Os dejo un texto que escribí hace unos días, para su difusión con motivo de estas fechas navideñas. Podéis hacer con él lo que queráis, sólo os pido que, si es posible, citéis la fuente. Gracias.
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¿Quién dijo que el holocausto había terminado?
A voz de pronto, para alguien especista (consciente o no de sus privilegios como ser humano frente a las demás especies, pero beneficiaria y satisfecha de algún modo de su explotación), comparar las industrias que fabrican los productos que consume diariamente con las fábricas de muerte administradas por la Alemania nazi puede resultar violento, y suele tener como respuesta gritos, aspavientos escandalizados y bloqueo inmediato de cualquier vía de debate y conversación al respecto. No obstante, no es tan descabellado.
En su libro «¿Por qué maltratamos a los animales?» (de lectura recomendada) Charles Patterson establece varias analogías que demuestran la conexión entre los métodos utilizados por los nazis en los campos de exterminio como Auschwitz o Mauthausen, y los empleados por la industria cárnica estadounidense en la actualidad. Procedimientos para la selección de animales destinados a morir o para el procesado posterior de los cadáveres, selección cuidada y uso constante de eufemismos y deslocalización de las infraestructuras (mataderos, granjas…) lejos de los núcleos de población para prevenir que alguien pudiese ser testigo de la crueldad, creación deliberada de todo un imaginario cultural que legitime, normalice y convierta en necesaria toda esta masacre… Televisión, publicidad, hábitos de consumo, costumbres y tradiciones protegen a los asesinos y les convierten en bondadosos proveedores de sanos alimentos, necesarios para que podamos tener una alimentación equilibrada, mientras se ocultan las atrocidades cometidas más allá de los muros y un armazón legal dispuesto especialmente para ello castiga con severas penas de prisión a aquellxs que graben los lugares de explotación y/o exterminio de lxs animales.
De hecho, Patterson menciona algo descrito por Gitta Sereny, una periodista húngara que vivía en Inglaterra, y que entrevistó a Franz Stangl (comandante en jefe del campo de exterminio nazi de Treblinka) en la prisión de Düsseldorf (Alemania) tras su captura, en 1971. En la entrevista, el criminal nazi mencionó algo que le ocurrió en Brasil, a donde huyó terminada la guerra para salvar su despreciable pellejo. Stangl contó que, estando viajando en tren, éste se detuvo junto a un matadero, y las vacas de los corrales, al oir el sonido del tren, salieron afuera y se acercaron a la verja para observar con curiosidad. Stangl pensó que la mirada de aquellas vacas le recordó a la mirada, aun confiada, de quienes entraban en las cámaras de gas sin saber lo que les esperaba.
Así mismo, también habla sobre otra entrevista, realizada a Ernst B., un médico de las SS que trabajó en Auschwitz II – Birkenau junto al infame Dr. Josef Mengele. Ernst relató que la primera vez que asistió a una selección de prisionerxs, se quedó tan impresionado al ver las escenas de soldados separando a madres de sus hijos y conduciéndoles luego a una muerte segura, que no podía describirlo, pero que, al cabo de unas semanas, se había acostumbrado a aquella sensación. Añadía, a modo de ejemplificación, que si algún día el entrevistador visitaba un matadero, y observaba el modo en que los animales son «sacrificados», probablemente el filete no resultase tan apetecible.
Durante el régimen de Hitler, mientras que por un lado una propaganda falsa maquillaba con mentiras y montajes la atroz verdad que escondían los campos de concentración (proyectando películas realizadas por los propios nazis donde se veían cómodos y distendidos ambientes, que los captores, con el fin de tranquilizar a la opinión pública, obligaban a fingir a sus prisioneros bajo amenaza de muerte o tortura), por otro toda una ingeniería social deshumanizaba a lxs judíxs, y les mostraba como una especie ajena a las características del humano, y, por lo tanto, desmerecedora de respeto a sus intereses e integridad, y exenta de compasión alguna. Los nazis, obviamente, no sólo eran racistas, sino también profundamente especistas (pese al mito absurdo sostenido por algunxs que afirma que Hitler era vegetariano).
El nazismo como régimen de terror duró, si contamos desde el inicio de los pogromos y las persecuciones raciales y no desde el inicio de la 2ª Guerra Mundial como se suele hacer, casi 10 años (desde 1935-1936 cuando se promovieron las primeras leyes antisemitas hasta 1945) y, afortunadamente, su huella no fue demasiado profunda, si bien no son pocos quienes, ante un nuevo declive de las falsas ilusiones de bienestar que cimentan la existencia en esta sociedad acomodada sobre espejismos, vuelven a abrazar peligrosamente la xenofobia, el racismo y el patriotismo.
No obstante, el especismo lleva siglos instalado en nuestra cotidianidad, adjunto a un dogma mucho mayor, herencia de la cultura judeocristiana más hipócrita y vomitiva, y que llamamos Antropocentrismo (la idea de que la humanidad es el centro de toda la vida del planeta, y puede por tanto someterla a su voluntad y necesidades) y se ha introducido en tantos resquicios de nuestra vida que resulta muy complicado (que no imposible, precisamente por eso luchamos) eliminar al completo sus condicionamientos y paliar sus destructivos efectos. El lenguaje, la interminable lista de trabajos y formas de vida ligadas a la explotación animal, o la mayor parte de la gastronomía son ejemplos de ello, sin contar la creciente destrucción del territorio, así mismo anclada en nuestra sociedad desde tiempos muy antiguos, y de la que somos cómplices involuntarixs continuamente. Por ésto, muchxs son lxs que, al hacer la comparación antes mencionada, alegan que no tiene sentido argumentar tal cosa pues el uso y explotación de animales es anterior al nazismo, lo que en cualquier caso debería indicarnos lo enfermizo de todo este asunto. Sin embargo, yo discrepo.
No es que yo vaya a defender a las llamadas «explotaciones ecológicas», «caseras» y demás. Del mismo modo que un racismo más «humanitario» no me complace, tampoco lo hace una jaula más grande. Sin embargo, la forma en que arraigaron el odio racial nazi y la discriminación a otras especies, es la misma en todos los casos, se trate de la explotación que se trate. ¿Olvidamos que algunos prisioneros de los nazis gozaban de privilegios respecto a otras categorías? Por ejemplo, los presos comunistas o judíos (los más odiados) eran oprimidos por algunos presos comunes, nombrados por los propios nazis como guardia suplementaria de sus cementerios de vivos (los llamados Kapos). Del mismo modo, un perro, por ejemplo, explotado como producto a la venta en forma de «mascota», y concebido socialmente como «amigable», «bonito», «tierno», «juguetón», goza de privilegios frente al cerdo, animal asociado a la suciedad y considerado «feo», cuya única utilidad es convertirse en carne procesada para alimentar los estómagos del ego antropocentrista. Mientras al perro se le hacen caricias y mimos, al cerdo le clavan un cuchillo, le rajan la panza y sus restos pasan por una cadena de producción hasta convertirse en jamón y otros «manjares».
La propaganda nazi y la propaganda especista parten de la misma base y funcionan bajo los mismos patrones. Son hermanas gemelas, y esto viene dado porque las grandes industrias cárnicas (desarrolladas, tal y como las conocemos, con más fuerza durante las últimas décadas, lo que no significa que antes no hubiese especismo) aprendieron mucho de la manera que los nazis tenían para industrializar y sistematizar sus matanzas, como si de una fábrica se tratase. Por otro lado, los nazis aprendieron a su vez de la forma en que la gente trataba de un modo u otro a cada animal según lo que le había sido inculcado en función de la especie. Recogieron esos métodos de discriminación y poco a poco los incorporaron a la cultura en escuelas, cine, literatura etc. Por tanto, antes del nazismo, ya había un holocausto en marcha, tal vez no tan cruento como lo es actualmente, pero igualmente silenciado y normalizado.
Son muchas las similitudes que podemos encontrar con sólo profundizar un poquito. Por ejemplo, las industrias productoras de huevos, cuando los polluelos nacen macho, normalmente los eliminan inmediatamente ya sea gaseándoles, tirándoles vivos a una cinta transportadora que termina en una trituradora, o simplemente dejándoles morir en grandes naves, donde son abandonados a su suerte sin comida ni cobijo, ya que, al no poner huevos, su manutención cuesta dinero pero no lo produce, con lo que no es rentable. Es exactamente lo mismo que ocurría en los campos de la muerte nazis, donde niñxs, ancianxs, enfermxs y mujeres jóvenes eran enviadxs a las cámaras de gas nada más llegar, por el simple hecho de no ser productivxs para la maquinaria de guerra nazi.
Otro ejemplo son las vacas. Del mismo modo que lxs prisionerxs de lxs nazis eran sometidxs a agotadores trabajos forzados hasta que sus cuerpos no podían soportarlo más, momento en el que morían por agotamiento o eran gaseadxs o tiroteadxs, y reemplazadxs por otras unidades «frescas» (sí, acabo de llamar «unidades frescas» a lxs prisionerxs recién llegadxs a los campos, si te molesta y comes carne, piensa en si te parece correcto que se refieran así a lxs animales no-humanxs), en las explotaciones lecheras las vacas son «mantenidas» (torturadas, violadas – inseminadas artificialmente por un tubo que el/la ganaderx introduce por la vagina de la animal, mal alimentadas…) mientras producen leche, y cuando enferman o envejecen prematuramente a causa de un ritmo tan antinatural, son enviadas al matadero, y reemplazadas por otras vacas nuevas. ¿Cuál es la diferencia? La especie, y una vez más volvemos al adoctrinamiento que sufrimos desde que nacemos, y que nos educa para ver a lxs animales como cosas, y no como a seres con sentimientos, capaces de experimentar placer, dolor, cariño, alegría o tristeza, de establecer vínculos emocionales e interactuar con el entorno. Seres cuyos deseos primarios, instintos y necesidades merecen el mismo respeto y consideración que las nuestras.
Como vemos, no son tantas las distancias que separan el holocausto nazi de lo que ocurre diariamente en los mataderos y granjas de todo el mundo. Pero sigamos, que hay otro ámbito de la explotación animal cuyo parecido con el lado más escalofriante de la hecatombe nazi es digno de mención. Os hablo de la experimentación animal.
Durante todo el tiempo en que los principales campos nazis estuvieron en funcionamiento, en la oscuridad de sus muros se llevaron a cabo sádicos experimentos donde se utilizaba como sujetos de pruebas a internxs del campo, que por alguna característica concreta llamaban la atención de lxs médicxs nazis (por ejemplo los gemelos o los que mostraban alguna cualidad física extraordinaria) o que, simplemente, eran elegidxs por estxs para sus torturas. La mayoría de esos experimentos carecen del menor valor científico, pero suponían mucho para el fanatismo nazi, pues consistían en cosas como cambiar el color de los ojos, encontrar la secuencia del nacimiento de gemelos etc. aunque también había otros relacionados con la industria bélica, como someter a prisioneros a altas (o muy bajas) temperaturas o a radiación hasta que morían para comprobar su aguante, engangrenar y amputar miembros sin anestesia para observar la respuesta de sus cuerpos, provocar enfermedades diversas, dejarles sin comer durante días o semanas y observar cómo se iba degradando su cuerpo, envenenarles para comprobar la resistencia y otros muchos más, igual de crueles y enfermizos. Todo con el pretexto de que era por lo que ellxs consideraban «el bien de la Ciencia y de la humanidad». Justo el mismo pretexto que se pone hoy en día para mantener el innecesario (pero lucrativo) uso de animales en experimentos de todo tipo.
Cualquiera puede buscar por Internet la información y hallar los resultados de las investigaciones llevadas a cabo tanto por grandes organizaciones animalistas como por células clandestinas en el interior de laboratorios de corporaciones como HLS (Huntingdon Life Sciences, el mayor laboratorio privado de experimentación animal por encargo del mundo). Gatos con electrodos incrustados en el cerebro, monos con articulaciones rotas a propósito para observar su regeneración, o con los ojos cosidos desde que nacieron (como Britches, un bebé macaco que fue rescatado por activistas, que encontraron que le cosieron los ojos al nacer, pensando en descosérselos más adelante, darle la visión de forma repentina y luego matarle y abrirle el cráneo para estudiar los efectos en su cerebro) u obligados a fumar sin descanso para ver cuánto aguantan sus pulmones, perros abiertos en canal sin anestesia de ninguna clase, conejos con ácidos y productos corrosivos inyectados en sus ojos, y podría seguir así un buen rato, aunque tampoco quiero convertir la lectura de este escrito en una agonía ni traumatizar a nadie. Los argumentos de esta empresa (y de otras tantas que se dedican a lo mismo) son exactamente iguales a los alegados por lxs científicxs nazis. «El bien de la Ciencia», «la búsqueda de una mejor calidad de vida», «el avance de la medicina», «la mejora de nuestras capacidades», y otros pretextos, legitiman la tortura y el sufrimiento de miles de criaturas inocentes, convertidas en tubos de ensayo.
Ayer se experimentaba con seres humanxs consideradxs animales por sus torturadorxs. Hoy se experimenta con toda clase de animales no-humanxs sin reparar en que, muchas veces, lo que es inocuo para ellxs puede no serlo para nosotrxs, como es el caso por ejemplo de la Talidomida, fármaco desarrollado entre 1958 y 1963 por la compañía alemana (¿casualidad?) Grünenthal GmbH y que servía, supuestamente, para calmar las náuseas producidas por los tres primeros meses de gestación. El fármaco había sido probado en animales no-humanxs antes, en quienes no presentó, aparentemente, efectos secundarios. Sin embargo, su uso en humanxs derivó no sólo en una gran cantidad de abortos, sino también en el nacimiento de innumerables bebés aquejados de focomelia, una anomalía congénita consistente en malformaciones diversas en las extremidades (o directamente en la carencia de las mismas al nacer). Podemos encontrar aquí un paralelismo evidente de cómo la experimentación con animales no-humanxs ni siquiera resulta útil para la ciencia.
Una vez más, sólo una diferencia arbitraria como lo es la especie fundamenta la diferencia, legitima la masacre y convierte en locas a quienes protestan o se rebelan contra ello, mientras persigue, acosa y encarcela a quienes se atreven a poner su libertad y sus vidas en juego para sabotear los instrumentos y lugares donde estos atroces crímenes sin castigo son llevados a cabo.
Alejándome un poco del nazismo como elemento principal de análisis en este texto, pero continuando con el tema del racismo y su semejanza con el especismo, en tanto que ambas son ideologías basadas en la discriminación arbitraria de un/a individux, podríamos mencionar también los Zoos, y hablar de las llamadas «exposiciones etnográficas», que en el S. XIX, permitían a las clases más altas visitar lugares donde las personas negras o de otras etnias no blancas, utilizadas como esclavas por aquel entonces, eran literalmente expuestas.
Un artículo aparecido en junio de 2014 en el periódico anarquista mensual Todo Por Hacer, editado en Madrid, y que podéis leer en el blog del periódico (aquí) o descargando en PDF el número correspondiente (aquí) nos habla sobre este fenómeno, en un fragmento que cito a continuación:
«A finales del S. XIX, Karl Hagenbeck era el más importante cazador y comerciante de animales. Proveía a varios circos y zoos, hasta que decidió fundar el suyo en Hamburgo. En 1874, tras una crisis en la que muchos de los animales murieron de frío, el bueno de Karl tuvo la idea de comenzar a secuestrar familias laponas, samoanas, nubias, etc. para exhibirlas recreando vagamente sus aldeas, trajes y costumbres. Fue un éxito entre el público, se organizaron giras, y otros zoos europeos siguieron el ejemplo, incluidos los de Barcelona y Madrid. Al igual que sucede ahora con los animales no humanos, muchos/as de los/as exhibidos/as en aquellas exposiciones murieron durante los viajes, por falta de cuidados o por la imposibilidad de adaptarse al clima y la situación.
En la Casa de Fieras de Madrid, los visitantes podían ver esquimales pagando una peseta. Y el estanque frente al Palacio de Cristal se creó en 1887 para exponer en canoas a 45 personas de origen filipino. Los restos de los/as que no sobrevivieron están ahora en el Museo Nacional de Antropología.»
Como vemos, son muchas las líneas que, sin embargo tan interrelacionadas, unen al Racismo con el Especismo. En la mano de cada unx está el reflexionar sobre esta cuestión y hacer algo al respecto, o continuar beneficiándose de una explotación objetivamente injusta, cruel e innecesaria, que mata al día en todo el mundo a una cifra de animales mayor al número estimado de víctimas judías a manos de la sinrrazón nazi.
Hoy en día, mirando a ese periodo tan oscuro de la historia contemporánea, hay quien se pregunta por qué nadie hizo nada por detener las barbaridades cometidas en los guetos y en los campos de concentración, por qué nadie alzó su voz, pese a las represalias que esperaban a quien osase desafiar al orden establecido, para luchar por lxs que no podían defenderse. Lo cierto es que hubo desafíos, y algunos lograron grandes cosas, mientras que otrxs cayeron presxs o muertxs. Hoy en día, muchxs compañerxs alzamos nuestra voz y nuestras consciencias con rabia, buscando el momento de actuar. Algunxs como Debbie Vincent (EE.UU.), Gianluca Iacovacci y Adriano Antonacci (Italia) u otrxs han estado o siguen actualmente en prisión, mientras que Jill Phipps, Barry Horne y tantxs compañerxs más perdieron sus vidas en esta guerra, luchando por un mundo sin jaulas, sin amos ni esclavxs. La dinámica se repite, desapercibida para la mayoría, y la lucha, por supuesto, continúa.
Porque el holocausto no ha terminado, pero la guerra tampoco.
Contra el racismo, el especismo y toda forma de autoridad o de dominación.
Por la liberación total. ¡Hasta que la última jaula quede vacía!
«Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista.
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata.
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista.
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío.
Cuando vinieron a buscarme a mí,
ya no había nadie más que pudiera protestar…»
– Martin Niemöller