Este texto ya había sido publicado anteriormente, cuando el blog se encontraba alojado en el servidor Blogspot. Sin embargo, dado que me gusta mucho y que, además, recobra vigencia un año más ante la cercana efeméride del 1 de mayo, he querido difundirlo de nuevo, acompañado esta vez del PDF del fanzine que editó la distri Josep Gardenyes (Barcelona) con el escrito, para su descarga, impresión, distribución etc.
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LA NIÑA DE LA BRUJA, UN CUENTO PARA EL PRIMERO DE MAYO.
Las dudas aparecieron con las nubes, por encima de la verde colina y bajo el sauce donde la niña jugaba al atardecer. Había llegado la medianoche, y aun estaba despierta, siguiendo esas dudas que recorrían las filas de casas sin vida hasta la esquina, donde llega el autobús por las mañanas y se las lleva lejos.
Una sombra entró por la ventana y se aposentó alrededor de la cama. Los vientos fuera se calmaron, pero una ligera brisa en la habitación pareció alborotar los cabellos de la niña y acariciarle las mejillas. Cuando se durmió, la sombra se agachó y le susurró al oído un cuento para dormir:
Niña, bajo este techo dorado, tú, mejor que nadie, sabes lo que significa no tener hogar. Es el destino trágico para algunos en este mundo, ser desarraigados, para otros, ser sin-raíces. Esta es la historia de los sin-raíces. Tu piel ya la conoce, aunque tu razón aun no la entienda. Algún día, en el mundo de la vigilia, esta historia volverá a ti.
Algunos dicen que empezó con los romanos, con una nueva lógica de guerra, con su civilización y esclavitud. Pero la verdad es que somos los únicos a quienes culpar. Ya antes de que los civilizados llegaran habíamos perdido la primera batalla. Elegimos la guerra, y hemos estado viviendo en ella desde entonces.
Fue un pequeño error, pero nosotros fuimos quienes abrimos la puerta al enemigo. Aun se puede enmendar este error, pero se nos hace tarde.
El error fue este: Dejamos de celebrar la primavera. Dejamos que el silencio del invierno se extendiera por todo el año. El momento para la introspección se convirtió en la vida entera. Nos alejamos los unos de los otros, y nos aburrimos de nosotros mismos. Nos dejamos de preocupar por lo que sucedía en el mundo exterior. Así que convertimos a los más sensitivos en sacerdotes y les pedimos que nos trajeran los misterios en lugar de ir a por ellos. Convertimos a nuestros jefes de guerra en los líderes del día a día: Por supuesto todos los días se volvieron una guerra silenciosa. Empezamos a temer las aventuras, así que les pedimos a los líderes que nos entretuvieran con sus trilladas guerras.
Caímos en rutinas. La vida ya no sucedía, simplemente pasaba. Las mujeres se cerraron en los cultos de fertilidad, reduciendo una interminable red de misterios a la fascinación de aquel que todavía encajaba en sus vidas: Cuando una se convierte en dos. Los hombres, celosos por sentirse excluidos de la posibilidad de crear y tontos al pensar que incluso podrían ser excluidos de toda creación, se refugiaron en deportes destructivos y en las guerras. La guerra contra las mujeres como un juego más, una revancha.
Esas pequeñas guerras se convirtieron en nuestro pasatiempo, y los años pasaron como si estuviéramos atrapados en pequeñas casas, contando los días hasta el equinocio. Esperando por una primavera a la que nunca recibimos. Pero a la primavera hay que recibirla. La primavera es una insurrección. Un martillo que agrieta las vainas, un brote que rompe las placas de hielo. Un encuentro erótico que destruye la contemplación del invierno y altera el viejo orden con colisiones indómitas y el crecer de los cuerpos.
Por eso el primero de mayo hacemos celebraciones. Un pueblo que celebra la primavera nunca sabrá nada de reyes.
Cuando llegaron los romanos ganaron todos nuestros juegos. Nuestras revanchas y hechizos eran un juego de niños al lado de su política y su economía. Sus contemplaciones eran más sofisticadas que las nuestras. Su silencio era más alto que el nuestro. Sus inviernos ni siquiera llegaban con frío.
Vimos como habían perfeccionado el juego de la conquista, y les envidiamos. Nos volvimos bárbaros a nuestros propios ojos. Arminio, quien aplastó a las legiones en el camino del bosque de Teutoburgo, había estudiado con ellos. No éramos esclavos rebelándose, éramos el joven príncipe. Al final fuimos los que saqueamos Roma, pero solo porque creímos superarla.
Cuando llegaron los cristianos, algunos de nosotros adoptamos a su dios. Porque él era el dios de la conquista, un dios celoso, creado a nuestra imagen. Un dios más adecuado para esta guerra. Cuando empezaron a destruir los lugares sagrados, a quemar libros, a talar las arboledas, al fin algunos empezaron a entender nuestro error. Nos sublevamos. Nos unimos a aquellos que luchaban contra las legiones y los esclavistas, a aquellos príncipes luchando para ser reyes, y desfilamos por Roma.
Pero no supimos entender quiénes éramos. Creímos que sin los romanos su lógica desaparecería también. Pero aquellos a los que seguimos hacia la guerra la llevaban en el pecho. Creímos que eran nuestra gente porque hablaban la misma lengua, pero en secreto hablaban la lengua de la conquista Pensamos que eran nuestra gente porque veneraban los mismos dioses, pero en secreto veneraban al dios de la envidia. Creímos haber destruido Roma, pero en verdad la extendimos a todas partes.
Por eso el primero de mayo nos burlamos. Más que nada, nos burlamos de nosotros mismos, por ese error que aun nos persigue.
Desde aquel día nuestra misión ha sido aprender quiénes somos.
Por qué nos unimos a una lucha que no era la nuestra. Los jefes de la guerra y sus seguidores más cercanos seguían jugando a sus juegos. Pero no supimos darnos cuenta porque hacía mucho que ya no reían. Eran como el granjero que escruta su despensa, que cuenta los días hasta la última helada, pesando las reducidas provisiones, comiendo matemáticas en su cabeza. En su permanente contemplación, vieron a los romanos debilitarse. Llegaba el momento de atacar y arrebatarles el juego.
No pudieron poner a Roma en funcionamiento de nuevo. Una sucesión de jefes de guerra, fingiendo saquearla, intentaron reactivar su lógica de forma estudiada. Pero había siempre otro jefe de guerra impaciente por hacerlo a su manera y todo fracasaba.
Durante casi mil años se impuso una calma tensa. La esclavitud de los romanos terminó, pero un compromiso cargado de veneno se escabulló en su lugar. Los jefes de guerra que nos llevaron a la victoria recuperaron la mitad de la grandeza arrancada a los romanos y nos la repartieron en parcelas. Se quedaron la otra mitad para sí, y pasaron de ser líderes a ser señores. En las fincas de los romanos se les dijo a los sirvientes que eran libres, la tierra ya no sería más su cárcel, pero estarían bajo la custodia de los nuevos señores. Podrían vivir como escogieran, siempre y cuando dieran una parte de su cosecha para alimentar a quienes les habían liberado y a las armas que les protegieron. Un compromiso entre señor y campesino. Una nueva ecuación para una cosa que fue llamada Libertad.
César no murió. Hubo miles de césares. Y la iglesia mantuvo la paz entre ellos.
Los curas aparecieron entre nosotros. Nos enseñaron a odiar nuestros cuerpos. Nos enseñaron a temer al bosque, a las montañas y a la noche oscura. Monopolizaron la magia y la unieron a la ceremonia.
Permanecieron muchas comunidades libres y con sus antiguas maneras de hacer. Pero, una a una, fueron conquistadas, perseguidas y arrasadas. Los príncipes nos ofrecían protección, peo eran los únicos que nos traían guerras. Nadie les podía enfrentar, había que aliarse con ellos. Los príncipes fueron los primeros en entrar en la iglesia. Convirtieron a sus siervos a la misma religión para hacerles creer que éramos todos iguales, y al mismo tiempo, para mostrar que les designaba Dios.
Hubieron herejes, pero miles fuimos arrojados al fuego. Sobre todo, nos quemaron la memoria. La voz se reemplazó por papel, y reinó un gran silencio. Se prohibió cualquier historia que no estuviera en su libro. Se eliminaron todos los recuerdos de la magia, recuerdos del tiempo en que todo lo compartíamos y nada tenía dueño.
Así es como destruyeron nuestras raíces.
Por eso en el primero de mayo contamos historias. Historias de nuestras vidas, de nuestras luchas, del futuro que queremos, del pasado que inventamos, de por qué ya no lo recordamos.
Hubo un año en que su juego casi se derrumba por la simple fuerza de la naturaleza. Una enfermedad barrió las ciudades abarrotadas y los pueblos hambrientos. Sólo unos pocos tuvieron fuerza para resistirla. Todos los ancianos perecieron. Los príncipes y los curas estaban preocupados por la pérdida de sus súbditos. Los cuerpos se convirtieron en la más preciada riqueza y de repente descubrieron que la producción de cuerpos no estaba bajo su custodia. Estaba a cargo de las madres y las comadronas. ¿Qué pasaría si decidieran sabotear el crecimiento de la nación por sus propios motivos personales? Algunas incluso habían dicho que no traerían criaturas a este mundo para que vivieran como siervos.
La anticoncepción y el aborto se volvieron el mayor de los crímenes y pecados. Sólo se permitió aquel amor que daba criaturas. Los cristianos siempre habían odiado a las mujeres que amaban a otras mujeres mujeres, y a los hombres que amaban a otros hombres. Pero ahora su odio llegó más lejos que la predicación, pasaron a imponer la pena de muerte.
Se eliminaron las comadronas, allí donde los príncipes pudieron hacerlo. Preferían la lealtad de los doctores a las elecciones de las madres. La peor de las herejías era que la gente pudiera aprender cosas de sus cuerpos. A partir de entonces, el único aprendizaje digno de confianza fue la educación recibida en las nuevas escuelas y universidades. Y todas las profesiones que se producían eran conspiraciones autorreguladas. Sólo se podía trabajar siendo de la profesión, y sólo se podía ser de la profesión pasando el entrenamiento administrado en las universidades, y sólo se podía pasar ese entrenamiento adoptando los objetivos de los príncipes que fundaron esas universidades.
Con el interés de mantener a los súbditos con vida, emplearon a las comadronas como enfermeras porque los nuevos médicos no eran suficientes por sí solos. Pero destacaron gobernando a los cuerpos con disciplina de hierro. Ante estos médicos el mundo era mudo y estúpido. Para ellos la enfermedad nunca fue un intento de comunicar, y nunca se debió confiar en que los cuerpos sanarían por sí mismos. La enfermedad fue algo a localizar, nombrar y suprimir. Con el tiempo, incluso experimentar placer sería clasificado como una enfermedad.
Por eso celebramos el primero de mayo con orgías. Para aprender de nuestros cuerpos, para mostrar que se puede compartir el placer con quien quiera que elijamos. Para respetar el deseo de los demás y alegrarnos de su satisfacción.
Hubieron muchas revueltas, rebeliones, pero los príncipes se volvieron reyes a lo largo de los siglos, y su dominio se expandió. Nuestro yugo se volvió más pesado y se esperaba que extrajéramos más y más riqueza de la tierra para dársela a nuestros señores. Y esos señores negaban que hubo un tiempo en el que fueron nuestros hermanos. Se distinguirían por la sangre, emparentados con Dios, diferentes a cualquier otra cosa de la desamparada tierra. Se olvidó que ser un siervo fue considerado alguna vez como algo infinitamente mejor que ser un esclavo. Cada vez había menos diferencia.
Los señores aun necesitaban exprimir más sangre de la tierra. Fueron hacia tierras más lejanas, y llamaron a la gente que conocieron «Esclavos». Pero fue una esclavitud mucho más cruel que la que los romanos pudieron causar. Si su dios despreciaba el cuerpo humano, odió el alma de los esclavos.
Necesitaron nuestra ayuda en las nuevas guerras de conquista, y por encima de todo, necesitaban impedir nuestra deserción. Así que nos dijeron que éramos blancos, lo cual era inalterablemente diferente que ser negro o salvaje. Los señores, sus curas y exploradores no pudieron construir jaulas lo suficientemente rápido, así que construyeron categorías, y nos enseñaron que habíamos nacido en ellas, y que nunca podríamos elegir quiénes éramos. Y éramos un ejército, movilizado para atacar a todo aquel que tuviera las raíces en la tierra.
Por eso celebramos el primero de mayo con visiones. Para ver que la magia está en todas partes, y que toda vida es mutable, toda categoría inadecuada.
Porque en aquellos años libramos muchas batallas contra ellos. Quemamos señores y curas, escapamos con los salvajes, lanzamos capitanes por la borda. Y respondieron intensificando la guerra contra nosotros. Quemaron a millones por usar plantas sagradas, por curar, por hablar con los bosques, por estar en comunión con antiguos dioses, por rechazar ser blancos, por no respetar las nuevas leyes que decían que la tierra no era para compartir sino una propiedad, inherente a los individuos, y sólo a los hombres. Y masacraron a millones de enraizados, para quitarles sus tierras, o castigarles por no haber querido desarraigarse.
Luego nos cambiaron a todos de lugar, allí donde nos querían, los sin-raíces y los desarraigados, todos mezclados, rastreados por nuestras categorías, hasta que se nos volvió extraña la tierra y nosotros mismos. Nos pusieron a trabajar. Pasaron de exigir una parte a exigirlo todo, hasta el tiempo. No fue suficiente dividir las tierras. También dividieron nuestras vidas en horas y nos asignaron un precio. Aprendieron a matarnos de la manera en que nos mantenían con vida. Nos enseñaron a ver la vida como una serie de números, a convertir las alegrías en valores. Transformaron los bosques en madereros, nuestras manos en trabajo. Nos controlaron con cálculos que determinaban el coste de nuestras vidas, el precio que debían pagar para que siguiéramos trabajando. Finalmente nos engañaron para que viésemos la vida en los mismos términos.
Por eso celebramos el primero de mayo con festines. Porque la escasez es un fantasma que hay que desterrar. Porque las cosas que realmente importan no se pueden contar. Porque a pesar de todo lo que hemos soportado, nos queremos y no seremos instrumentos para las ambiciones de los demás.
Nos seguimos levantando a menudo. Hemos capturado a los reyes y los hemos echado de sus torres, hemos bombardeado sus carruajes y les hemos cortado la cabeza. Pero la guerra continúa. Conforme pasa el tiempo los reyes se multiplican en un despliegue de tecnócratas. Nos convierten en accesorios para la producción, transforman nuestros cuerpos en máquinas. Las fábricas fueron el nuevo modelo para la especie humana, el nuevo tesoro de nuestros gobernantes, y despreciaron el hecho de que sus preciadas máquinas nos necesitan para funcionar. Cambió la vieja ecuación. La libertad ya no significaba un compromiso entre amo y súbdito. Significaba todo el poder para las máquinas y la mayor movilización posible para que puedan producir. Sacrificaron nuestras vidas para su funcionamiento.
Por eso celebramos el primero de mayo con sabotajes. Porque no someteremos la vida al ritmo de los engranajes. Todas sus técnicas nuevas para la guerra no podrán apagar nuestra rabia. Incluso en las fábricas, o en los espacios privados donde intentan relegar a las mujeres, formaremos nuevas comunidades.
Serias sacudidas agitaban los palacios de los reyes. Y empezaron a llamar a esas sacudidas revoluciones. Dijeron que se habían acabado las viejas formas autoritarias. Dijeron que éramos libres y que podríamos participar en sus proyectos como iguales. Y la mayoría caímos en la trampa. Reaccionamos más ante la exclusión que ante la dominación, como los bárbaros antes que nosotros. E intentamos convertirnos en los nuevos romanos.
Pero cada vez somos más los que nos damos cuenta de que este proyecto al que nos han invitado a sumarnos es la guerra contra todos. Se nos permite cualquier cosa menos el amotinamiento. Nos mantiene vivos sólo mientras que no nos valgamos por nosotros mismos. Nos pide nuestra complicidad en cortar raíces continuamente y eliminar a aquellos que aun recuerdan las suyas.
Ponen nuestra libertad en un papel, y esta es la mejor manera para silenciarla.
Por eso celebramos el primero de mayo con disturbios. Para hacer un ruido que nunca se callará. Para quemar todo aquello que no es verdad. Para hacer pedazos el pavimento y descubrir, bajo él, la tierra. Para empezar a echar raíces de nuevo.
Esta es tu historia, niña. Esto es por lo que parece que lo tengas todo, pero sientes que no tienes nada. Confía en tus sentimientos. No los adormezcas con las pastillas que te ofrecen, porque estos sentimientos de angustia y rabia son el mismo picor que la semilla siente en los últimos días de invierno antes de abrirse y esparcir sus brotes por el mundo. Es este crecimiento, incontrolado, espontáneo, el que impedirá que nos recluten, que es lo que más temen.
No todos han llegado a este desierto por el mismo camino. Pero hay muchos que comparten tu historia. Hay otros que aún recuerdan sus raíces, y saben donde encontrarlas. Pero aquellos como tú ni siquiera saben que han perdido. Recuerda esta historia y habrá esperanza para la primavera.