El siguiente texto fue escrito para su publicación en el próximo número (que será el séptimo ya) del fanzine Besos y Bombas, el cual se encuentra todavía en proceso de elaboración. No pensaba hacerlo público hasta que saliese a la luz la publicación, pero la verdad es que ciertos acontecimientos recientes, así como los debates en petit comité con otres compañeres que dichos acontecimientos generaron y en los que tuve en parte la ocasión en parte la desgracia de participar, pues me condujeron a darle salida antes para invitar, tal vez, al debate, la reflexión y el cuestionamiento.
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Antes de nada, quiero decir que soy consciente de la importancia de las redes sociales, de su influencia, queramos o no, sobre la sociedad y las relaciones entre las personas, y de su potencial como herramientas para la difusión y la comunicación de noticias, materiales e iniciativas de todo tipo, convocatorias, manifestaciones, campañas, comunicados, etc. Yo no utilizo redes sociales por una razón muy sencilla, considero que los pros no compensan ni equivalen en número, ni de lejos, a los contras, y aunque habrá quien pueda replicarme diciendo que reducirlo todo a una cuestión de pros y contras es simplista, la verdad es que mis relaciones y lazos con otras personas lo han notado, y desde que he optado por apartarme de las redes sociales, creo que cuido mucho más mis relaciones más próximas (tanto en distancia como en cuanto a su carácter directo, sin pantallas, sin mediación) y me fijo mucho más en la gente de mi entorno. No obstante, insisto, soy consciente de su potencial, y creo que las redes sociales pueden y deberían ser un espacio más de confrontación, porque de lo contrario, será un espacio más copado (más todavía) por la publicidad, los mensajes discriminatorios (sexistas, racistas, xenófobos, capacitistas, LGTBfóbicos…) y el resto de la basura que llena cualquier espacio social. En el momento en el que como comunidad de lucha (no me gusta hablar de movimiento porque creo que no existe tal cosa en la práctica, sino distintas individualidades y colectivos que se coordinan entre sí, o no, para sacar adelante proyectos e iniciativas comunes, d forma informal y sin un único cuerpo o un único ritmo) renunciamos a las redes sociales, estamos dejándole el camino libre a la reacción y a las distintas formas que la autoridad adopta, le dejamos el camino libre a la misoginia, la transfobia, el fascismo, etc. Y esto puede parecer una contradicción, porque si hablo de no renunciar a las redes sociales pero al mismo tiempo confieso que yo he decidido dejar de usarlas, ¿entonces? Como ya he dicho, en mi caso ha sido por una cuestión de autocuidado, conocimiento personal, y por una necesidad de calma y espacio, pero por lo expresado anteriormente, tampoco juzgo, condeno ni critico a aquelles compañeres que sí las usan, ya sea para difundir sus textos, acciones o convocatorias o simplemente para mantenerse en contacto con otras personas con intereses e inquietudes comunes con quienes poder compartir todo eso y mantenerse al corriente de otras luchas y eventos en realidades geográficas más distantes. Lo entiendo y, hasta cierto punto, lo comparto. Además, también hay personas que por problemas psicológicos/mentales, sienten auténtico pánico ante el contacto cara a cara con otras personas o ante las multitudes, y esas personas, que siempre han permanecido invisibilizadas, de repente tienen un medio que les permite mantenerse en contacto, opinar, exponer sus puntos de vista y compartir sus vivencias, de una forma (relativamente) segura. En este sentido, también me parecen una buena herramienta.
No obstante, y aunque como dije antes molaría que las redes sociales fuesen un espacio más de confrontación, lo cierto es que no creo que lo sean, o mejor dicho, sí lo son, sólo que la confrontación de la que son escenario desde luego no es la adecuada. Ya hace un tiempo que tengo la impresión de que en redes sociales, especialmente en Twitter, lo que se dan sobre todo son peleas de egos absurdas, donde al final lo que cuenta es engrosar la lista de seguidores, en una carrera bastante ridícula tras la popularidad, exactamente igual que ocurre en la vida real. La dinámica es la de siempre, una persona tiene un problema con otra y como la primera usuaria tiene más ciberamiguitos, utiliza eso para aplastar a la otra, y no precisamente mediante la dialéctica, sino a través de auténticas campañas de acoso y derribo donde todo vale, desde robar y publicar (alteradas o no) fotografías de esa persona o de sus palabras, hasta el linchamiento de toda persona que sea su amiga o interceda por la primera, pasando por tergiversar completamente lo que esa persona haya dicho o inventarse y/o exagerar meteduras de pata de esa persona para de ese modo lograr poner a una cierta cantidad de usuaries en su contra, que por supuesto, rara vez cuestionan las acusaciones sobre todo si la persona de la que proceden goza de la antes mencionada popularidad dentro de dicha red. Todo ésto unido a dinámicas que en mi opinión empobrecen totalmente el discurso, con reflexiones de fanzine (aquí me estoy refiriendo a reflexiones breves, rápidas y a veces, cogidas de otras fuentes y extrapoladas mil y una veces hasta perder casi todo su sentido, pero hablo sin desmerecer en absoluto muchos buenos textos editados en formato fanzine y que han aportado ideas interesantes, no malinterpretéis la expresión) e ideas prestadas a las que se da peso simplemente porque la persona que las ha escrito es alguien «importante» en determinado gueto (porque además, estas redes sociales suelen moverse por guetos, exactamente igual que en el resto de espacios sociales virtuales o no; por un lado, las personas centradas en cuestiones de género y luchas feministas, por otro, gente centrada en luchas animalistas o antiespecistas, por otro, personas que sólo hablan de cuestiones relacionadas con la psiquiatría, por otro, personas que se centran en la lucha dee las personas racializadas…) y por tanto, su opinión es CIERTA, es VERDAD, y no admite cuestionamiento. Y esto por no hablar de que, muchas veces, los «debates» que se dan por estos medios parecen librados por personas que no sólo cojean a la hora de defender sus posiciones con palabras/ideas/reflexiones propias, sino que parecen priorizar el ganar la discusión (a cualquier precio) por encima de la posibilidad de obtener conclusiones positivas que enriquezcan los debates posteriores y permitan tal vez dar con lugares comunes para el desarrollo de las ideas y propuestas expresadas.
No quiero con ésto generalizar, e insisto, creo que cada persona sabrá cuáles son sus razones para usar o no usar estas herramientas y tomará la decisión que considere más adecuada, y yo no juzgo ni a quienes usan las redes ni a quien, como yo, ha decidido abandonarlas, cansades de la mimética, la falsedad, la hipocresía y la cobardía de muchas personas. Pero hay un problema que es cada vez más evidente, y si yo, que no tengo redes sociales, lo percibo porque al final compas que sí las tienen y las usan me cuentan los conflictos, los dimes, los diretes, y las polémicas que en ellas ocurren, podéis haceros una idea de las dimensiones de dicho problema. Hay quien prefiere ignorarlo, quitarle hierro, o tratarlo como algo accidental e inevitable, y pueden tener razón, pero creo que si hablamos de usar las redes, y de usarlas de un modo responsable, es menester pararnos un momento y referirnos a toda esta gente, activistas de sillón, cuya barricada es Twitter y que no aportan nada salvo toxicidad y decepción a los movimientos sociales que aseguran abanderar en sus perfiles, posts y biografías. Personas que utilizan su poder dentro de jerarquías informales que virtuales o no tienen su peso (por desgracia) para hundir a otras. Personas que actúan en estas redes bajo los mismos parámetros que guían el comportamiento de un abusón en el patio de un colegio o en un parque, el abusón que se comporta así porque tiene un montón de lameculos advenedizos que le siguen y respaldan. Personas que sientan cátedra sobre lo que es o no opresión, sobre lo que es o no legítimo, y que condenan, sentencian y «ejecutan» a cualquiera que no acepte su criterio, mientras los conceptos confunden, pierden su significado original y se diluyen en un océano de abstracciones, estéticas y discursos que hacen flaco favor a las luchas, generan frustración y desencanto y desvían la atención y las energías hacia callejones sin salida ideológicos. Este despotismo ilustrado, este radicalismo de la apariencia construido a golpe de click, están pudriendo muchos vínculos y reduciendo al absurdo ideas y luchas que en su día sacaron adelante, fortalecieron y empoderaron personas que ahora mismo, en caso de regresar de la tumba, creo que volverían a morirse con sólo ver lo que hemos hecho… Podría parecer que estoy exagerando, pero ¿cuántas veces disputas que han comenzado por culpa de malentendidos (a propósito o no) en redes sociales han trascendido luego afuera de forma muy amplificada y han creado rupturas que se han cargado proyectos? Y ojo, eh, no estoy hablando para nada de conflictos derivados de agresiones o de posicionamientos deleznables que alguien pueda mostrar a través de sus perfiles en Twitter o en cualquier otra red y que luego, naturalmente, puedan repercutir en el alejamiento o la confrontación con personas que le conozcan en su, digamos, «vida real» (no me gusta hablar de «la vida real» como algo opuesto a las redes sociales; las redes sociales son parte de la vida real, no algo paralelo). Me parece bien y lógico que si alguien se cantea en redes sociales con actitudes de mierda, eso luego se traduzca en que las personas de su entorno se posicionen y o bien le den el toque y le insten a revisarlo y a cambiarlo o bien directamente tomen contra esa persona las medidas que consideren oportunas y necesarias, dependiendo también de la gravedad de lo ocurrido etc. Porque no olvidemos que hoy en día, muchas agresiones contra mujeres ocurren en el ámbito de las redes sociales, mediante acoso, vigilancia y seguimiento obsesivo de sus mensajes o de su actividad en esas redes, chantaje emocional, insultos por exponer sus cuerpos etc. A lo que me refiero es a que muchas veces, problemas que o bien se generan en redes sociales o bien comienzan en la calle y, obviamente, se trasladan a las redes, podrían resolverse de manera fácil o, al menos, con cierta diligencia (e incluso con resultados constructivos y positivos) si las personas implicadas se reuniesen (frente a frente, no por Internet) y hablasen de ello con ganas de solucionarlo, pero en vez de eso, se opta por los chismorreos, la salsa rosa, el morbo y la rumorología en esas redes, donde el listado de seguidores carroñeros de cada usuarie, respectivamente, acometerá contra la parte contraria, extendiendo dichos rumores, especulando, y haciendo tanto daño a veces que, la verdad, dudo hasta que sean siquiera conscientes de ello…
Siento que falta humildad. Me duele que el lenguaje se transforme y se llene de referencias virtuales que nos alejan de la realidad creando también relaciones de poder elitistas (y no estoy hablando de cambios en el lenguaje orientados a buscar formas más inclusivas y no discriminatorias, con esto estoy totalmente de acuerdo y me parece importante y necesario continuar profundizando). Me duele que los ritmos y las pautas que marcan esas redes se impongan, y que no sepamos cómo hacer frente, que perdiésemos el control sobre nuestras relaciones y sobre nuestros lazos, que nos pueda la inmediatez, que nos falte la originalidad, y que hayamos dejado de pensar como querían los mass-media para empezar a pensar como esperan de nosotres ciertos requisitos de purismo marcados por fantasmas, por vanguardias virtuales con demasiado ego, y que esos egos generen conflictos que nos distraen mientras la dominación continúa ganando terreno. Me duele (y esto también me parece importante) que haya personas que hayan llegado al punto de afirmar cosas como que las redes sociales son más importantes como espacio de difusión de propaganda que las calles, porque en las calles nadie lo ve y en las redes sociales sí, y que a causa de esto, este sistema ya no necesite gentrificar nuestros barrios, llenarlos de policías y cámaras de CCTV, o promover ordenanzas municipales y planes urbanísticos dirigidos a terminar con las plazas, los parques y los callejones para reemplazar los espacios tradicionalmente concebidos para el encuentro y la conspiración por dispositivos de disciplinamiento solamente ṕensados para el tránsito y el consumo, porque al final… nosotres mismes estamos renunciando a la calle. Luego nos extrañamos de que grupúsculos fascistas que hace apenas unos años eran totalmente residuales, de repente estén okupando edificios públicos y ganándose a la gente más desesperada con limosnas envenenadas y caridad racista, ¿de verdad os sorprende? ¡Si les estamos dejando el camino libre! Las calles son el espacio donde ocurre tu vida, donde tienen lugar los eventos y sucesos que te afectan, que nos afectan a todas las personas que habitamos un barrio, pueblo, ciudad determinados. No compras el pan en Twitter o en Facebook, sino en la calle. No vas a trabajar o a estudiar en Twitter o Facebook, sino en la calle. No será en Facebook o en Twitter donde se producirán las huelgas, manifestaciones y revueltas que, con suerte y si nos movemos, marcarán, como exigen las circunstancias, los tiempos venideros de escasez y represión, sino en la calle, y es ahí donde creo que necesitamos urgentemente recuperar toda nuestra presencia, llenándolas de pintadas, carteles, pancartas, asambleas, okupaciones, ateneos y distris, rompiendo la monotonía urbana y reencontrándonos ahí donde nunca debimos dejar de estar. Y si esas luchas empiezan a tener lugar en redes sociales, entonces yo creo que esas luchas habrán dejado de tener sentido, y que podemos rendirnos, porque habríamos perdido hace mucho, mucho tiempo.
No sé, igual todo ésto es fruto de un desengaño personal con esas redes, igual es cierto que exagero, igual me estoy pasando y todo ésto os parece más una cascada de bilis que un razonamiento honesto. Tampoco me he parado mucho a pensar la estructura ni las pautas que iba a seguir para ésto, y no creo que se deba interpretar como un texto al uso, sino más bien como una reflexión personal, un poco desordenada y a lo mejor fuera de lugar para algunas personas, porque al final es simple y llanamente un reflejo de mi punto de vista, puramente subjetiva. Sé que probablemente me dejo muchas cosas olvidadas en el tintero y que otras tantas, a lo mejor, no se han explicado o tratado como deberían. Pero en fin, esto es todo por ahora y aunque no baste, yo, no obstante, hago un llamamiento a la cordura.
¿Queréis usar las redes sociales porque pensáis que realmente os enriquecen esas conversaciones con otres compas o con otras personas quizá opuestas a vosotres en su pensamiento pero que igualmente pueden aportaros puntos de vista positivos, o porque pensáis que son un gran recurso para la difusión rápida y fácil de información que pensáis que hay que utilizar? ¡Adelante! Totalmente de acuerdo. Pero vale ya de respaldaros en el activismo virtual para justificar vuestra mierda de actitud, vuestro comportamiento autoritario, vuestras cruzaditas personales patéticas e infantiles (perdón por las posibles connotaciones etaristas de este adjetivo) y, sobre todo, vuestra megalomanía y vuestra aparentemente insaciable necesidad de destacar y de ser el centro de atención, resarciendo vuestro ego y engordando vuestra soberbia a costa de deteriorar o comprometer vínculos, convicciones y autoestimas ajenas, porque entonces sí que no os quiero a mi lado, ni en Internet, ni en la calle, ni en ningún sitio.
Por unos lazos basados en la honestidad, el respeto y la amistad.
Contra los simulacros. Contra la mediación y las relaciones artificiales. Contra la difamación y la infamia.
Por la anarquía y por unas luchas y unos encuentros (y desencuentros) que de verdad merezcan la pena.
Besos y Bombas
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