Recojo de la web de les compas de la editorial anarquista Abordaxe!, traduzco a castellano y difundo el siguiente texto sobre el papel de las mujeres en la preparación de la revuelta que tuvo lugar en el campo de concentración y exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau, en Polonia, en octubre de 1944.
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Roza Robota (1921-1945)
ROZA Y LAS OTRAS
El papel de las mujeres en la preparación de la revuelta armada en el campo de concentración de Auschwitz.
Roza Robotta tenía sólo 21 años cuando una noche de 1942, el tren de ganado lleno de prisioneres que la transportaba se detuvo en la rampa del campo de concentración y exterminio nazi de Auschwitz II – Birkenau, la infame extensión del campo principal de Auschwitz, en Polonia, que los nazis habían ordenado construir a unos 3 kms del original cuando, en 1941, se enteraron de que las instalaciones no bastaban para acoger semejante volumen de deportaciones llegadas de todos los territorios de la Europa controlada por el Tercer Reich. Escogieron para ubicarlo la localidad de Brzezinka (en alemán, Birkenau, de ahí el nombre del campo), en un inmenso prado del que aprovecharían algunas construcciones de madera para los primeros barracones.
Roza, a pesar de su juventud, ya sabía perfectamente a dónde se dirigían, y la trágica suerte que la esperaba tras aquellas puertas. Había escuchado rumores en el gueto de la ciudad de Ciechánow donde había pasado encerrada los primeros dos años de la guerra por su ascendencia judía. Ciechánow había sido ocupada por los nazis a los 3 días de la invasión de Polonia, en 1939, y pronto acordonaron la zona más demacrada para habilitar el “barrio judío”, que sería liquidado dos años más tarde, con sus habitantes fusilades o deportades en masa a los campos de la muerte. La resistencia del gueto, con la que Roza colaboraba a través de su militancia en el grupo izquierdista judío Haschomer Hazair, ya sospechaba del destino de aquellos trenes y camiones que, cargados hasta los topes de condenades, marchaban periódicamente para volver vacíos. También sospechaban que, realmente, las promesas de los nazis que aseguraban que sólo se trataba de meras operaciones de reasentamiento en lugares de trabajo en el este polaco en mejores condiciones, no eran más que hipócritas eufemismos.
Roza, sin embargo, no fue escogida para morir inmediatamente, a diferencia de la gran mayoría de personas que viajaban en aquel tren, enviadas a la cámara de gas a su llegada. Ella y otras pocas mujeres “afortunadas” fueron escogidas para el trabajo forzado. Roza fue remitida a un kommando (destino de trabajo esclavo dentro de algunas de las empresas o tareas vinculadas al campo) en la sección de indumentaria, mientras que al resto de mujeres las mandaron con el kommando de la fábrica de municiones de la Weichsel-Union-Werken, una filial de la Krupp (Krupp fue una de esas empresas que tras la guerra siguió activa como si nada después de aprovecharse cuanto pudieron de la mano de obra prisionera durante el holocausto), y donde se fabricaban entre otras cosas espoletas para granadas, y piezas para armamento que luego eran enviadas a los soldados del frente.
Roza, conocida ya por algunas personas prisioneras en Birkenau, no tardó en ser contactada por la red de resistencia clandestina que existía dentro del campo. Dos importantes miembros de esa conspiración, Israel Gutman y Joshua Lejfer, enviaron a otro prisionero, Noah Zabludowicz (quien había conocido a Roza en el gueto de Ciechánow) a explicarle su plan y pedir su colaboración. Noah informó a Roza de su intención de preparar un levantamiento armado dentro de Birkenau que tendría un doble objetivo: por una parte, sabotear en la medida de lo posible la maquinaria de exterminio nazi, con el fin de retrasar o detener la matanza; por la otra, abrir una brecha de confusión y descontrol en el estricto régimen de vigilancia del campo que pudiera permitir un intento de fuga masivo. Conociendo el valor y la disposición de Roza, le propusieron formar parte de la misión más importante y peligrosa: conseguir los materiales explosivos necesarios para fabricar bombas con las que pretendían hacer explotar los crematorios. Roza aceptó sin dudar. Aquella misma noche, después del trabajo, se reunió con el resto de mujeres de Ciechánow de su confianza, y les propuso colaborar, ya que eran ellas las que habían sido destinadas a trabajar en la fábrica de armamento de la Unión. Su tarea consistiría en sacar pequeñas cantidades de pólvora en latitas que podían esconder fácilmente. Deberían hacerlo en el turno nocturno, donde los guardias estaban más cansados y los controles en la salida no eran tan rigurosos. Además, debían formar una red de confianza para poder aumentar la cantidad de pólvora que podrían sacar de cada vez. Hana Wajsblum, hermana pequeña de Ester Wajsblum, una de estas mujeres, y que sobrevivió al holocausto, expresaría así las palabras de su hermana mayor:
“Podemos conseguirlo y sólo depende de nosotras – dijo Ester Wajsblum, una de ellas -, miles morirán, pero a lo mejor aún podemos salvar a alguien. No podemos permitir que millones de personas sean asesinadas a espaldas del mundo. Es nuestro deber crear las condiciones que hagan posible una huida en masa. […] No podemos ir como ganado al matadero. Tenemos que ofrecer resistencia.” (1)
Ala Gertner (1912-1945)
Así, estas tres mujeres, Ester Wajsblum, Ala Gertner y Regina Safirsztain, junto con aproximadamente una veintena de colaboradoras más que permanecen en el anonimato, comenzaron su contrabando de pólvora escondida en los paños de su cabeza (que los nazis nunca tocaban, pues consideraban que las prisioneras eran un foco de piojos y enfermedades contagiosas) o en la ropa interior, logrando pasar inadvertidas noche tras noche. Una vez entregada a Roza, ésta pasaba la pólvora a su contacto en la resistencia, para seguir circulando clandestinamente hasta alcanzar su destino. Filatov, un prisionero de guerra del ejército soviético, fabricaría las bombas. Algunas supervivientes afirman que llegaron a utilizar los cadáveres de sus compañeras y amigas muertas para ocultar el material sustraído, sabiendo que los cuerpos acabarían el día ardiendo en el crematorio, donde también había personal de la resistencia trabajando en el denominado Sonderkommando.
Sonderkommando (Comando Especial) era el nombre que recibían unas brigadas especiales de trabajadores judíos creadas por los nazis en los principales campos de exterminio como Auschwitz o Sobibor. Su horrible tarea consistía en afrontar diariamente la tremenda carga de un dilema moral inhumano. Debían estar presentes en la llegada de los transportes de prisioneres, tranquilizar a las personas recién llegadas, convencerlas de que colaboraran, y una vez que los nazis habían seleccionado a aquellas que serían directamente enviadas a la cámara de gas, tenían que acompañarlas hasta allí, asegurándoles que sólo se trataba de una inofensiva ducha, después de la cual podrían reunirse de nuevo con el resto de sus familias. Una vez el gas hacía efecto y finalizaba la operación de matanza, llegaba la peor parte. Debían retirar los cadáveres, coger todo lo que aún pudiesen conservar de valor (dientes de oro, cabello, objetos que pudiesen haber escondido en conductos corporales como el ano…) y finalmente, transportar los cuerpos hasta el crematorio correspondiente y proceder a su incineración. A cambio de engañar a les suyes, y de guardar silencio sobre lo que les iban a hacer, recibían toda clase de beneficios, completamente inauditos e imposibles para el resto de prisioneres (comida abundante, ropa limpia, camas individuales en barracones apartados del resto de prisioneres en otra zona menos expuesta a las epidemias y a la violencia arbitraria de los guardias borrachos, e incluso la vista gorda de algunos nazis con respecto de algunas actividades ilegales que para otres prisioneres que no contaban con ese favor significaban la muerte inmediata). Con todo, el precio a pagar era extremadamente alto, y fueron muchos los miembros del Sonderkommando que se suicidaron lanzándose contra las alambradas electrificadas, o simplemente, provocando su asesinato a manos de un guardia por atacarlo o por simplemente negarse a seguir haciendo el trabajo sucio de las SS. Además, los beneficios de los que disfrutaban no eran sino una cruel distracción. Los nazis no pensaban permitir que ninguna persona judía saliese con vida de allí, y menos aún si esa persona había estado dentro de la cámara de gas y de los hornos crematorios, pudiendo dar testimonio de todo cuanto allí había acontecido. Por eso, cada 3-4 meses (como máximo, a veces antes), los nazis hacían formar al Sonderkommando, les aseguraban que serían trasladados a otro campo con mejores condiciones, como un indulto por su colaboración, pero los camiones llegaban a los bosques alrededor del río Vístula, donde eran asesinados a tiros. Después, los nazis convencían a otro grupo de prisioneros para ocupar su lugar.
Esther Wajsblum (1924-1945)
En Birkenau, el Sonderkommando nº 12, compuesto íntegramente de judíos deportados desde Hungría, sabían que se acercaba su turno de ser “trasladados”, y se impacientaban. Sin embargo, el momento de la verdad no acababa de llegar. Cada vez que las condiciones parecían las idóneas, ocurría algo que hacía que el grupo central de la resistencia retrasase la revuelta. El tiempo pasaba, la situación era cada vez más desesperada y el número de muertes continuaba aumentando. Los prisioneros del Sonderkommando sabían que su ejecución era inminente y que no podían esperar más. El 7 de octubre de 1944, durante un cambio de turno, el Sonderkommando se rebeló por su propia cuenta. Algunas ametralladoras y pistolas que grupos de partisanes habían dejado cerca de la alambrada o escondidas en zonas de trabajo esclavo donde luego podían recogerlas otres miembros de la resistencia preses en el campo, y los explosivos caseros que habían preparado con la pólvora robada por las mujeres, fueron sus únicas equipaciones. Lograrían hacer saltar por los aires uno de los edificios de los crematorios (en concreto el nº 4) dejándolo inutilizado para siempre, y matar a una buena cantidad de SS, además de protagonizar un audaz intento de fuga, tristemente infructuoso pues la mayoría cayó bajo un diluvio de balas de las torres de vigilancia, y los que sobrevivieron fueron posteriormente recapturados, torturados y finalmente fusilados o ahorcados.
Los mandos nazis del campo, no obstante, habían quedado totalmente atónitos y sobresaltados. La chispa de resistencia y revuelta que ya había prendido en los guetos judíos de Varsovia o Cracovia (y de otros puntos de la Polonia ocupada), saltaba ahora en Birkenau creando un precedente peligroso. Nadie esperaba que aquellas personas aterrorizadas pudiesen reunir las fuerzas y la esperanza que necesitaban para sublevarse. Además, Auschwitz no sería el único campo donde se llevaría a cabo un alzamiento. El campo de concentración de Sobibor, también en Polonia, había sido el escenario, un año antes, el 14 de octubre de 1943, de otra revuelta, en la cual además de conseguir ajusticiar a los cabecillas verdugos, se llevó a cabo una gran fuga en la que se salvaron montones de personas. Los nazis, por fin, tenían miedo, y su venganza no se hizo de rogar. Sabían que, indefectiblemente, la pólvora provenía de la fábrica de municiones, y por eso llevarían a cabo toda clase de torturas e interrogatorios con mujeres presas que allí trabajaban, con la intención de sonsacarles la información sobre quiénes habían robado ese material. Después de semanas de palizas y brutales maltratos físicos y psicológicos, detuvieron a Ester Wajsblum, Ala Gertner y Regina Safirsztain, así como también a Roza Robota. Esto llevó a las mujeres a tener sospechas de que las SS habían conseguido que alguna de las trabajadoras esclavas de la fábrica hablara, ya que Roza no trabajaba allí, y su única relación con el contrabando de pólvora se desarrollaba a través de la red de resistencia, que no todo el mundo conocía. Las cuatro fueron torturadas salvajemente en el infame Bloque 11, un barracón destinado especialmente al castigo, mucho más temido que las balas en la nuca o que la cámara de gas. Roza, en concreto, acabaría con la mayor parte de los huesos del cuerpo hechos pedazos, convertida en un amasijo de carne inflamada, esperando el golpe de gracia.
Noah Zabludowicz, el primer contacto de Roza en la resistencia de Auschwitz y que había sido vecino suyo en Ciechánow, convenció a Jacob, el kapo (prisioneres metides en Auschwitz por delitos comunes pero que no eran de familia judía, y que eran designades por los nazis para hacer tareas de carceleros) en el Bloque 11, para que le diese permiso para pasar a ver a Roza. Jacob aceptó el soborno y emborrachó a la guardia nazi, permitiendo que Noah pudiera colarse con una excusa. Noah sobreviviría a Auschwitz y después de la liberación, describiría de la siguiente manera su reencuentro con Roza Robota:
“Tuve el privilegio de ser el último en ver a Roza pocos días antes de que fuese ejecutada. Por la noche […] entré en el búnker del Bloque 11 y vi las celdas y los pasillos oscuros. Oí los lamentos de los condenados y me estremecí hasta lo más profundizo de mi ser. Jacob me condujo a la celda de Roza […] Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, pude distinguir una figura envuelta en harapos, estirada sobre el suelo de cemento. Volvió su cabeza hacia mí. Apenas pude reconocerla. Me describió los sádicos métodos empleados por los alemanes durante los interrogatorios. No había ser humano que pudiera resistir eso. Me dijo que ella había asumido toda la culpa y que nadie más estaba en peligro. No había delatado a nadie. Intenté consolarla, pero no escuchó. Sólo pidió que el resto de compañeros siguieran con el trabajo. Resulta más fácil morir, dijo, cuando se sabe que los otros continuarán en la brecha.” (2)
Noah también afirmaría que Roza respondió a sus intentos de tranquilizarla con una frase firme: “Tranquilo, sé lo que hice y sé lo que me espera.”
El 6 de enero de 1945, menos de un mes antes de que el ejército soviético liberara por fin el campo de Auschwitz, las cuatro mujeres, Roza Robota, Hala Gertner, Ester Wajsblum y Regina Safirsztain, fueron ahorcadas delante del resto de prisioneras. Hana, hermana pequeña de Ester, describiría así la ejecución de su hermana:
“Dieron la orden de ‘¡A formar!’. Pero aun eran las cinco de la madrugada […] De pronto, mis ojos contemplaron el terreno entre los Bloques 4 y 5. ¿A qué se debía este llamamiento? […] Mientras permanecía de pie, medio dormida, la vi de pronto [a mi hermana]. […] Inmediatamente después escuchamos la orden: “¡Trabajadoras de la Unión para adelante!”, “’¡Sección de Pólvora, un paso al frente!”. […] Levanté la cabeza; a poca distancia pude distinguir el patíbulo. Comprendí lo que iba a pasar. […] El silencio reinaba en la plaza. Escuchaba la respiración acelerada, los suspiros y las lágrimas contenidas. Se pusieron en marcha. Las cabezas alzadas, los ojos mirando hacia delante, bien lejos, hacia libertad. La libertad perdida. El tableteo de las sillas al ser plegadas y retiradas. Murieron.” (3)
Según otras testigos, instantes antes de caer la silla y morir en la soga, Roza se despediría gritando: “¡Venganza! ¡No tengáis miedo!”.
Sin duda, esta historia representa un valiosísimo ejemplo del valor, entereza y dignidad que hacen falta para resistir incluso en las condiciones más adversas que podamos imaginar. Un grupo de mujeres, varias de las cuales apenas superaban las dos décadas de edad pero que hicieron frente a su atroz miedo y decidieron dar un paso adelante en la lucha por sus vidas, dejando un legado inolvidable. Mujeres que abandonaron el rol patriarcal de víctimas pasivas que los nazis esperaban de ellas, y decidieron defenderse a sí mismas y a las demás.
Hoy en día, durante la visita guiada a los restos de los campos de Auschwitz y de Birkenau, se pueden observar los cimientos del crematorio número 4 que hizo volar la revuelta de octubre de 1944. Una revuelta que no habría sido posible sin estas cuatro mujeres y sin todas aquellas que, sin conocer sus nombres, también arriesgaron la vida en las condiciones más peligrosas para poder cumplir su sueño de vengarse.
Que la amnesia democrática no cierre nunca las heridas abiertas de la memoria combativa.
Hoy como ayer, ¡muerte al fascismo, al Estado, al Patriarcado y al Capital!
Disnomia
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Bibliografía:
Referencias de las citas:
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Citado según palabras de Hana Wajsblum, hermana pequeña de Ester Wajsblum y superviviente de Auschwitz-Birkenau, en “Widerstand in Auschwitz” (Resistencia en Auschwitz), aparecido en el nº 3 del Dachauer Hefte titulado “Frauen – Verfolgung und Widerstand” (Mujeres – Persecución y Resistencia) en noviembre de 1987.
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Citado del capítulo “Roza Robota: Heroine of Auschwitz Underground” (Roza Robota: Heroína del Underground de Auschwitz) de la obra más amplia “They Fought Back: The story of the Jewish Resistance in Nazi Europe” (Elles contraatacaron: La historia de la resistencia judía en la Europa nazi), 1975.
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Ver nota 1
Escombros y ruínas en la actualidad del Crematorio nº 4 de Birkenau, destruído en la revuelta del 7 de octubre de 1944.