Cuando se debate acerca de la conexión interseccional que existe entre el feminismo y la lucha contra el especismo, a muchas personas no les salen las cuentas, no alcanzan a entender esa relación y hasta la niegan, o reaccionan negativamente ante cualquier intento de visibilizarla o someterla a discusión. Quienes plantean la cuestión se encuentran con que aquellas personas que tanta lucidez mostraban para identificar y desarticular los mecanismos de dominación y condicionamiento patriarcales, de repente muestran una reticencia al debate, emplean falaces extrapolaciones, o entonan quejas como las que afirman que esa postura es «exagerada» o que no se puede comparar las opresiones que sufre una hembra humana con las que sufren las hembras de las otras especies (en esto último tienen mucha razón, pues aunque la opresión que sufren las mujeres no es en absoluto un tema sobre el que frivolizar o al que restar importancia, normalmente el sufrimiento que las hembras de otras especies, como las vacas, las gallinas o las perras y otras hembras de especies consideradas «mascotas» es, por norma general, muchísimo mayor). Sin embargo, para mí, como para muchxs otrxs compañerxs, la lucha contra una opresión debe ser inseparable de la lucha contra las demás, pues de lo contrario sólo podemos dar lugar a luchas parciales, recuperables e incapaces, fáciles de anular y distraer con falsos objetivos. Desde la interseccionalidad cuestionamos la opresión como un único ente, con diversas ramificaciones o apéndices que enfrentar a diferentes niveles y con distintas herramientas, acordes en cada caso a las características de la relación de poder que pretendemos destruir, pero siempre entendiendo las distintas formas de discriminación y devaluación arbitraria de un grupo determinado de individuxs (racismo, especismo, misoginia y machismo, homofobia, lesbofobia, transfobia…) como las distintas cabezas de una misma hidra, que no morirá hasta que no acabemos con su cuerpo al completo, porque cada vez que le cortamos una cabeza, le salen dos más.
Para tratar de contribuír a poner de manifiesto los paralelismos históricos que a lo largo de la historia han trazado líneas comunes para la lucha feminista y antiespecista, dejo a continuación este texto, titulado «“Mujer”, “Animal” y Capitalismo: Los enfoques de Jason Hribal y Silvia Federici», que explora los enfoques de estxs dos autorxs, y cómo sus respectivos análisis, en el caso de Hribal de la explotación animal y en el caso de Federici de la explotación de la mujer, y trata de revelar esos «lugares comunes». El texto ha sido extraído del fanzine transfeminista y antiespecista madrileño Jauría, cuyo primer número (y creo que único hasta el momento) tuve el placer de conocer, recibir y leer recientemente, y que podéis descargaros en formato PDF aquí. También podéis encontrar una reseña con más información del fanzine en este mismo blog haciendo click aquí.
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“MUJER”, “ANIMAL” Y CAPITALISMO: LOS ENFOQUES DE JASON HRIBAL Y SILVIA FEDERICI
La historia de la acumulación desde otra perspectiva
Normalmente, la industrialización y el capitalismo (así como las relaciones de clase generadas en su seno) se nos explican en torno a la figura del trabajo productivo y asalariado. Este enfoque ignora y silencia el papel de millones de sujetos cuya fuerza de trabajo también ha sido utilizada para la acumulación, y cuya explotación y resistencia también ha formado parte de la historia. Por un lado, hablamos de los animales no humanos y su labor no remunerada, esencial para el desarrollo de las principales industrias y la generación de riqueza; por otro, nos referimos a la mujer relegada al rol de cuidadora/reproductora, cuidadosamente diseñado para garantizar la continuidad del sistema y disuadir de cualquier atisbo de disidencia o solidaridad.
Aunque no podamos aspirar en estas líneas a un análisis exhaustivo de la cuestión y sus matices, nos gustaría lanzar algunas de las claves que proponen la autora Silvia Federici y el historiador Jason Hribal.
La primera profundiza en las raíces del control estatal y económico sobre el cuerpo y el rol femenino, remontándose a las cazas de brujas de la América post-colonial. Para Federici, el sistema capitalista no es fruto de una evolución lógica de la sociedad, sino de un plan llevado a cabo de manera premeditada por unos pocos para crear y mantener sus riquezas y privilegios. En este sentido, criminalizar la libertad sexual y reproductiva significaba crear una ruptura de lo común y, al mismo tiempo, neutralizar experiencias de autogestión y funciones sociales de algunas mujeres que podían ser poseedoras de conocimientos ligados al respeto por la naturaleza y la comunidad. Así, cualquier posible resistencia a la transformación social necesaria para el surgimiento y desarrollo del capitalismo, fue aniquilada o contenida. La mujer fue apartada paulatinamente de las actividades económicas productivas y, cuando el trabajo se convirtió en la principal fuente de riqueza, los cuerpos femeninos comenzaron a ser concebidos como máquinas reproductivas para la creación de fuerza de trabajo futura. Al mismo tiempo, las tareas domésticas no remuneradas suponían el sustento y la recompensa diaria para la fuerza de trabajo existente: “El capital ha obtenido y obtiene dinero de lo que cocinamos, sonreímos y follamos” (Federici, 1975).
También le salía rentable al patrón y al sistema en general toda la energía producida por animales no humanos. Hribal nos muestra en su obra hasta qué punto se dependía de estos durante la industrialización: “En las granjas agrícolas había bueyes, caballos, mulas y burros, así como en ocasiones, vacas, ovejas o grandes perros, que tiraban y hacían funcionar los arados, gradas, máquinas de sembrar, trilladoras, agavilladoras, prensadoras, segadoras, desbrozadoras y cosechadoras. En las minas remolcaban oro, plata, hierro, plomo y carbón. En las plantaciones de algodón y en las fábricas de hilado, movían los molinos mecánicos que limpiaban, prensaban, cardaban e hilaban el algodón. En las plantaciones de azúcar, machacaban y transportaban la caña. En los puertos, carreteras y canales, movían las carretillas, carros y gabarras de correo, mercancías y personas. En las ciudades, llevaban los carruajes, tranvías, diligencias y ferrys. En los campos de batalla, desplegaban la artillería y provisiones, hacían las exploraciones y se encargaban de mantener cargadas las líneas de ataque. La labor de la producción era la siguiente: crear la energía necesaria para impulsar los instrumentos del capitalismo. De hecho, las transformaciones agrícolas, industriales, comerciales y urbanas modernas no eran sólo empresas humanas. La historia de la acumulación del capitalismo es mucho más que historia de la humanidad. Los libros de texto preguntan: ¿Quién ha construido América? Los animales lo hicieron” (Hribal, 2003).
Ya en sistemas económicos previos, los demás animales habían sido utilizados como moneda de cambio, productos o máquinas de producir. Lo que hizo hábilmente el capitalismo fue tomar el control de aquellas relaciones ambiguas en las que el animal era al mismo tiempo un recurso y un miembro de la comunidad humana. Disoció a esos “productos” y “máquinas” del sujeto del que procedían, del individuo protagonista de la experiencia explotadora. De este modo, no sólo se silenciaban los intereses y las necesidades de los propios animales, sino también las voces que comenzaban a levantarse para solidarizarse con ellos y exigir el fin de su esclavitud
De la misma forma, este sistema ha logrado que el propio concepto de “mujer” se asimile casi en exclusiva con el papel otorgado a la misma en el hogar heteropatriarcal. Según Federici, el capitalismo ha hecho creer a las mujeres que sus tareas domésticas y en el cuidado de los hijos, son “un acto de amor”, y aún es comúnmente aceptado que sólo la maternidad, la infinita paciencia y la dedicación cuidadora nos convierten en “mujeres auténticas”.
El control de los cuerpos
Aun así, para Silvia Federici, no es el cuerpo femenino el único sobre el que interviene el capitalismo, sino que los cuerpos del proletariado en general son dominados a través del hambre, la reproducción, la subordinación de las necesidades básicas al trabajo, etc. El caso de los animales no humanos es un exponente absoluto de esta dominación, siendo sus cuerpos al mismo tiempo fuente de fuerza de trabajo, mercancía, máquina de producir y producto. En todos estos casos, el control de las capacidades reproductivas de los individuos juega un papel fundamental para la acumulación de riqueza. Las cerdas, vacas y ovejas en las granjas, las elefantas y leonas en los zoos y circos, las orcas en los acuarios… frecuentemente se resisten a reproducirse. Sus embarazos son inducidos, sus partos programados, sus hijas robadas y asesinadas por la misma industria que les roba la vida a ellas. Se decide por ellas cuántos cuerpos van a nacer y cómo van a ser para optimizar su productividad. Se crean vidas con el objetivo de ser explotadas y destruidas. De manera más velada, los Estados legislan para castigar a la mujer que no quiere colaborar en la reproducción de mano de obra, y para tener la última palabra sobre cómo, cuándo y cuánto se debe parir: “el capitalismo siempre ha necesitado controlar el cuerpo de las mujeres porque es un sistema de explotación que privilegia el trabajo como fuente de su riqueza de acumulación (…) Imagínate si las mujeres se ponen en huelga y no producen niños, el capitalismo se para.” (Federici, 2014).
La negación de la reproducción, ejercida tanto por humanas como por individuos de otras especies, es sin duda una poderosa forma de resistencia, pero no es la única. Los animales han logrado cambios en la historia del trabajo ralentizando o paralizando la producción, atacando a sus explotadores, huyendo e incluso formando comunidades cimarronas libres en la naturaleza. Las mujeres acusadas y perseguidas por brujería no eran sino personas que se atrevían a desafiar o cuestionar el poder de la Iglesia, del patriarcado y del sistema económico. Si la explotación y la rebelión existen más allá de las clasificaciones de género y especie, también puede existir más allá la solidaridad.
La búsqueda de lo común
Tomando de nuevo el ejemplo de las cazas de brujas, la criminalización y el aislamiento de determinados sujetos supone una ruptura de la comunidad. La mujer que desea ser algo más que “mujer”, que se reivindica como individuo libre, dueña de su cuerpo y sus relaciones, se presenta como un monstruo amante del diablo y enemiga de la humanidad. La que quiere controlar su reproducción es una devoradora de niños que puede dejar a los hombres impotentes. En definitiva, la mujer es “otra cosa” diferente a los miembros del grupo social. Las parteras y curanderas, las religiones ligadas al respeto por la naturaleza, son señaladas también. Lo salvaje y lo natural se convierten en algo indeseable y punible. Del mismo modo, los animales no humanos son castigados y doblegados hasta que son lo suficientemente dóciles como para ser útiles. Estos animales también son percibidos como “otra cosa”, por mucho que trabajen y convivan con el grupo, y aunque no exista ninguna diferencia real taxonómica ni lógica entre lo que significa ser “humano” y lo que significa ser “animal”.
Así, aunque el capitalismo en la práctica sitúe a obreros, amas de casa y bestias de carga en la misma posición, sólo quienes contribuyen con el trabajo productivo asalariado se consideran entre ellos como miembros de la clase trabajadora, y en base a esta consideración construyen sus relaciones de apoyo mutuo y solidaridad. Tanto Hribal como Federici persiguen con sus investigaciones, de manera más o menos explícita, romper con esta visión limitada de la idea de clase. Sus propuestas buscan ampliar el concepto de lo común, llevarlo a la práctica, y promover el reconocimiento entre iguales desde abajo, eliminando las barreras que nos han impuesto desde arriba para evitar que nos encontremos y nos ayudemos las unas a las otras.
Es una idea recién nacida, sobre la que queda mucho por decir y debatir, pero al mismo tiempo es una de las ideas más viejas del mundo: estamos juntas en esto, y juntas podemos con esto.
Fuentes:
- Hribal, Jason (2014) Los animales son parte de la clase trabajadora y otros ensayos. Madrid: Ochodoscuatro Ediciones
- Federici, Silvia (2013) Revolución en punto cero: trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas. Madrid: Traficantes de Sueños
- Federici, Silvia (2010) Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Madrid: Traficantes de Sueños.