Recibía en el correo electrónico estos días y difundo la siguiente carta del compañero Hans Niemeyer titulada «Sobre la actual conflictividad social» y que aporta de cara al nuevo Día del Joven Combatiente, realizado como cada año el pasado 29 de marzo.
—————————————–
Quisiera dar un saludo fraterno y combativo, lleno de energía a todos y todas quienes, más allá de las distintas visiones y diferencias ideológicas, reivindican la práctica y la memoria de la resistencia en una conmemoración más del Día del Joven Combatiente.
Este día, que nació para homenajear la vida y recordar el asesinato de los hermanos Vergara Toledo en 1985, fue tomando en el camino otras significaciones y enriqueciéndose con nuevos contenidos. Fue expandiéndose como una jornada de lucha propia de la juventud militante del rodriguismo, el mirismo, de lautarinos, cristianos de base y de todos los jóvenes que enfrentaron con las armas y las piedras en la mano a la dictadura de civiles y militares que refundaron el capitalismo chileno, sirviéndose del terrorismo de Estado y luego de una transición pactada con el objetivo de otorgarle legitimidad a los cambios estructurales que perduran hasta el día de hoy.
La falsificación histórica más burda ha venido de parte del discurso oficial de la clase política que pactó con Pinochet, diciendo que «a la dictadura se le derrotó con un lápiz» en el Plebiscito de 1988. La verdad sobre las fuerzas que estuvieron detrás esa salida política, operada por la poderosa alianza entre clase política, el Vaticano y Estados Unidos, es que fue para frustrar una salida insurreccional. Ciertamente, esa salida política pactada jamás fue una derrota de los militares.
Hace unos meses, durante una velada, el propio ex-senador del Partido Socialista, Carlos Ominami Pascual, amenazó con dar a conocer las verdades de la transición y los entretelones sucios del Poder. En una entrevista, reconoció que la famosa y sacrosanta campaña del «No» fue financiada por Estados Unidos, quienes tenían clarísimo que la parafernalia plebiscitaria y electolera, en un ejercicio de gatopardismo, debía sacrificar al régimen para fortalecer el sistema. Y fue exactamente lo que sucedió, convirtiendo a Chile en el mejor alumno del continente y en el ejemplo de las políticas económico-sociales a seguir.
Fue contra este sistema y contra esa salida pactada que entregaron lo mejor de sí, incluso hasta sus vidas, los jóvenes que combatimos en las calles la dictadura de Pinochet en general, y los jóvenes de las organizaciones político-militares en particular y de la que son un buen ejemplo Eduardo y Rafael Vergara Toledo, Cecilia Magni Camino, Raúl Pellegrín Friedman, Claudio Paredes Tapia, Ronald Wood y tantos más, convirtiendo al Día del Joven Combatiente en una fecha propia de la juventud rebelde y de la subversión que intentaba atravesarse en el itinerario de poderosos y politicastros.
Hoy, sectores de la clase política creen que la gobernabilidad a largo plazo depende de la introducción de reformas que operen como válvula reguladora para evitar explosiones sociales y una conflictividad más generalizada. Otros, sin embargo, apuestan por la dureza y se aprestan a defender con uñas y dientes la obra de la transición, despreciando a los movimientos sociales y caracterizándolos como expresión de simples demandas por integrarse al sistema.
La vieja clase política de la transición pactada pretende retomar las riendas y la conducción. Un buen ejemplo son las palabras de Ricardo Lagos, espíritu y cuerpo del autoritarismo socialdemócrata, quien intenta una beatificación en vida por lo obrado y que se ofrece como garantía de gobernabilidad y orden, como expertos en el manejo del aparato del Estado al servicio de la clase dirigente a la que pretenden seguir rindiendo pleitesía y asegurando a Chile como uno de los países más injustos del mundo, donde el 10% más rico se adueña de la tercera parte del producto, donde la apatía, la amnesia, y la desmovilización les permitan seguir administrando el sistema pese a la gravísima crisis de legitimidad y la monumental imbricación del Estado-Capital, tal vez como en ninguna otra parte del mundo, donde el gerente de una empresa se permite dictarle las leyes a un senador. Con todo, la legitimidad del sistema de representación política y la distribución del ingreso siguen siendo las dos fisuras estructurales en el edificio de la dominación capitalista chilena.
Pero donde hay Poder, hay resistencia. Y por el lado de la oposición al dominio capitalista, se van adquiriendo distintas formas y la subversión resurge a través de otras expresiones, distintas a la subversión chilena existente entre los años 1978-1994. Así, en la post-dictadura el ecologismo, las reivindicaciones de los pueblos originarios —especialmente el mapuche—, las distintas expresiones anarquistas, los pobladores sin casa, deudores habitacionales, pescadores, comunidades en lucha contra empresas contaminantes o depredadoras de la naturaleza, minorías sexuales, estudiantes, trabajadores subcontratados, movimientos regionales contra el centralismo de Santiago y, en el futuro, los inmigrantes y sus hijos, son y serán expresión de un anticapitalismo difuso, sin dirección central, que ha sido el telón de fondo para nuevas generaciones rebeldes y para una nueva subversión que ha sido multiforme, pero también multifocal, donde la expresión anarquista ha estado presente, pero no tiene por qué ser la única. Esos son riesgos de la visión que reduce la nueva subversión a una «ofensiva ácrata».
En vez de eso, la nueva subversión tiene su mayor potencialidad en su dimensión autónoma, autoconvocante, en la pérdida de las referencialidades de vanguardia o dirección, en sus características dúctiles, móviles, ágiles. Más parecida a un pulsar, a una latencia; no a un movimiento que logre “interpretar” las distintas expresiones de la conflictividad social y del anticapitalismo difuso, sino que desde cualquier nodo en resistencia y antagonista a la dominación puedan y sean una materialización de una práctica subversiva dislocada, inabarcable e inasible. Esos han sido los derroteros que se han recorrido desde los noventa hasta ahora.
En este sentido, la dinámica y la práctica antagonista de la post-dictadura tiene a jóvenes que cayeron y que han ido ampliando la significación de la juventud combatiente. Claudia López Benaige, equivocadamente etiquetada como anarquista, militante de la Coordinadora Revolucionaria del Pedagógico (CRP) y activa solidaria con los presos políticos, que en una barricada de Avenida Grecia, en los noventa, sostiene un lienzo al viento con una consigna que luego se multiplicaría: Juventud combatiente, insurrección permanente. Claudia murió de un balazo disparado por carabineros el 11 de septiembre de 1998 en la Población La Pincoya. Varios más engrosaron la lista de los caídos luego de la muerte de Claudia, siendo una demostración en sí misma de las dinámicas de conflicto que han tenido lugar: Matías Catrileo Quezada, Álex Lemún Saavedra, Jonny Cariqueo Yáñez, Jaime Mendoza Collío, Rodrigo Cisternas Fernández, Daniel Menco Prieto (estudiante ariqueño muerto en 1999, un año después de Claudia), Mauricio Morales Duarte, Manuel Gutiérrez Reinoso, Sebastián Oversluij Seguel, Jorge Saldivia Espinoza y tantos más.
Quienes nos encontramos en prisión, varios más que hace unos años, también nos reconocemos y somos parte de ese nuevo torrente que obstinadamente dice que los caminos de la rebelión no están cerrados y que la dominación capitalista es un régimen nefasto contra el cual es necesario luchar.
¡Un homenaje a todos y todas nuestras caídas!
¡Juventud combatiente, insurrección permanente!
Hans Niemeyer Salinas
Cárcel de Alta Seguridad
27 de marzo de 2016