Corren malos tiempos para ser anarquistas. Consciente de la vulnerabilidad que sufren sus estructuras en estos momentos de decadencia económica y caos bursátil, y de la fragilidad con la que su paz social se mantiene ahora que la cifra de personas que se replantean lo establecido y se posicionan de forma más o menos combativa aumenta cada día que pasa (aunque no por ello hay que ilusionarse demasiado ni pensar como ingenuos que el pueblo se va a sublevar en masa sólo porque estén aumentando los despidos y los desahucios), el Estado asegura la continuidad del sistema capitalista – del que es aparato gestor y blindaje al mismo tiempo- endureciendo las leyes y avanzando más deprisa todavía hacia la consolidacion del totalitarismo moderno, que bajo la máscara democrática, controla cada vez más aspectos de nuestras vidas.
Esto son sólo algunas reflexiones atropelladas pero que considero urgente plantear, si bien no es la primera vez que son puestas sobre la mesa. Espero que motiven el debate:
Ni culpables ni inocentes, simplemente el enemigo.
Golpes represivos recientes como la detención de 5 compañerxs en Barcelona acusadxs de uno de los dos atentados del Comando Mateo Morral así como de estar preparando una presunta tercera acción contra el monasterio de Montserrat en la ciudad condal o la detención de más de 30 compañerxs en menos de dos días en Madrid – 20 acusadxs de lo que pasó el 20-N en la facultad de derecho de la UCM y otrxs 11 detenidxs a posteriori en las cargas policiales contra la concentración solidaria con lxs otrxs 20 realizada ante la comisaría de Moratalaz -, junto a las campañas que, al unísono, todos los medios de comunicación oficiales y oficiosos pusieron en marcha para criminalizar al anarquismo mediante sensacionalismos e injurias (devolviendo a sus patéticos titulares conceptos clave como el Black Block, el Triángulo Anarquista Mediterráneo, el Insurreccionalismo, y utilizándolos sin rigor ni seriedad alguna) son el resultado de una estrategia estatal preparada en las cloacas del Ministerio del Interior y desarrollada por las fuerzas de seguridad y que busca, mediante las detenciones y hostigamiento constantes, dar escarmientos ejemplarizantes que intimiden a lxs demás y hagan que el miedo nos paralice, frenando nuestras luchas e impidiéndonos crear nuevos focos de resistencia más allá de los espectáculos ciudadanistas cuya mediocre escenografía, consideramos, ha durado ya demasiado.
A estas alturas todas sabemos que muchas veces no importa si has estado o no realmente involucradx en una acción de sabotaje o si has tomado parte en unos enfrentamientos con la policía. Lo que cuenta es si pueden atraparte y luego inventarse algo que justifique que hayan ido a por ti. A nuestro pesar, está claro que sí, pueden, y de hecho lo están haciendo. La Brigada de Información trabaja día y noche para conocer nuestros nombres, nuestros gustos, con quiénes nos juntamos, para qué y cuándo, dónde vivimos, con quiénes, desde cuándo, y cualquier otro dato relevante y para levantar sospechas y llamar su atención no hace falta volar un banco ni romper un escaparate, sino que basta con participar en asambleas, colectivos o espacios como centros sociales okupados, bibliotecas libertarias, ateneos etcétera para convertirse en su objetivo. Es lógico, por lo tanto, que en tales circunstancias cunda el pánico, ya que no sabemos cómo ni cuándo puede llegarnos el turno de que policías de paisano o incluso efectivos antiterroristas armados derriben la puerta de nuestra casa y nos saquen arrastrándonos por el suelo bajo una lluvia de golpes e insultos para imputarnos por cosas que no hemos hecho. Esta sensación de inseguridad permanente erosiona nuestro estado de ánimo, nos altera y nos conduce a la paranoya. No obstante, no creo que sea positivo ponernos la mordaza y caer en el automatismo de decir que ha sido un montaje, intentando presentarnos como inocentes corderitos, víctimas del Estado que nunca han roto un plato. Esa especie de obsesión por limpiar la imagen de lxs compañerxs represaliadxs, si bien es necesaria por simple transparencia veracidad en la información y para que quede claro cuándo un/a compa no es responsable de los actos por los que se le condena, en exceso puede ser peligrosa y volverse contra nosotrxs ya que nos sitúa en una posicion de constante defensa teniendo que justificarnos y dar explicaciones cada vez que alguien, cansadx de esperar, decide conspirar y pasar al ataque. Sean responsables o no de las acciones que se les imputan, es crucial que la solidaridad esté presente siempre, con todos los medios posibles y principalmente con aquellos que puedan originar campañas de difusión y de presión con todxs aquellxs que caen en las garras del Estado por sus ideas y la peligrosidad que estas representan para el status-quo de la élite dominante, y por su coherencia con las mismas. Nosotrxs no somos víctimas ni tampoco somos inocentes. Somos anarquistas, enemigos declarados de este sistema genocida y destructor y de sus miserias, representantes y códigos, y por ello somos también culpables, culpables de soñar con el espiritu evidente de querer cumplir nuestros sueños para que dejen de ser palabras bonitas en un panfleto o utopías postergadas en un futuro que no existe, culpables de tener sangre en las venas y de sentir la rabia y la angustia en la boca del estómago al mirar alrededor y ver la desolación que está acabando con lo poco que aun merece la pena, entre una naturaleza arrasada por el «progreso», cárceles que invisibilizan e institucionalizan la tortura y ciudades convertidas en parques temáticos, en marcas que vender, pero en las que no se puede vivir. Desde esta condición, subvertimos y deconstruimos el imaginario del Estado y el Capital para crear en su lugar el nuestro propio mediante la solidaridad y la autoconstrucción de nuestros propios valores, dentro de comunidades organizadas al margen de cualquier burocracia o entidad institucional y beligerantes con toda forma de opresión, dominación, exclusión o jerarquía. Si por ello la represión nos pone en su punto de mira, dispuesta a culparnos por acciones en las que no hemos participado o inventarse conexiones ficticias con grupos armados de los que no sabemos nada, criminalizando nuestros lazos de amistad y afinidad persiguiendo y acosando a nuestras familias, amigxs y compañerxs para que nos abandonen y así aislarnos, sólo nos queda aceptarlo como una consecuencia y como una prueba de que les estamos haciendo daño, de que vamos por buen camino, de que nos temen, y hacer piña para idear juntxs nuevas maneras de hacerles frente, de escapar a su control y de resistir los golpes que, tarde o temprano, y con toda seguridad, acabaremos recibiendo.
Sobre la vacuidad en el discurso. Un necesario replanteamiento.
Los lemas que muestran algunas pancartas, carteles y escritos que proliferan cada vez que el Estado se llena de gloria con otra caza de brujas, como «Stop represión» o «No más montajes policiales» evidencian un problema estructural. En primer lugar ¿a quién se dirigen, al Estado y sus gestores?
El Estado necesita la represión para sobrevivir, sin ella no duraría ni una semana ante la ira de todas las personas a las que diariamente empobrece, tortura y condena a la explotación y la esclavitud asalariada. ¿Os imagináis lo que pasaría si no hubiese policías, ni cámaras de vigilancia, ni seguratas, ni militares, ni jueces, ni fiscales, ni carceleros, ni comisarías, ni cárceles…?, ¿qué haria toda esa gente que vive con rabia pero también con miedo, esxs que ven morir a sus hijxs de hambre durmiendo entre cartones, esxs que aprietan los dientes al pasar ante un banco o ante una ETT o que sueñan cada noche con prenderle fuego al Mercedes de su jefe? El Estado necesita la represión y jamás renunciará a ella. Si alguien pretende pedirle al Estado que, por favor, deje de reprimirnos, o a la policía que deje de inventarse cargos para jodernos e impedirnos que sigamos en la calle donde somos visibles y una amenaza para su farsa, le comunicamos que pierde el tiempo. Vale ya de pedir gilipolleces.
No malinterpretéis esto. No me opongo al uso de pancartas ni de propaganda y creo que son instrumentos fundamentales en cualquier movimiento político ya que comunican y transmiten un mensaje de revuelta y desobediencia y lo llevan a la calle donde periódicos, radio, televisión, publicidad y muchos otros elementos alienantes actúan sin descanso para ocultarlo y vilipendiarlo para evitar un contagio que haga tambalearse de verdad sus castillos de naipes. No obstante, consideramos muy importante pensar bien en lo que se quiere expresar. El actual sistema no sólo es una relación socio-económica desigual, sino todo un entramado de relaciones infecciosas que arraiga en nuestro subconsciente y nos lleva a reproducir, inconscientemente, la ideología dominante, incluso cuando pensamos que estamos luchando contra ella. Por ello, muchos movimientos sociales (no dudamos de que con la mejor de sus intenciones) han caído o sigue cayendo en lemas fáciles como «Stop represión», pidiendo que pare algo que, en el fondo, saben a ciencia cierta que no se detendrá, no al menos mientras no hayamos destruido al Estado que la ejerce. Esto es peligroso, pone al enemigo en nuestra boca y le permite apropiarse de nuestro lenguaje. Dado que el lenguaje crea mundos y que es el vehículo esencial para la comunicación e interacción entre seres humanos (y no-humanos) no tiene sentido entenderlo como un elemento neutral y no podemos permitir que se rija por los esquemas del sistema ni tampoco que nuestras reivindicaciones apelen a meras reformas o, incluso, a peticiones que no conducen a ninguna parte. Recuperemos nuestra capacidad inventiva y creativa y abandonemos las expectativas sugeridas para decir a las claras que lo que nos importa no es que pare la represión, sino contar con los medios necesarios para contrarrestarla, para hacerle frente y, por qué no, ¡para derrotarla!
Si me he referido específicamente a la represión es porque con lo sucedido recientemente es el ejemplo más claro. No obstante, también podríamos hablar de las personas que piden trabajo digno (el trabajo asalariado digno no existe, es una contradicción) o las que exigen derechos para lxs animales (¿amparados con qué leyes y ante qué tribunales o Estado?).
Salgamos de la hoguera de vaguedades donde nos consumimos y que sean nuestras palabras las que se conviertan en fuego.
Desvinculación, especulación y circo, ¿a quién benefician?
Ante las últimas acciones del Comando Mateo Morral, por citar un ejemplo en el Estado español, e incluso ante otras acciones exteriores a «nuestras» fronteras, como los disparos que costaron la vida dos neonazis en Grecia y que fueron luego reivindicados por un nuevo grupo de guerrilla urbana desconocido hasta el momento, no tardaron en surgir voces que se apresuraron a condenar las acciones y a señalar a elementos parapoliciales ocultos como lxs responsables que, en un intento de demonizar al anarquismo ante «la gente» cometieron esos «viles actos» responsabilizando de ellos luego a lxs anarquistas.
Bien, no es mi cometido decir si han sido anarquistas o si por el contrario se trata de operaciones de falsa bandera porque, sencillamente, no lo sé y, a diferencia de tantas bocas llenas de mierda que se han puesto a chillar escupiendo y ensuciándolo todo, yo prefiero cerrar la mía si no cuento con esa información tan valiosa y esclarecedora que más de un/a críticx de retaguardia refugiadx en el anonimato de Indymedia parece poseer, dado el carácter tajante de sus «indiscutibles» afirmaciones. Del mismo modo, tampoco pretendo fetichizar esos actos ni caer en una idealización que valore cada acción por la espectacularidad y la imagen superficial que proyecta en lugar de por el contenido y los resultados que tiene en la medida en que favorece o perjudica el avance y generalización de la guerra social en curso. Pero creo, a pesar de que yo también haya tenido (y mostrado en los lugares y formas correctas) mis dudas sobre ciertas acciones, que es necesario insistir, una vez más, en la falsa neutralidad e inocuidad del lenguaje y en la forma en que éste construye, significa, performa y define realidades. Así, pensemos en lo siguiente:
Si alguien, quien sea, lleva a cabo una acción ilegal, más o menos precisa o significativa, pero en cualquier caso jugándose el pellejo y convencidx de estar aportando algo positivo a la causa, ¿cómo creéis que le sentaría encontrarse con que sus propixs compañerxs son quienes desempeñan el rol de juez y de periodista señalando con el dedo sin conocerle y asignando su acto – con el que, repito, se puede estar más o menos de acuerdo y que puede ser más o menos acertado – a una oscura entidad de carácter policial? Imagina que vuelas un banco, haces un comunicado y lo reivindicas, no esperando vítores ni halagos sino simple reconocimiento y que esa acción motive otras, creando una cadena de distorsiones en su paz social que pueda facilitar un poco las cosas y en cuanto abres el Indymedia (o cualquier otra página, blog, foro, medio contrainformativo) descubres que quienes te criminalizan no son lxs mismxs bocazas bastardxs de siempre sino tus propixs compañerxs. Seguro que sería muy agradable, ¿verdad?
La crítica es necesaria, pues en la crítica y la autocrítica encontramos el motor necesario para hacer avanzar nuestras luchas, además de que sólo recibiendo las críticas con optimismo y atesorándolas como lecciones con las que mejorar podremos crear espacios y relaciones basadas en la confianza donde no inhibir nuestras inquietudes ni nuestros errores por miedo a quedar mal o a que Fulanitx se enfade por exponer un aspecto negativo de sus acciones o por decirle que quizá debería probar con otros métodos más efectivos o sencillos. Sin embargo, de la crítica a la difamación, del consejo al linchamiento público y desde el anonimato, hay un abismo y a menos que alguien posea pruebas que respalden sus acusaciones creo que debería guardarse sus discursitos para la prensa del corazón. No necesitamos nuevos técnicos ni vanguardias iluminadas que nos digan cómo ni por qué atacar, sino compañerxs que, en relaciones horizontales, compartan con nosotrxs sus puntos de vista con críticas constructivas planteadas y expresadas desde el respeto y la honestidad.
Además, es bastante cobarde e injusto etiquetar de policial toda acción que no nos guste o cuyo enfoque o contenido no compartimos ya que las personas que la cometen no siempre pueden o quieren pronunciarse al respecto porque no parten de la misma posición ni hablan desde las mismas condiciones. Criticar algo desde la poltrona sabiendo que esas personas no pueden defenderse, a mi entender, es muy triste y me gustaría ver a todxs esxs que se llenan la boca desde sus trincheras cibernéticas decirle a la cara a lxs compañerxs que sus acciones fueron realizadas por maderos, en el caso no tan improbable de que tras las acciones del Comando Mateo Morral o tras el ajusticiamiento de los dos miembros de AD tiroteados en Grecia se encuentren anarquistas y no la poli. De todas formas, reitero que yo no cuento con información suficiente, así que no quiero entrar al debate de quién ha sido o ha dejado de ser.
Decir también que como se ha visto este tipo de discusiones sólo puede crear divisiones y alimentar a la máquina con rencillas vergonzosas en los tablones de comentarios de las páginas de contrainformación en Internet, las cuales, por cierto, ni somos, ni aspiramos a ser, una jodida revista de cotilleos. ¡A discutir a la calle!
Por último, volver a aclarar que con esto no estoy diciendo que una acción sea la ostia porque tenga fuego y haya que aplaudirla sí o sí, nada está exento de crítica, pero hay quien se esconde en la crítica para jugar al enmierdamiento y a los detectives y, para colmo, sin dar la cara, y eso sí es inadmisible.
Sentirse seguras no es igual a estar seguras. Por una cultura de la seguridad.
En algún momento, casi todo el mundo ha cometido errores en la seguridad. Yo mismo, en alguna ocasión, he metido la pata hasta el punto de comprometer a otrxs compañerxs por no prestar la suficiente atención a mis actos y palabras o por bajar la guardia antes de tiempo, y es algo que, os lo puedo asegurar, además de resultar vergonzoso y dejarnos en un pésimo lugar ante las personas a las que perjudican, sea en la medida que sea, nuestros fallos, facilita mucho las cosas a nuestrxs enemigxs y les permite adentrarse en nuestros entornos y pasar a controlar más aspectos de nuestras vidas. Reconocer los errores es positivo pero las disculpas no sirven de nada una vez el daño está hecho y lo bueno de los errores es que están para aprender de ellos.
En esta era de la tecnología omnipresente y la videovigilancia y legislación de cada maldito paso que damos es urgente crear, potenciar y colectivizar una cultura de la seguridad no sólo en Internet o en la calle sino en cada rincón, palabra o gesto que llevemos a cabo. El miedo se alimenta de nuestras inseguridades, de nuestra incertidumbre, de nuestra sensación permanente de estar bajo control y de no poder hacer un sólo movimiento sin que el enemigo envíe a sus sicarios para abalanzarse sobre nosotrxs, avasallarnos a preguntas que no podemos o no queremos contestar o intervenir nuestras comunicaciones pinchándonos el teléfono, monitorizando nuestros ordenadores o leyendo nuestros e-mails o las cartas que el cartero nos trae y que, sospechosamente, llegan abiertas al buzón de nuestra casa. Para cortarle el suministro es necesario dejar de sentirnos así y no pararnos, avanzando a pesar de todo aunque esto implique pisar superficies poco seguras y arriesgarnos, y a su vez, para poder seguir caminando con ese peso en el pecho y ese nudo en la garganta que aparece cuando su sombra nos amenaza en forma de multas, cárceles, ostias y demás, es necesario sentir que podemos confiar en las nuestras y, sobre todo, en nosotras mismas.
Estamos viendo cómo allanan las casas de compañerxs a lxs que conocemos o no, cómo les sacan del interior con mentiras para convencerles de que abran la puerta o acusándoles directamente de todo tipo de delitos mientras les apuntan con armas. Hemos visto detenciones ilegales y falsas declaraciones. Hemos visto cómo se inventan cargos en nuestra contra, hemos sentido su aliento en la nuca y les hemos oído decirnos que acabaremos entre rejas, que harán lo posible para que eso sea así y que no podremos escapar y hemos pasado atemorizados semanas enteras. Estamos hartos de que nos paren por la calle dándose esos aires, de sus aceras militarizadas y plagadas de ojos electrónicos que colgando de las esquinas observan cada uno de nuestros pasos. Pero si nuestra seguridad tiene vacíos es hora de hacer piña para cubrirlos, y al mismo tiempo, busquemos los puntos ciegos de su panóptico (que los tiene, nada es perfecto). Aprendamos a borrar rastros en Internet y en la vida cotidiana, ser sensatos no es sinónimo de ser pasivas, pero cada milímetro que les cedemos es una derrota. Que los pasos que se den, sean firmes.
Concluyendo que es gerundio.
Estas reflexiones no son las únicas que, desde mi punto de vista como persona redactora del presente texto, urge plantear y debatir con mayor profundidad y matices. Sin embargo, son las 3 que he escogido por considerlas de especial vigencia dados los últimos acontecimientos. Sólo espero que encontréis utilidad a este texto y que de él surjan nuevos esfuerzos y cuestionamientos.
Contra la represión, continuar la lucha, potenciar la infraestructura, ejercitar teoría y práctica.
Rabia y conciencia. ¡Por la anarquía!