y que en 1973 fue condenado como un acto de provocación, algo que estuvieron diciendo a lo largo de los años que siguieron a la dictadura de la Junta siempre que hubo revueltas, demostrando que el KKE es un hostil y astuto mecanismo que tiene que ser golpeado, porque al contrario de los enemigos claros el KKE pretende ser revolucionario. Fue mi primer contacto con lxs anarquistas, la primera vez que respiré el gas lacrimógeno, la primera vez que vi a la policía antidisturbios linchando manifestantes. Supe que estaba donde tenía que estar.
Desde entonces, sólo unas pocas cosas han cambiado dentro de mi. El odio se ha establecido, ha madurado y se ha afilado con el fin de ser más efectivo. No sólo no me rendí año tras año sino que mis primeras detenciones, mi primer contacto con las esposas unos meses después del 17 de noviembre, fortalecieron mi odio. Perseguido como muchxs otrxs de mi edad desde los parques y plazas de nuestros barrios debido a la represión urbana (en la cual además de un cataclismo de cafeterías que cambió totalmente las regiones donde crecimos, los días sólo contenían detenciones diarias, arrestos, acoso en las comisarías de policía locales). Empecé a conocer Exarchia. Un lugar que yo realmente sentía que estaba latiendo. Pensabas que incluso las paredes, las calles estrechas, emanaban un sentimiento de rebelión. Fue allí donde muchxs de nosotrxs nos reuníamos, llegamos a conocernos unxs a otrxs y nos sentíamos libres de la opresión que sentíamos en nuestros propios barrios que habían sido forzados a ser modernizados, mejorados y a volverse tan comerciales y turísticos que ya no había sitio para nosotrxs allí. En Exarchia nos sentíamos como si estuviésemos respirando un aire de libertad. No nos asustaba ser arrestadxs por una patrulla de policía mientras estábamos pasando el rato en la calle, en la plaza o en un callejón. Muchas veces, con el fin de llegar a Exarchia, nos arriesgamos a enfrentar inspecciones policiales por los escuadrones de la policía antidisturbios y los maderos rodeando el lugar y sin embargo continuamos yendo allí, aprendiendo cómo acercarnos a la plaza esquivando mientras a las fuerzas policiales.
Era sólo una cuestión de tiempo para mí empezar a ser parte de los pequeños o grandes eventos insurreccionales que hicieron este área especial y famosa, incluso en el extranjero. Dentro de estos eventos muy a menudo no había una estrategia política clara ni un objetivo, ni nada. Era una simple y genuina expresión de rabia que reflejaba la opresión que cada unx de nosotrxs recibía viniese de donde viniese. Muchas veces, cosas que obviamente no podrían ser el tema de un proyecto político fueron destruidas. Además, lo que fueron realmente esos eventos insurreccionales es pequeños levantamientos personales, inconexos y desiguales de una juventud que percibió la metrópolis en su totalidad como una jaula en la cual se asfixiaba y que así como una bestia enfurecida intenta destruir su jaula, nosotrxs también destruimos todo lo que considerábamos como una parte orgánica de la metrópolis-prisión. No porque fuésemos a conseguir algo. No porque el Estado fuese a caer. No porque fuésemos a enviar un mensaje. Y obviamente no porque fuésemos nihilistas. Era una purificación insurreccional subconsciente mientras empuñábamos la satisfacción por dañar las terminaciones nerviosas de una metrópolis-monstruo que sentíamos que estrangulaba nuestra existencia. Por eso ahora todos esos “ancianos”, los “expertos”, los “veteranos”, que en su propia fase hicieron lo mismo e incluso peor, deben inclinar a cabeza y escuchar el pulso de esta juventud insurgente y lo que tiene que ofrecer, y ver cómo pueden transmitir sus propias experiencias para así ayudar a tener alguna evolución y perspectiva consciente. Pero si en lugar de eso, escogen la solución fácil de la crítica, la ironía, la burla y las amenazas con el fin de ser coherentes con su conversión y transformación, marcando un giro a la supuesta calidad de su madurez política adulta, entonces deberían empezar primero por ellxs mismxs. Deberían retrospectivamente hacer su autocrítica y luego dejar que comience cualquier amenaza. Porque la autocrítica no es suficiente.
A continuación de esto, superando mi excitación inicial, intenté pasar de los arrebatos insurreccionales espontáneos a agrupaciones más organizadas donde podría colectivizar mis negaciones con otras personas que sentían y pensaban como yo. Así, buscando constantemente mi camino a través de procesos, agrupaciones y redes conspirativas, me uní a la Conspiración de las Células de Fuego y me convertí en parte de una guerrilla urbana. Durante todos estos años rompí, quemé, saqueé e hice estallar tantos símbolos como fuese posible de esta desagradable civilización en cuyo nombre soy un prisionero y ahora voy de juicio en juicio…
Este fue mi camino hasta la prisión con un pequeño pasaje desde la ilegalidad agresiva donde escogí mi recurso como quise, no sólo para evitar el cautiverio sino también porque quise permanecer en una posición ofensiva contra la dominación, también. Mirando hacia atrás a entonces, no me arrepiento de nada y estoy orgulloso de mis elecciones.
Escogí ser un anarquista porque creo en la destrucción de todas las formas de poder, explícitas o implícitas y estoy determinado a pelear contra toda alternativa autoritaria, no importa qué manto use cada vez. Soy un anarquista porque creo en la absoluta libertad del individuo y la vida libre que puede abrirse frente a tal perspectiva.
Escogí ser un individualista porque en un mundo donde la podredumbre alcanza cada aspecto de la vida social no tenía otra opción, pero también considero que la legalización social es un lujo inútil y de ningún modo un prerrequisito para escoger mi acción. Algunas cosas no pueden pasarse, no importa cuántos textos demos, cuántos carteles peguemos, cuántas intervenciones hagamos. La sensibilidad, el interés por la injusticia que ocurre en algún lugar cerca o lejos, son características de la idiosincrasia particular de todxs y cada unx de nosotrxs, al igual que la indiferencia, la intolerancia y el miedo a lo diferente. Lo que muchxs tienen miedo de admitir es que detrás de cada actitud en la vida, una voluntad libre puede estar oculta. Es una característica común de todos los fanatismos y las obsesiones que sus seguidorxs siempre creen que todxs lxs demás son víctimas, engañadas y deludidas, la oveja perdida constantemente buscando al buen pastor. Esto es porque sienten terror cuando se enfrentan a la idea de que puede haber personas que libremente escojan mantener distancia de los dogmas que ellxs fanáticamente apoyan para sí mismxs.
Escogí ser un nihilista, no porque no crea en una revolución social sino porque la única revolución social en la que estaría interesado es la que tendrá lugar por parte de individualidades anarquistas conscientes. Además, es el único camino posible para una revolución anarquista auténtica. Cualquier cosa diferente se mueve hacia otras lógicas. Aquellxs que hablan de vanguardias, partidos armados, liderazgos, etapas transitorias y otras cosas similares se posicionan lejos de la anarquía. Esto es utópico, dicen varios malevolentes. Quizá eso es por lo que últimamente ha sido observado un cambio en el realismo pragmático que empieza a hablar más y más el lenguaje mismo de las vanguardias y las etapas de transición. Quizá se han persuadido a sí mismxs de que la Anarquía es un ideal utópico y adoptaron propuestas revolucionarias más realistas. Para mí, sin embargo, nada ha cambiado. Dejad a la anarquía ser una utopía. Yo prefiero permanecer conscientemente en los márgenes, junto con todxs esxs lunáticxs, lxs insubordinadxs, lxs antisociales, lxs provocadorxs, lxs románticxs y lxs soñadorxs cabreadxs. Así que soy un nihilista porque creo que es sólo a través de la destrucción total de la civilización, y de su ética y valores, que algo realmente nuevo puede nacer. Y yo estoy dispuesto a pelear hasta el final por esta destrucción.
Escogí convertirme en una guerrilla urbana para practicar mis deseos, para armar mis negaciones contra este mundo. No tengo ilusión de que mis acciones y mis elecciones “tocasen” el mundo porque la mayoría de la gente ha aprendido a ser inmune a cualquier emoción que no sea causada por la televisión. Tal vez yo podría despertar su interés si fuese alguien que prometió una vida cómoda y silenciosa con seguridad y prosperidad. Porque esos son los valores a los que los subordinados modernos rinden culto, y por supuesto son tan miserables como la civilización que les da a luz y los reproduce. Así que escogí convertirme en parte de una guerrilla urbana porque para mí fue un escape existencial al mundo vacío de la putrefacción organizada. No hice esta elección porque fuese la mejor elección, la más efectiva u objetivamente la más apropiada para un revolucionario sino exactamente porque sólo se nos da la vida una vez y personalmente, no quería arrastrarla aquí y allá matándola cada día. Además no creo en la expectativa de un futuro post-revolucionario planeado, y por tanto no veo la guerrilla urbana como la forma más apropiada de acción para la “Revolución” sino que en vez de eso la entiendo como una negación total práctica y continua del mundo existente, como una pieza de un mosaico global donde las negaciones anarquistas encuentran miles de caminos para encontrarse.
Esta es mi revisión de mis elecciones hasta la fecha. En cuanto al presente, estoy otra vez acusado de un intento planeado y organizado de fuga de la prisión. Para una conspiración destinada a volar los muros externos de la prisión de Korydallos y la fuga de lxs miembros de la Conspiración de Células del Fuego. El proyecto estaba preparado, los explosivos y las armas estaban listos, pero la suerte no estaba de nuestro lado. Los escondites, el armamento y los explosivos llegaron a manos del enemigo, la persecución comenzó y vimos a continuación arrestos sucesivos. Arrestos de personas no relacionadas con nosotrxs y que no conocíamos pero también arrestos de gente que conocemos, amigxs y allegadxs, todxs ellxs imputadxs con acusaciones por terrorismo, un cargo que en el caso de lxs últimxs sería fundado en la ocasión del arresto de la anarquista Angeliki Spyropoulou. La maquinaria del Estado desplegó su revanchismo. No es importante que este intento fallase o que fuese frustrado, desde ahora saben lo que una minoría anarquista decidida, que quieren arriesgar sus propias vidas para vivir libres, está preparada para hacer, con la posibilidad de ser capaces de atacar otra vez. Porque no hay nada más bello que arriesgar tu vida para ser capaz, libre, de atacar todo de nuevo con la misma rabia contra el monstruo de la moderna sociedad totalitaria, donde la vida predeterminada requiere que todo el mundo piense lo mismo, vivan lo mismo, se enamoren de lo mismo, y mueran de la misma forma. Pero ya que se ha hablado mucho y tal vez se dirá todavía más, siento la necesidad de aclarar de antemano lo siguiente:
Lo que siempre me empujó, después de un cierto punto, en mis elecciones, mis acciones y mis decisiones, fue un impulso interior de oponerme a toda autoridad, un impulso que más tarde se volvió consciente y se armó. Igual que rechacé ser un engranaje funcional de la máquina social que está moliendo vidas y almas humanas en una cortadora, siempre rechazaré ser una unidad disponible que sirva a los planes y las ambiciones de otrxs. Obviamente, la vida que escogí es una vida arriesgada. Con riesgos que a veces obedecen y otras veces no a la razón. Pero cuando alguien deja a otrxs decidir los riesgos que él/ella va a correr (debido a dificultades técnicas o de otro tipo) entonces unx deja de ser una individualidad anarquista y se convierte otra vez en un engranaje en alguna otra clase de máquina, que bautiza como timidez y excusas cualquier cosa que vaya más allá de su control. Por eso digo que yo podría quemar mi vida, arrojarla toda en el fuego incluso para los más absurdos y autodestructivos riesgos, mientras fuese mi elección y tuviese conmigo compañerxs reales y originales que me considerarían como un igual. Por supuesto, deberían reconocer sinceramente la desigualdad de las apuestas y no intentar hacer una decisión emocional de una decisión objetivamente correcta. Porque obviamente en la vida no hay sólo cálculos fríos sino también los sentimientos fuertes y de compañerismo entre hermanxs auténticxs y no sólo en las palabras. Así que nunca más…
Por tanto no es posible para mí encajar en este mundo. Siempre tendré este odio incesante contra él, que me empuja casi simultáneamente a atacarlo constantemente. Es como una insaciable sed de venganza. Venganza por nuestros sueños que están siendo estrangulados. Venganza por la ejecución diaria de nuestros deseos que son reemplazados por anuncios de champús y teléfonos móviles.
No veo la realidad en la que vivimos como fea porque haya leído algunos trabajos académicos o alguna clase de escritos filosóficos. Es fea porque es la síntesis de miles de millones de crímenes en nombre del poder. Y quien no hace nada contra esta realidad, sin embargo, quien permanece inactivo, no es sólo alguien con una opinión diferente sino un cómplice en esta barbaridad. Porque el silencio de las masas, la tolerancia de las masas, la indiferencia de las masas, han sido siempre la matriz de los más terribles momentos de la historia. Así que no voy a sentirme culpable porque haya escogido una vida insurgente diferente. No soy elitista porque decidiese no ser un cómplice. No considero que yo sea superior a otrxs, más inteligente, más hábil, por el contrario creo que estamos al mismo nivel y por tanto considero a las masas como incluso más culpables por su indiferencia criminal. Esta indiferencia, esta apatía no es diferente de la actitud de aquellxs que vivieron al lado de los campos de concentración nazis siguiendo normalmente con sus vidas, yendo normalmente a trabajar, cenando normalmente en sus mesas familiares, haciendo el amor normalmente en sus dormitorios como si nada estuviese pasando, mientras en el mismo exterior de sus casas, el horror del holocausto estaba teniendo lugar. Este silencio es complicidad. Lo era entonces, lo es ahora y siempre lo será sea en los grandes o en los pequeños crímenes del poder. Porque no es que “eso ocurra” así como así. Eso ocurre cuando nosotrxs, cada unx de nosotrxs por separado y todxs nosotrxs juntxs, lo permitimos. Esta responsabilidad no es algo que esté perdido en la multitud, todxs la tenemos porque nadie tiene el derecho de no participar en la historia a menos que haya renunciado totalmente a cualquier cosa que tenga que ver con el mundo.
Eso es por lo que sé que tengo razón. En este mundo por tanto, en esta sociedad, es un título de honor para mí y no un insulto ser considerado un elemento antisocial. Porque si escoger ser humano en una era donde los monstruos llevan la máscara de pacíficos y respetables ciudadanos me hace un elemento antisocial, entonces estoy dispuesto a honrar totalmente este título. Porque he escogido el lado de la revuelta anarquista y ningún tribunal (y vosotrxs habéis hecho ya varios de ellos hasta ahora) me hará arrepentirme de ser quien he escogido ser. Somos representantes de dos mundos diferentes y yo no tendría vacilación en vaciar a sangre fría un cargador en vuestras cabezas por lo que sois, al igual que vosotrxs no dudáis en enterrarme bajo toneladas de cemento por lo que soy. Y todavía no me arrepiento de nada. En la ilegalidad a mis 21 años, en prisión desde mis 22, ya cuento cerca de seis años en cautividad con una perspectiva desconocida de salida, tanto en este como en todos los demás juicios, todo es posible. Sé que los años que he perdido y los que voy a perder no pueden ser repuestos. Es valioso tiempo de vida que se evapora dentro de cuatro paredes. Es un tiempo de vida donde tu propia gente está siendo embutida en los pasillos de la prisión para visitarte, a veces viajando muchos kilómetros para llegar. Es una exclusión de los sentidos porque todos los sentidos están atrapados en las dimensiones de lo gris. Es la muerte lenta de los deseos, mientras echas de menos, echas de menos, echas de menos… millones de cosas diarias obvias que cualquiera puede hacer en cualquier momento, un paseo bajo las estrellas o en un claro del bosque, un baño en el mar, un abrazo amoroso, echas de menos todo eso. Y mientras la “factura” de los juicios crece, el tiempo que sientes esta privación es alargado. Sin embargo prefiero esta vida mil veces a cualquier otra más placentera o más segura. Por otra parte no me caí de las nubes. Sabía desde el principio que el poder no es amable con aquellxs que se atreven a desafiarlo y combatirlo. Sin embargo no fue mi coraje el que me hizo elegir este camino, sino mi odio por la situación a nuestro alrededor. Un odio que me ayudó a superar cada miedo, cada duda. Fue esta asunción interna más profunda de que yo no puedo ser el único que está equivocado y no todxs lxs odedientes que están nadando en el barro de su indiferencia.
Eligiendo las acciones conspirativas anarquistas he ayudado un poco a perturbar el orden, la tranquilidad, la normalidad. Y si he asumido la responsabilidad por mi participación en la Conspiración de Células del Fuego fue porque viene en la vida que algunxs de nosotrxs hemos elegido que al momento del arresto y dependiendo del caso y de las condiciones del arresto, es necesario mostrar que la acción conspirativa no es llevada a cabo por fantasmas sino por humanxs, con nombre y apellido. Personas reales, con una vida dejada atrás, separadas de sus seres queridos, y con una vida en la sala de espera para siempre…
Así que asumí la responsabilidad no porque yo sea un ser unidimensional sólo con la identidad de ser un miembro de la Conspiración de Células del Fuego – además también fui un miembro activo de otros procesos del movimiento anarquista (ilegales o no) – sino porque lo contrario, no asumir la responsabilidad en el momento de mi arresto, yo pensaba que reduciría el valor de las acciones conspirativas. Ciertamente, habría sido tratado de un modo más favorable, pero mi dignidad personal habría sido herida. Porque si un/a conspirador/a anarquista atrapadx en el acto intenta a través de maniobras legales evitar “pesos” a mayores, entonces lo que llega es que realmente somos personas que encuentran fácilmente las cosas difíciles. Por tanto, asumir la responsabilidad no es algo que elegimos por algún tipo de posteridad, ya que esto iría contra el espíritu de la conspiración anarquista. La asunción de responsabilidad sólo es necesaria cuando merece la pena mostrar que el ataque anarquista no es una concepción abstracta sino que toma la forma de una confrontación física con el Estado como una entidad. Una postura individual donde el sujeto es capaz de enfrentarse con la fuerza, las leyes, las leyes “anti-terroristas”, los ministerios de justicia y de orden público, los tribunales, las prisiones y los guardias, sin miedo.
Para cerrar, con la ocasión de este juicio, quiero proyectar algunos pensamientos que fueron forjados en la oscuridad de algunos momentos duros que dejaron algunas conclusiones profundamente grabadas que espero no dejar sin uso en el futuro.
Muchas veces pasa, debido a la excitación y el entusiasmo que es causado por la vida extrema que hemos elegido, una vida confrontacional llena de excesos, que se vuelven absolutos. Tan intoxicadxs por el carácter absoluto que derivamos de nuestros propios excesos, llegamos a justificar ante nosotrxs mismxs esta actitud y a atribuirle la ventaja moral de nuestra coherencia.
¿Pero qué pasa cuando llega el momento en el que te das cuenta de la forma más extrema de que no eres el monstruo de la coherencia que quieres que otrxs piensen y que tú crees que eres? ¿Qué pasa cuando mirándote en un espejo ves que no sólo tienes contradicciones extremas, sino que son demasiadas, que estás nadando en ellas, que te estás ahogando en ellas?
Entonces no sólo pierdes tu ventaja moral sobre otrxs, sino que realmente empiezas a cuestionarte en lo más profundo quién eres. ¿Eres realmente quién dices que eres o simplemente te has convertido en alguien con armas y explosivos que, engañadx por una falsa imagen de si mismx, está atrapadx dentro de sus propias contradicciones?
La respuesta nunca es simple. Y no sólo requiere una autocrítica por dura que pueda ser porque la autocrítica si no empieza en cambiar a una misma en otra, a una actitud de vida diferente, podría fácilmente servir a alguien más, a algunas tácticas, a un objetivo o incluso a tus propias ilusiones. Eso es por lo que para mí lo absoluto es un mal consejero cuando ya has visto qué contradicciones extremas encuentras en ti mismx, sin importar cuán coherente quieras ser contigo mismx. Lo más importante que debemos siempre recordarnos a nosotrxs mismxs es que hagamos lo que hagamos, sacrifiquemos lo que sacrifiquemos, no es una razón para presumir o fanfarronear. Eres coherente cuando te das cuenta de que tu sacrificio es una elección personal de desinterés y no una medalla o un marcador en la jerarquía de la lucha de guerrilla. Cuando aprendes a manejar tus contradicciones con dignidad y humildad con el fin de mostrar comprensión a las contradicciones de otrxs.
La verdad es que si no aprendes nada de las duras y amargas lecciones que la vida trae, entonces la arrogancia extrema te hará incluso más absoluto por un lado y todavía más sumergidx en tus contradicciones por el otro.
Una actitud que puede hacerte olvidar cosas que nunca deberían ser olvidadas: el día en que alguien abrió esa puerta para ti cuando nadie más lo hizo mientras estabas siendo perseguidx, el día cuando alguien entró para llevarte a prisión, las veces en que alguien se arriesgó a morir por ti o cuando alguien incluso hizo su vida disponible para ti. Esas son cosas que nunca deberían ser olvidadas sea cual sea la distancia entre las personas.
Así que cuando tu pasado no está tan limpio como a ti te gustaría, te debes a ti mismx ser más modestx de ahora en adelante. Moverte con cuidado, porque nunca sabes cuándo necesitarás enfrentar una futura contradicción otra vez, derivada del hecho de que no te rindes, de que continuas en el mismo camino, moviéndote continuamente en la dirección que has elegido hace mucho.
Ninguna resignación por tanto, ningún arrepentimiento, ninguna retirada…
Sigo en una posición de batalla con la rebelión anarquista continua para siempre en mi corazón.
¡Larga vida a la Conspiración de Células del Fuego!
¡Larga vida a la Federación Anarquista Informal / Frente Revolucionario Internacional!
¡Por la Asociación Insurreccional de Teoría y Práctica!
Todo continúa…
Panagiotis Argyrou – Miembro de la Conspiración de Células del Fuego / FAI-FRI.
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